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La otra cara del Carnaval

Salvador García Llanos

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Domingo de Carnaval, jornada apocalíptica. Canarias aislada. Muy atrás en el tiempo deben estar situaciones parecidas de impotencia, de desespero, de proliferación de imágenes que cuesta digerir, de informaciones apresuradas, superpuestas o contradictorias, un guasapeo inacabable, una atrevida recopilación de imágenes obtenidas o editadas en dispositivos móviles de todas clases, de no creerse lo que está sucediendo...

Y eso que parecía que la cosa funcionaba. Administraciones diligentes que tomaron medidas cautelares o suspensivas; agrupaciones festeras que se las tomaron en serio y las respetaron; propietarios y administradores de negocios que se resignaron porque es difícil luchar contra los elementos; trastornos, claro; traslados forzosos, búsqueda apremiante de alojamientos, primero las personas... Las islas, incomunicadas por tierra, mar y aire. Porque había carreteras cortadas y se registraron atascos kilométricos. El fuego, en focos diferentes. Desprendimientos que hacen crujir el suelo y el paisaje. Los servicios públicos, teniendo en cuenta la multiplicidad de los lugares de los hechos, la naturaleza y las dificultades para operar, dieron una respuesta estimable.

Adivinaron la insolidaridad y el irrespeto, como subterfugio para la controversia política; pero la atajaron a tiempo. Aunque es probable que haya derivadas ulteriores. Bueno, lo de siempre: para unos, en caliente duele más. Para otros, la heterogeneidad de enfoques igual sugería aguardar o tener mejores elementos de justificación... de interpretación y de juicio. Pero se admite que es difícil la priorización: hay quien no supedita la diversión y el jolgorio a lo serio, a lo que de verdad debe importar.

Las horas del apocalipsis discurrieron lentas en horas de la tarde del domingo carnavalero. El impacto negativo se residenció en puertos, aeropuertos y hoteles. Pero mucho más en las incertidumbres de cada incendio, de cada alojamiento provisional, de cada llanto, de cada dificultad para moverse, de cada carencia informativa...

Las máscaras, los disfraces, el ritmo y todas esas cosas cedieron ante los contrastes de la naturaleza que no entiende de murgas ni de comparsas ni de bailes ni de desfiles. Las islas tenían que ser un derroche de alegría y desenfado. Pero la conjunción de las adversidades metereológicas pudo más y quebró planes. Gracias a las previsiones. De algo tiene que servir todo lo ocurrido. Aunque la ciudades y los pueblos estuvieran tristes, apesadumbrados, apagados, ocupados en otros menesteres. A ver si todavía hay quien duda del cambio climático.

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