El desparpajo es el comportamiento político habitual de Cristina Tavío. ¿Llueve? Ay, qué rico que llueve. ¿Truena? Ay, cómo me gustan esos truenos tan estruendosos. ¿Caen hostias como puños? Ay, me da la impresión de que alguien va a salir dañado. ¿Su partido colabora con los demás en cargarse la naturaleza en Granadilla? Ay, esas sebas que te arañan cuando te revuelcas en una ola. Pero sigue flotando como un nenúfar en la política tinerfeña, al pairo, como si nada fuera con ella. La han descabalgado de manera inmisericorde de los lugares más predominantes, la alcaldesa perfecta, la diputada perfecta, la presidenta insular perfecta? y hasta la candidata a sustituir a Soria más perfecta de todas las pluscuamperfectas. Una injusticia solo propia de los partidos políticos españoles, sectas en peligro de extinción que, en lo que los extinguen, son los que mamandurrian. A Tavío, a ver si entramos ya en el bollo del cogollo del meollo, nos la desautorizan permanentemente, ora nombrando a sus más conspicuos adversarios internos, ora colocando a sus leales a marcarla con cara de perro. Cuando no, como es el caso, la mandan a camuflarse entre el follaje una temporada en lo que pasa la última ocurrencia del partido que en Tenerife dirige ahora Manolo Domínguez.