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Tanta pestilentia fuit

Israel Campos

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Son varias las ocasiones en que he traído a esta columna la evocación de acontecimientos de nuestra historia más antigua con la pretensión de señalar que en medio de nuestro “presentismo”, el pasado nos recuerda que ya hemos vivido episodios muy parecidos a los de nuestro día a día. Pero, principalmente, para señalar que, a pesar de todo, la Humanidad siempre se ha sobrepuesto a las adversidades más complejas.

La primera epidemia de carácter global que se conoce en la Historia se atribuye a la llamada en su momento como “la peste antonina” o “la peste de Galeno”. Los nombres se acuñan para identificarla y en este caso, lo de Antonino viene porque aconteció durante el mandado del célebre por otras cosas Marco Aurelio. Lo de Galeno, precursor de la disciplina médica romana, deviene de haber sido él quien en su tratado Sobre el Método Médico describió los síntomas y la extensión de la enfermedad. Conviene señalar que el término “peste” (pestis) y “pestilencia” (pestilentia) era el que utilizaban los autores romanos para referirse a todo tipo de enfermedad grave, con mucha frecuencia mortal, y que actuaba de forma simultánea sobre un gran número de personas. Todavía no estaba relacionado de forma inseparable al adjetivo “bubónica”. Ya los griegos habían generalizado también el empleo de término “epidemia”, que, aunque originalmente servía para referirse a quien residía en un país como extranjero (epi-demos), pronto sirvió también para describir esas enfermedades que se extendían por una amplia región (y cuando alcanza a toda la población, tendremos una “pandemia”: pan-demos)

La irrupción de esta epidemia igual nos recuerda a algo. Hay diferentes versiones sobre cómo en el año 165 d.C. llegó a Italia esta enfermedad y cómo afectó a un número considerable de la población de la capital del Imperio Romano. Una más literaria que señala a Etiopía como origen de la infección y a través del grano importado desde Egipto habría entrado en Roma. Pero esta se descarta porque, por entonces, a Etiopía se la hacía responsable de todas las enfermedades (Etiopía en la Antigüedad hacía referencia al África sub-sahariana, en general). Pero la más verídica es que el contagio provino de Oriente. Algunos autores hablan de una embajada romana que pudo llegar hasta China y allí traer la enfermedad. Otros lo vinculan con las tropas romanas que con el co-emperador Lucio Vero al frente habían combatido en Mesopotamia y allí se habrían enfermado algunos legionarios. El regreso de las tropas atravesando todas las provincias del Imperio, fue dejando un reguero de afectados, que finalmente alcanzó al propio Lucio Vero, provocando su muerte. Una vez llegada la enfermedad a Italia, su propagación por todo el Imperio solo tuvo que utilizar el vehículo de globalización que Roma había manejado para gobernar su gran imperio: las calzadas. Desde Mesopotamia hasta Britania e Hispania, ningún territorio de los casi 50 millones de habitantes que poblaban el Imperio Romano de finales del siglo II d.C. quedó libre de la infección. Es por eso por lo que la peste antonina se considera la primera “epidemia global” de la Historia de la Humanidad.

Podemos imaginar que el desconocimiento, las circunstancias sanitarias y las difíciles condiciones de vida fueron factores determinantes para la propagación de la enfermedad. Pero también es la primera vez que tenemos testimonios de la actuación que los rudimentarios médicos de la época para tratar de atajar la transmisión de la enfermedad. Hasta este momento, Roma no había tenido que enfrentarse a un fenómeno de “pestilencia” que afectara globalmente y durante el mismo periodo a todas las regiones del imperio. La actuación política también fue determinante para evitar el colapso de las ciudades, de la economía y de la población. En la Vida de Marco Aurelio se describe el panorama diario en las calles: “se presentó una peste tan atroz (tanta pestilentia fuit) que se tenían que sacar los cadáveres de la ciudad en vehículos y carretas”. Pero a continuación, se refieren las leyes que se aprobaron para evitar que la enorme mortandad paralizara al imperio.

Y esto es lo que debemos tener en cuenta para poder mirar hacia adelante. La “epidemia antonina” duró varios años, en buena parte porque los medios y los conocimientos no permitieron más que ir paliando paulatinamente sus efectos. Sin embargo, superado el episodio puntual y, a pesar de otros casos aislados que pudieron producirse en los años siguientes, el Imperio Romano continuó adelante. La sociedad romana volvió a levantarse, la economía continuó su actividad cotidiana, la política siguió rigiendo los intereses del pueblo y de los grupos privilegiados y Roma no se colapsó ante una crisis sin precedentes hasta ese momento. Por eso la Historia no solo nos sirve recuerdo de lo que hemos sido antes, sino también como testimonio permanente de que la Humanidad ha salido siempre adelante de todos los episodios críticos que la han sacudido. Es momento este también de mirar a la Historia para conocer, aprender, mejorar y, sobre todo, tener esperanza.

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