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Rajoy no es tonto

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Los asesores de comunicación de la derecha española son unos fenómenos. Sí. Unos auténticos cracks. Han conseguido que la inmensa de la mayoría de la población crea que Mariano Rajoy es tonto y que el PP parezca un partido a la derecha del Frente Nacional de Le Pen. Lo han hecho bien. De escándalo. Han creado la ilusión con una campaña de comunicación impecable. Hay que tener en cuenta que hablamos de profesionales de colegio de pago y máster en los USA. Y eso se nota. Chapó por ellos. Sin duda alguna se merecen la morterada de dinero público que cobran. Dinero al que no le hacen remilgos. Porque a los liberales, lo único que no les produce asco del Estado es la ingente cantidad de dinero que generan los impuestos que paga la masa doliente.

Sale en twitter cualquier descerebrado levantando el brazo derecho mientras, con el izquierdo, sostiene una bandera de esas de las del pollo y arde internet. Aún más cuando se conoce que el 'susobicho' es el que más mea en las Nuevas Generaciones de cualquier población de las profundidades hispanas. La diputada pija con papa cacique manda a la mierda a los parados y la progresía ruge con furia. La subdirectora de estado de movidas varias escupe que la reproducción asistida no es un derecho, sino un privilegio y al rojerío se le retuercen las tripas. La alcaldesa de la población X rebuzna que las bibliotecas no dan dinero y uno no sabe si reírse por la ocurrencia o empotrar la bandeja de la cena contra el plasma aunque aún queden por pagar el 80% de las letras. Sale la cara de cualquiera de los integrantes del Consejo de Ministros en la tele y surgen instintos básicos de barricada y cóctel molotov.

A nadie se le escapa que las políticas ideológicas del PP tienen fecha de caducidad. Y los 'populeros' lo saben. Gallardón es consciente de que la Ley del Aborto o la recuperación de la cadena perpetua, bajo el eufemismo de prisión permanente revisable, tienen fecha de caducidad. El próximo descalabro electoral del PP las mandará al olvido; serán sólo un paréntesis vergonzoso en nuestra historia legislativa. A Wert se la sopla que su ley educativa se vaya a la basura en cuanto cambie el juego de las mayorías. Lo tienen claro. De sobra. Pero es necesario crear ese clima de cabreo social para lo que, de verdad, importa entre así, sin vaselina; sin casi darnos cuenta. Es necesario generar el shock que aturda a la sociedad para no sea consciente de lo que el peperío ha venido a imponernos por encima de catecismos, porrazos de antidisturbios o buenas costumbres de las de antes.

A los neoliberales no les importa nada ese derecho a la vida que enarbola el integrismo católico, las buenas costumbres ni, mucho menos, la calidad de la enseñanza que reciba la gentuza que no tiene dinero para pagar un colegio donde se enseñe y se aprenda como Dios manda; es más, saben que una masa de población con niveles culturales a la altura del betún garantiza esa legión de mano de obra barata necesaria para la construcción del modelo liberal. Pero este giro insoportable hacia la extrema derecha, disfrazado de moralidad y meritocracia, crea las condiciones de desorientación social necesarias para la imposición de lo que realmente importa. Su credo económico; su sociedad injusta; su modelo basado en la especulación financiera sin control; su futuro implacable de miseria planificada para la mayor parte de la población.

El shock que propició la primera reforma laboral fue la profundidad de la crisis y el pánico al desempleo y la pobreza. Esto bastó para superar la escasa resistencia de un país que parece que aún no se ha recuperado borreguismo traumático del franquismo. En un contexto de supuesta recuperación económica hay que crear otros shocks que abran camino. Mientras el cuerpo social intenta encajar el mayor retroceso en libertades democráticas de este país desde el golpe de estado de 1936, nos colarán, casi sin darnos cuenta, sus verdaderos objetivos.

Ante el escándalo que supone la retrógrada ley del aborto, no nos daremos cuenta de la privatización de la gestión de Paradores Nacionales; mientras nos tiramos de los pelos ante la primera sentencia a prisión permanente de cualquier desgraciado, algún amigote de toda la vida comprará Renfe por la décima parte de lo que costó la red de Alta Velocidad; el día que nos revolquemos por el suelo por la encarcelación de algún manifestante o activista social en aplicación de la vergonzante Ley de Seguridad Ciudadana, nos colarán por debajo de las piernas la privatización de AENA; en el momento en el que los medios pongan el acento en la declaración de la Fundación Francisco Franco como entidad de interés social, culminarán el traspaso de la Sanidad a manos de empresarios afectos; justo cuando el Telediario nos ponga, a la hora de la cena, que otra familia ha muerto por comer comida caducada de la basura, nos despojarán de los pocos derechos laborales que aún nos quedan.

Es probable que las leyes sobre el aborto, la educación o la cadena perpetua, se abolan a los pocos meses del cambio de siglas que, según van indicando las encuestas, nos viene. Lo que será difícil es recuperar las pocas joyas de la abuela que aún nos faltan por vender. Bastan 176 diputados para tumbar los delirios legislativos del PP. Pero deshacer la legislación laboral, construir un marco fiscal donde los que más ganan paguen más o recuperar la titularidad pública del patrimonio del Estado saqueado por los neoliberales no será tan sencillo. Aún más cuando el principal partido de la oposición ha perdido la valentía para, siquiera, alzar la voz ante tanto saqueo; ante tanta impunidad; ante tanta cara dura.

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