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El predicador

El abogado Nicolás González Cuéllar.

Ángela Darias

“¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame quitarte la paja que tienes en el ojo, cuando tú mismo no ves la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Lucas 6, 42). Con el versículo del discípulo de Pablo de Tarso, comenzaba sus conclusiones finales Nicolás González-Cuéllar, el abogado del magistrado suspendido Salvador Alba. Eso y una breve referencia de solapa de libro a Un Mundo al Revés de Rudolf Arnheim.

Lucas continúa pero González-Cuéllar solo leyó hasta ahí. Continúa, digo, con una enseñanza muy bien contada en el Evangelio según San Mateo, un arrepentido del sistema tributario: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis” (San Mateo 7, 15-20). Y no hablaba, precisamente, el hijo del carpintero de la doctrina del fruto del árbol envenenado. Sustituyan uvas e higos por REC 1 y REC2 o por REC 4 y ahí tienen la raíz de la defensa de González-Cuéllar. Las grabaciones de Ramírez que, según el letrado, ni son todas las que están ni están todas las que son y que, a su criterio, vician el procedimiento de nulidad.

Por sus actos los conoceréis… Y, añado yo, por sus palabras también. Las palabras que, según un viejo profesor mío de Derecho, nunca, nunca son inocentes. Y algunas que se han pronunciado en las cinco jornadas de vista oral son reveladoras: retratan a quien las dice e inmortalizan una manera de pensar como una cámara fotográfica congela un instante. González-Cuéllar tiene una virtud innegable: maneja la pirotecnia verbal con destreza. Pero es esa misma destreza la que lo muestra tal cual, como el líquido de revelado desvela la imagen de la película fotográfica. Si quieres saber cómo piensa un hombre, déjalo hablar. Y González-Cuéllar habló durante casi hora y media.

Llamativa (e intencionada, a mi juicio) fue la manera en que se dirigió a alguna de las acusaciones: “Mi querido e ilustre compañero de la defensa”, dijo. De la defensa. La misma fórmula que repitió su representado en su derecho a la última palabra. Como si tres años y cinco portadas de El Mundo después, Victoria Rosell tuviera que seguir defendiéndose de algo; como si no estuviera demostrado que la Fiscalía de Las Palmas vulneró su derecho de defensa y el de acceder a un cargo público en condiciones de igualdad; como si el Tribunal Superior de Justicia de Canarias no hubiera archivado la querella de José Manuel Soria; como si, como si… hubiese una viga en su ojo. Como si todos fueran la misma cosa. El mundo al revés de Arnheim sobre el que luego me detendré.

A lo que vamos: al lenguaje. Casi al final de la exposición de sus conclusiones, al argumentar que no es imputable a Salvador Alba ningún tipo de padecimiento de Rosell, González-Cuéllar remató: “Ella decidió meterse en política. Nadie le obligó a presentarse como candidata del partido político Podemos. Es una decisión muy respetable pero meterse en política tiene un problema y es que se queda uno sujeto a la exposición pública y a la crítica de una forma mucho más intensa que si se ocupa un cargo judicial […] Y, desde luego, no parece que se haya sufrido tanto en la etapa anterior en la política cuando se vuelve a reincidir en ella”.

Sí. Había muchas maneras de decirlo: se vuelve a presentar, se vuelve a ser candidata, se vuelve a postular como… Pero González-Cuéllar utilizó el verbo reincidir. Con la connotación negativa que lleva aparejada: “Volver a caer o incurrir en un error, falta o delito”. Una sola palabra y te retratas. “Por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado”, dijo el de Nazaret (San Mateo 12, 37) Lo podríamos decir de otra manera, con ayuda de Humboldt: “Lenguaje es pensamiento. Pensamiento es lenguaje”.

Las palabras nunca son inocentes.

Y si no que se lo digan a Arnheim y su mundo al revés, editado por Pepitas de Calabaza. Comienza la novela:

Control de aduanas –había dicho–. ¿Lleva usted opiniones formadas sobre las instituciones de la vida humana?

Al cabo de un rato le contesté:

Forman parte de lo imprescindible de mi equipaje.

¿Tiene usted la costumbre o el propósito de exponer esas opiniones públicamente, venderlas o cederlas a terceros“.

Tenía esa costumbre… pero ya no tengo el propósito de hacerlo. No merece la pena.

Así es como el protagonista de la novela fantástica de Arnheim se adentra en el mundo al revés. Déjenme que haga un spoiler o un destripe, como prefieran. Al final del libro, el hombre acaba convirtiéndose en un habitante más de ese mundo... por amor. ¡Ay, el amor y las palabras de amor! También nos delatan, incluso a los abogados defensores cuando están en el estrado. Al poco de empezar su exposición, dijo González-Cuéllar dirigiéndose al tribunal: “Me voy a permitir sugerirles la lectura de un artículo doctrinal de Alba Rosell Corbelle…” A partir de ahí, pocos escucharon lo que seguía. “Ha tenido un lapsus”, murmuraban unos. “Se ha equivocado”, pensaban otros. “Es su pareja”, zanjaron los de la wifi en el móvil y acceso a Facebook.

Mira que las palabras son puñeteras.

Mientras, González-Cuéllar seguía hablando: “… publicado en el diario La Ley, número 9111, 2018 sobre el valor de las grabaciones de los delatores ante el derecho de defensa, unas conclusiones a la sentencia del Caso Guateque…”. Con un par. Hay catedráticos que se autocitan; otros hacen lo González-Cuéllar: entre toda la jurisprudencia y artículos existentes, recomienda uno de su pareja, graduada hace pocos años, a tres magistrados con amplia experiencia.

Termino este artículo con un solo deseo: “Que fluya el Derecho como las aguas y la Justicia como arroyo inagotable” (Amós 5, 24). Pongamos el mundo al derecho.

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