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Llanto por la Biblioteca Pública

Teo Mesa

Pésima, una muy triste lamentación, ha sido la noticia de la sentencia en firme del Tribunal Supremo, que ha dictado la demolición de Biblioteca Pública del Estado, en Las Palmas de Gran Canaria. Este fallo judicial es un bibliocidio. El derribo hará que la urbe grancanaria se quede sin este referente cultural, tan importante para todos los usuarios de este imprescindible servicio bibliográfico, que usan escolares de primaria, estudiantes de secundaria y universitarios y otras gentes, que van a leer en sus didácticos salones. Todos acuden a esa ilustrada instalación a estudiar y leer los cultos contenidos que atesoran en sus páginas las ediciones que consultan. Los libros de esta república de las letras, que en sus dependencias se custodian, son para uso común de quienes lo soliciten, y tienen como fin enriquecer su personal formación. Y con ello, la riqueza cultural de los pueblos.

Todo este esperpento es debido a la ácrata persistencia de la comunidad de vecinos de la finca urbana del edificio 'San Telmo', instalado en su trasera. Que por tercera vez, y ante la denegación de ese derecho a no ser construido, por ser zona ajardinada, el Tribunal Supremo, le da la razón y confirma el derribo inapelable del singular edificio. Excelente construcción en su diseño estructural de los volúmenes; y sobremanera, por contar en su continente con un prolífico caudal de materia cultural inigualable.

Los querellantes vecinos, sus familiares, hijos y nietos, y todo el pueblo en general, son los pueden hacer uso de este bastión del saber, y debían ser conscientes del irreparable daño que se hacen propiamente, con el derrumbe de este templo cultural; y muy especialmente, a todos los jóvenes usuarios de las salas de estudio y lecturas.

Esta doliente sentencia aflige a todo aquel que vela por una sociedad culta, de valores engrandecidos por la formación en cada personal. Dicha formación pedagógica están inherentes en los textos bibliográficos allí existentes. Si desaparece ésta o cualquier otra biblioteca, se anula y frustra radicalmente la sabiduría de un pueblo. La ciencia y el humanismo son las mayores riquezas con las que cuentan las naciones, los pueblos, las gentes. El saber hace que todo fluya en una sociedad mediante la paz y la sensatez, en cordura y moderación en los hechos sociales, en respeto y reflexión, el humanismo y la ética, y los valores democráticos en razón ecuánime. Nos regalan educación, nos enseña ante la vida y nos crean una conciencia libre, culta y una peculiar personalidad. Un libro cerrado es un montón de papeles impresos, que no sirven más que para ocupar espacio, si lo leemos, le damos el sublime valor que entrañan. Igualmente si se destruye una biblioteca.

Bien es verdad, que la letra de la sentencia alega, que ese lugar es contrario a toda edificación, por eliminar zonas verdes y la pérdida de vista del Atlántico (que paradójicamente, solo ven una porción del paisaje). Los afectados vecinos tienen razón según la legalidad. Pero, sin embargo, debían sopesar reflexivamente, que se trata de una edificación cultural. Solo abre los días laborables. No emite ruidos, ni contaminación, y además, les libra del escandaloso ruido intensivo, durante todo el día, de los motores de los vehículos que atraviesan la Avenida Marítima, que tienen frente a ellos. No creo que estén todo el día oteando el océano (el trozo que pueden ver). Todo este embrollo ha sido un exaltado pulso contra los ediles del Ayuntamiento, y no iba a quedar, por orgullo patriota, en una causa perdida. Aún a sabiendas, los reclamantes, de la ruina que producía a la cultura y a las arcas públicas con el derribo.

Esta biblioteca es un lujoso emporio pedagógico, que tienen junto a sí los molestos y despechados vecinos del inmueble. Además, es un beneficio común para el conocimiento, la formación y la cultura individualizada, y de uso popular de toda la población laspalmeña, y eso son palabras mayores. Pero la vecindad de la finca se sentía ultrajada por los anteriores ediles, que a sabiendas de la prohibición constructiva, en 1997, fue autorizado el proyecto del Ministerio de Cultura, por el alcalde y concejales de turno, que en la arrogancia y soberbia que caracterizan a algunos de estos funcionarios eventuales, hacen tábula rasa en sus caprichosas actuaciones munícipes.

Quizás, los convecinos de la propiedad urbana prefieran una terraza con su chiringuito (que tan de moda está, con los 'emprendedores', a que les anima el Gobierno rajoniano); o bien, opten por recuperar un pequeño parque con zona verde, para sacar a los amados perritos a miccionar y excretar, sobre los verdosos suelos de 'su propiedad cuasi particular'. O igual, de ahí su persistencia, antes lo físicamente natural (de los perritos), que la cursi y antigualla cultura.

Esta extrapolada sentencia, con todo respeto y modo de ver, señalará a los vecinos demandantes del edificio afectado de ser culpables del hurto de un bastión de la cultura a las gentes de nuestra ciudad. Que dicho sea también, no brilla de esplendor.

Si bárbaramente es derribado este santuario de la cultura, por su valor constructivo y excelso contenido del saber, quién lo debe pagar. Como es habitual que pague el erario público los desperfectos –o sea, todos los ciudadanos–. Los estropicios de los desmanes de los políticos serán a cargo de todos los contribuyentes, tanto en su construcción como para su destrucción. Por qué no asumen la responsabilidad del cargo y las aprobaciones municipales indebidas, los ediles que permitieron esta anomalía. Ellos se irán de rositas y los demás que se jeringuen.

No obstante, apelo al Gobierno Central, para que razone ante el execrable impropio e insólito derribo, que atenta contra la educación de los ciudadanos. Sería un caso único en la historia de este país. Ejecutivo, que tiene que velar por la formación y educación de los ciudadanos del país, debe otorgar en gracia cultural, un INDULTO A LA BIBLIOTECA PÚBLICA. Máxime, cuando en dicho Consejo de Ministros, se sienta quien es el responsable principal de esta tropelía legislativa, por haber construido en suelo prohibido. A ahora, inexcusablemente, debe abogar y defenderla a capa y espada, de su desaparición.

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