De las sentencias (y de los veredictos) se puede discrepar una vez acatadas (y acatados). El veredicto del jurado sobre el caso de los trajes es un churro, y de ese churro saldrá los próximos días un churro de sentencia por la que se absolverá a Francisco Camps y a Ricardo Costa del delito de cohecho impropio por el que han sido juzgados. Los nueve miembros del jurado popular que los ha juzgado no han considerado probado que recibieran aquellas dádivas en consideración a su cargo, uno presidente de la Generalitat y el otro diputado regional, por mucho que toda España haya escuchado las obscenas conversaciones telefónicas entre los acusados y los cabecillas de la trama Gürtel o por mucho que las pruebas dejaran meridianamente claro que ninguno de los dos pagó aquellas dádivas. La primera pregunta a formular al jurado, ya fuera de plazo y de objeto de veredicto, sería ¿en consideración a qué cree que recibieron esas prendas de vestir los señores Camps y Costa? ¿Por ser amiguitos del alma de los cabecillas de la trama corrupta que tanto se aprovechó de su cercanía al poder? ¿Por simple exaltación de la amistad? La justicia la imparten seres humanos y los miembros de un jurado son seres humanos que viven, transitan, aman y quieren encontrar la felicidad y un empleo en una región donde se premia con una mayoría absoluta un Gobierno que los ha arruinado y que se ha comportado de manera más que corrupta.