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Como a un trapo

Cristóbal D. Peñate

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La gente de orden está convencida de que el PP es más respetuoso que Podemos, pero yo no lo creo. He escuchado a mucha gente de derecha llamar peyorativamente El Coletas a Pablo Iglesias. En cambio, nunca he escuchado a nadie de Podemos llamar El Barbas o El cuatro ojos a Mariano Rajoy de manera despectiva.

Eso significa que las apariencias engañan, que no todos los perroflautas son malcriados ni todos los señores embutidos en chaqueta y corbata tienen una buena educación, aunque hayan estudiado en colegios elitistas de pago.

Muchos tienen prejuicios cuando hablan de los jipis y de los chicos altos de Tenerife que se peinan con rastas. Es famosa aquella foto en la que se veía a Rajoy en su escaño del Congreso de los Diputados con cara de estupefacción cuando pasaba a su lado Alberto Rodríguez, el diputado de Podemos por Santa Cruz de Tenerife.

Hay gente que cree que el verdadero patriotismo consiste en menospreciar al compatriota que piensa, viste y se peina distinto a él. Lo único que han sacado los autodenominados patriotas, que yo denomino patrioteros, es aumentar la facturación de las tiendas de chinos y del Kilo de San Bernardo, que durante los últimos días han vendido más tela rojigualda y banderas españolas que durante la final del Mundial en la que Iniesta goleó a Holanda en la prórroga y nos hizo campeones. Esos días de euforia deportiva son los únicos en los que los españoles de uno y otro bando son capaces de abrazarse efímeramente en la calle, aunque tomarse previamente unas copas ayuda lo suyo.

Hay patriotas que presumen de serlo, pero luego se llevan el dinero a Suiza o a Panamá, a pesar de que lleven la banderita nacional en la correa del reloj. Creo que Rajoy ha sido el peor presidente que ha tenido España en los últimos 40 años de democracia. Sin embargo, barrunto que lo pasaría bien con él viendo un partido por la tele en un bar tomando unas cervezas o unos vinos. Una cosa no quita la otra.

De hecho últimamente lo estoy emulando en esa táctica tan suya que consiste en no hacer nada, en quedarse parado ante cualquier problema que enfrenta. Ese quietismo de Rajoy, esa pasividad suya de don Tancredo, la he aplicado a mis pequeños problemas domésticos. Hacía tiempo que me goteaba la cisterna del váter y no llamé al fontanero. Esperé pacientemente a que se arreglara sola y el problema se solucionó sin mover un dedo. Un día, por arte de birlibirloque, dejó de gotear. No creo que el problema secesionista de Cataluña se solucione de igual manera, pero por lo pronto yo ya me he ahorrado los honorarios del fontanero.

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