Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Quién rompe la vajilla? por Octavio Hernández
La vajilla va a romperse. Está claro para quien quiera verlo: el PSOE no se recupera, se hunde. Aquí mismo, en Tenerife, donde escribo, da la sensación de que es un partido condenado a desaparecer, a la irrelevancia, y en las demás islas no va mucho mejor. El PP se quema, sí, pero el PSOE está podrido. Y por eso las elecciones gallegas serán la tumba política de Rubalcaba si Feijóo obtiene mayoría absoluta. Pensándolo bien, ¿qué ha cambiado en Asturias? ¿Qué ha cambiado en Andalucía? Nada esencial. Los nuevos electos siguen actuando como bomberos incendiarios: la institucionalidad que los rodea está ardiendo y los abrasa en sus poltronas; cuando quieren apagarla sus palabras son humo. Es como Coalición Canaria, pero a lo grande. Se mire como se mire, la realidad es que el bipartidismo está agotado, la recesión se lo lleva por delante. Esto significa que el sistema de turnos, en un momento crucial, se ha atascado. La gente se queda tirada y no ve alternativa en ninguno de los grandes partidos unionistas que han pasado por los sucesivos gobiernos de alternancia. Significa desestabilización política, ruptura institucional, quiere decir que la Constitución de 1978, la monarquía y el estado autonómico tienen fecha de caducidad, aunque obsolescencia no programada. Quiere decir desorden, a veces caos y violencia. Depende tanto de la represión y la manipulación, como de la organización y la repolitización del conflicto entre la gente corriente. Para muchas personas, la ligazón entre su situación personal y la del Estado nunca habrá sido más transparente, más clara e insoportable. La marca España, la de verdad, es que los reales decretos producen crímenes y no es exagerado decir que muere gente por lo que sale en el boletín oficial.
Asistimos a una forzada proletarización en todos los ámbitos, que no es un cambio de clase social, sino una caída del caballo para quienes creían que la clase media era algo más que el envoltorio engañoso del salario medio. Lo más interesante es la proletarización acelerada en los sistemas públicos: esos trabajadores ya pueden llamarse obreros sin mirar para otra parte, porque lo son o pronto lo serán, en activo y en el paro. Pero todo esto continúa sucediendo detrás de una cortina de mentiras que tiene oídos agradecidos en las falsas esperanzas de conservar algo del modo de vida que, definitivamente, va a desaparecer. A quienes no se den por enterados, se los repito: la vajilla se tiene que romper en algún momento, lo que estamos viviendo no es la normalidad, sino un compás de espera al desastre. No un desastre retórico, sino uno de verdad. Los gestores públicos, en todos los escalafones, lo saben y se preparan para eludir responsabilidades a la vez que firmarán los despidos, aplicarán los recortes y se llevarán por delante el futuro de una o dos generaciones. Es el fin de una época, la liberación desordenada de fuerzas sociales inmensas, movidas por las pequeñas historias de nuestras pequeñas vidas, puestas en común.
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