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Piraterías
Dice el Diccionario de la Real que piratería es la acción o actividad que consiste en asaltar los barcos en alta mar o en las costas para robar lo que contienen. Dudo mucho que la intención de Greenpeace fuera la de asaltar el barco de Repsol para apropiarse de los calzoncillos de su contramaestre y otros similares tesoros. Por eso entiendo que la insistencia de los corifeos del PP de tildar el abordaje a las lanchas de Greenpeace como heroico acto para evitar la piratería no es más que un obvio mecanismo de propaganda. Es cierto que el derecho del mar califica como piratería cualquier asalto a un barco, o la subida al mismo sin contar con la autorización de su capitán. Pero calificar a los activistas de Greenpeace de piratas parece un exceso verbal de las autoridades españolas. En su afán por presentarnos a los ecologistas como bucaneros, y justificar la intervención, el subdelegado del Gobierno en Tenerife dijo ayer que llevaban arpones (se refería a los garfios para escalada) y le faltó al hombre ponerle parches en los ojos y patas de palo a los activistas. Puestos a seguir con la metáfora bucanera, a mi me parece mucho más pirata el entramado Gürtell, los sobres de Génova, los 45 millones (de euros) de Bárcenas en Suiza, o las trapisondas púnicas. Si los de Greenpeace son piratas, lo serán a escala playmobil, comparados con estos filibusteros que han amasado un verdadero botín con lo que nos roban a los ciudadanos.
Es verdad que hay un punto farruco, provocador y aventurero en las técnicas de Greenpeace, un punto que tiende –en muchas ocasiones- a situarse por el lado de allá del borde de la legalidad y -en otras muchas- a forzar los argumentos, a veces hasta el extremo de la caricatura. Por su arrojo en la defensa de lo que creen cuentan con mi simpatía. En un mundo en el que nadie se moja (no es literal) no es malo que haya jóvenes –y no tan jóvenes- realmente comprometidos con lo que defienden y dispuestos a jugarse el tipo en lo que hacen. En cuanto a los argumentos de Greenpeace, algunos me parecen más consistentes que otros. Me pasa también con los míos.
A los Gobiernos de derecha les gusta tirar del Ejército para resolver sus problemillas de imagen: aún recuerdo la ridiculez aquella del asalto a Perejil, presentada por la televisión de Aznar y equipo mediático habitual como un nuevo desembarco en Normandía. La respuesta del Estado a las actuaciones de Greenpeace es otro episodio de esa tendencia de la derecha a abusar de lo militar. Hacen mal. Después de 35 años de acatamiento de la Constitución y de mantenerse alejado de la política, el Ejército es hoy la institución más valorada por los españoles, por encima de los Gobiernos, la judicatura, la monarquía o la iglesia. Meter al Ejército en la historieta de Repsol ha sido de una enorme torpeza: la Armada no debería usarse para disolver protestas políticas (eso es lo que era la acción de Greenpeace) como si fuera la policía antidisturbios. Retener el barco en el muelle de Arrecife y multar a la organización con una suma absolutamente exagerada son otra forma de atraer la atención internacional sobre un conflicto que –lo sabemos todos- arrancó como un conflicto político y sigue teniendo intenciones claramente políticas.
La respuesta del PP es otra manifestación más de cómo funciona un Gobierno incapaz de hacer frente a las cosas importantes que preocupan a la ciudadanía, pero que se comporta cada día de forma más autoritaria con los débiles y más cobarde con los fuertes. Es muy fácil sacar pecho contra los jipis idealistas de Greenpeace. Pero para hacer cumplir la legalidad en Cataluña, o para cobrarle a los bancos la factura por la crisis, o para limpiar de basura la propia casa, hace falta algo más que escudarse detrás de la Armada.
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