Ruido y furia en Palestina

0

La vida es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y furia que no tiene ningún sentido, así se lee en Macbeth. Conocí Israel en 1985 y no voy a decir que vi un lugar hermoso ni pintoresco, pero lo que yo conocí fue el lugar más emocionante que podía imaginar. Con una luz de Jerusalem peculiar y sin parangón.

En Viena había un folletín, la Neue Freie Presse, que se difundía en buena parte del imperio austrohúngaro, que tenía un redactor llamado Theodor Herzl. Stefan Zweig lo conoció en 1901 y lo caracterizó como la primera personalidad de talla mundial con la que se encontró cara a cara. Y mira que Zweig, como Proust, eran judíos ricos que solo hacían escribir y conocer gente rica o relevante.

Herzl había tenido una idea para poner fin al problema judío, uniendo para siempre el judaísmo con el cristianismo mediante un bautizo voluntario en masa. Imaginaba a miles de judíos austriacos entrando en la iglesia de San Esteban para salvar en un acto simbólico al pueblo perseguido y sin patria de su maldición de segregación y odio. Herzl era por entonces una naturaleza templada con respecto al sionismo.

Pero Herzl fue enviado a Paris como corresponsal a seguir el caso Dreyfus. Y allí entendió que para los judíos era imposible la asimilación, la tolerancia y la integración. Era necesario fundar una nueva patria, en la vieja tierra de Palestina. Herzl en el asunto Dreyfus llega a la conclusión de que no están condenando a un oficial judío sino a todos los judíos.

Convertido al sionismo, escribió una obra menor, El Estado Judío, donde anima a los judíos a organizarse para tener su propio territorio. Para eso y desde entonces había que inaugurar instituciones y lugares donde ser escuchados y representados. Herzl no es cualquiera en el prontuario del sionismo sino el punto kilométrico cero de ese movimiento.

Joseph Roth era amigo del alma de Zweig. Este lo ayudó hasta cuando pudo porque gustaba de decir en Ostende, lugar donde compartieron el último verano antes de la guerra, que no salía del café donde bebía, y no iba al mar de la misma forma que los peces no vienen al café.

Escribió la Marcha Radetzky, que según Vargas Llosa es la mejor novela política que ha caído en sus manos. La marcha la compuso Strauss no para ser tocada en el concierto de primero de año, sino como homenaje a un mariscal austriaco que defendió al imperio en 1848 en Italia durante la revolución que sacudía toda Europa. En ese libro se vivisecciona al judío europeo dejando claro cuán miserable era el judío europeo oriental.

Roth cuenta cómo había judíos ricos de cuna en Occidente y cómo en el Oriente del imperio austrohúngaro los judíos eran diferentes y hasta qué punto eran huéspedes incómodos para sus propios correligionarios de occidente, lugar donde no tenían patria sino tumbas en cada cementerio.

Herzl inauguró la diplomacia hebrea. Visitó al Kaiser y al Sultán pidiendo ayuda para que los judíos tuvieran un sitio en el mundo. En tercer lugar, se dirigió a Chamberlain y recibió una oferta que llegó a ser debatida y rechazada en un congreso sionista: los judíos podían asentarse en Uganda. En una visita desesperada, e incluso atrabiliaria, visitó o lo intentó, al canciller austriaco Schuschnigg, que había convocado un referéndum para consultar a los austríacos sobre la anexión al Reich. Esta consulta estaba programada para un día antes de que Alemania invadiera Austria. Roth quería impedir la invasión con una solución monárquica, Otto de Habsburgo, hijo del último emperador.

Perseguir judíos no es un invento del nacionalsocialismo. Estos lo perfeccionaron. El problema viene de antes y nos lleva a preguntarnos dos cosas. La primera, si el antisemitismo alimentó de forma definitiva y decisoria al sionismo. O preguntado de otra manera, si los judíos no hubiesen sido perseguidos, ¿existiría el problema de Palestina tal como hoy se manifiesta? La segunda pregunta trata de conocer si con más diplomacia, más allá de la diplomacia de guardarropía de alguien como Roth que no pasaba de ser un escritor conocido, la suerte del conflicto hubiera sido otra.

Las emigraciones masivas de judíos a Palestina eran actos repetidos y recurrentes en respuesta a actos de asesinato o discriminación. Mucho antes del holocausto. La primera vez que sucedió con intensidad fue en Rusia en 1880; luego, sin terminar el siglo XIX, en Ucrania y Bielorrusia, luego en Polonia, y luego ya escapaban del nazismo. Ataques a diario desde el parlamento y desde el púlpito, impuestos específicos para judíos, hasta en Argelia se les perseguía. No disfrutan de igualdad ante la ley, no se les permite ocupar ciertos cargos y luego la economía, con las consignas de no comprar a los judíos. Antisemitismo salvaje y sionismo larvado.

En una ocasión leí que aquella comunidad que tenga una diplomacia que sea eficaz ante los judíos y ante el Vaticano es imbatible. Ya vimos la macabra diplomacia del buen escritor y buen bebedor que fue Joseph Roth. Observando a Roth se pudo hacer alguien la ilusión de que el sionismo iba a ser sobradamente diplomático.

Cuando la partición de 1948 les faltó la diplomacia en primer término con sus hermanos los cientos de miles de árabes que tuvieron que migrar de forma forzosa a Cisjordania, Gaza y a los países árabes contiguos. No sabemos si no tenían diplomacia o no tuvieron tiempo de implantarla porque, apenas puestos los pies en Palestina, ya estaban en guerra. Pero era lo primero que debían haber resuelto. La difícil convivencia. Conocían a Mark Twain, nunca dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana. Pero pasado mañana sería lo deseable, si el horror es inevitable, que al menos cada vez que se enfrenten no haya tanto niño palestino muerto. Ruido y furia.

Etiquetas
stats