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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

La otra gran derrota de ATI

José Miguel Barragán, secretario general de Coalición Canaria.

Carlos Sosa

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La pérdida de poder continúa pasando factura a Coalición Canaria. No solo por la modalidad no presencial y más económica elegida para reunir a su Consejo Político, órgano formado por algo más de 100 dirigentes que debatieron este viernes por videoconferencia un asunto de tanta trascendencia como el voto de su diputada a la investidura de Pedro Sánchez, sino más que eso, por la pérdida de control de la tropa por parte del generalato.

Ya no hay puestos en los diferentes niveles de administración que puedan saciar estómagos con vocación de estar agradecidos, y eso lo ha empezado a notar el núcleo irradiador del partido, el que tiene su sede en la isla de Tenerife. Fueron sus dirigentes más destacados (José Manuel Bermúdez, Carlos Alonso, Francisco Linares…) los que desde el primer momento pusieron la proa al pacto suscrito el 12 de noviembre entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y lo hicieron por puro rechazo a Podemos, partido al que los líderes tinerfeños de CC responsabilizan de la pérdida de poder institucional en la isla, básicamente en el Cabildo y en los ayuntamientos de Santa Cruz y La Laguna. Y por pura antipatía ideológica porque todo lo que pueda situarse a la izquierda del PSOE, provoca ronchones en las delicadas pieles de los insularistas de la vieja e incombustible Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI).

Con sus manifestaciones contrarias a un acuerdo por la izquierda, los tres líderes tinerfeños de CC contradecían la estrategia de campaña que había desarrollado Ana Oramas para el 10-N: “Esta vez no habrá vetos ni líneas rojas”, repetía a quien quería oírla la más dicharachera diputada de la asirocada nacionalidad. Una estrategia puramente coyuntural marcada por el socio electoral, Nueva Canarias, al que no había que permitirle que se quedara en exclusiva con la etiqueta progresista que venían exigiendo para toda la organización sectores de CC en las islas orientales, incluida Gran Canaria.

Pero tanto Alonso como Bermúdez y Linares en realidad hacían el trabajo preparatorio de lo que debía ser y luego fue la postura oficial de CC en la isla de Tenerife: votar no a la investidura de Pedro Sánchez, de modo que cuando llegara el momento de tomar la decisión regional, Ana Oramas pudiera poner cara de circunstancias y de aceptación democrática de las directrices de su propio partido.

Pero a aquella reacción de Tenerife empezó a responder espontáneamente el resto de las islas con un movimiento de rechazo al rechazo a Pedro Sánchez. Una vez más, la primera voz discordante vino de Fuerteventura, donde Asamblea Majorera reunió a sus órganos para reclamar una abstención que al menos no impidiera la investidura del candidato socialista.

A Fuerteventura le siguió Lanzarote, donde ya se levantan voces muy influyentes partidarias de un cambio profundo en la cúspide de la organización que pasa necesariamente por cerrar el paso a Fernando Clavijo en sus pretensiones de convertirse en el próximo secretario general. O presidente ejecutivo, según terminen encajando los estatutos con sus correspondientes reformas.

La posición más llamativa ha vuelto a ser la de CC de Gran Canaria, cuyo líder local, Pablo Rodríguez, actual portavoz parlamentario, ha sido incapaz de manifestarse públicamente sobre algunas de las opciones democráticas disponible, jugando a colocarse en el bando que mejor parado pudiera salir. A sabiendas, eso sí, de que el sentir mayoritario de la organización en su isla era la de facilitar la investidura, aunque solo fuera con una abstención a regañadientes de Oramas.

Así las cosas, Tenerife daba por sentado que conseguiría imponer que el voto de Ana Oramas fuera negativo, por lo que solo quedaba desmarcarse de la estrategia conjunta de negociación con el PSOE que CC mantenía con Nueva Canarias. Para ello, los sesudos estrategas de la organización no tuvieron mejor idea que pedir un imposible: una bonificación del 60% a la cuota del IRPF lineal para todos los contribuyentes y la misma exención para el impuesto de sociedades, también para todo tipo de empresas radicadas en las islas. Para rematar la ocurrencia, CC pidió también que en las reclamaciones de la agenda canaria que habría de presentar junto a NC, se incluyera una reducción del 50% en todas las cuotas sociales, tanto para empresas como para autónomos. Una posición indefendible que rompió en dos la estrategia negociadora de los dos partidos canarios.

Liberada de ese yugo, la dirigencia tinerfeña de CC se dispuso a celebrar su consejo político en la confianza de conseguir su propósito de desmarcarse de la investidura o, en el peor de los casos, en convertir a Ana Oramas en la disputada diputada que rompiera el empate entre síes y noes. Para entonces, su voto junto con el del Bloque Nacionalista Galego, se había convertido en decisivo para el pacto de izquierdas. Todo se precipitó las últimas horas, y al tiempo que el BNG cambiaba su no a un sí sin detenerse en la abstención, el voto de Coalición Canaria se tornaba completamente inútil.

El nuevo escenario volvía a colocar a Pedro Quevedo y a Nueva Canarias como los únicos representantes de la agenda canaria en la nueva legislatura que se supone que ahora empieza, y a Ana Oramas y a su partido en una suerte de resentidos a la espera de recuperar el poder algún día.

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