Pero vayamos a los méritos. A Solano, ave de paso como ninguna otra, se le puede atribuir haber dejado a la comisaria provincial, Sagrario de León, manejar el cortijo a su antojo, con resultados calamitosos que permanecerán años en las entrañas del cuerpo. O no haber defendido la permanencia de la comisaría de Vecindario o el polémico traslado de la comisaría del distrito centro. También opera a su favor haber impedido que jueces y fiscales de toda España pudieran visitar el Centro de Internamiento de Emigrantes (CIE) de Barranco Seco, o haberse remangado en el puesto fronterizo de Gando para sellar pasaportes al comprobar los graves contratiempos para los usuarios. Claro que puestos a encontrar méritos, o más bien compensaciones, a Solano cabe atribuírsele la frustración de su traslado a Rabat, que gestionó de mala manera hasta quedarse con las ganas. El otro homenajeado, Manuel Curbelo, tiene en su haber la calamitosa operación contra el tráfico de drogas desarrollada en Mogán, con gran despliegue terrestre y aéreo, que desembocó en una interminable y bochornosa sucesión de expedientes internos al detectarse unas supuestas filtraciones al enemigo. Curbelo es, por contarlo todo, un hombre de sagrarismo, entendiendo tal acepción como seguidor disciplinado y atolondrado de las alocadas decisiones de la comisaria provincial, Sagrario de León. Los dos medallistas pasarán desapercibidos el solemne día de entrega de honores y distinciones entre los doce comisarios principales, quince comisarios, un facultativo, 37 inspectores jefe, 36 inspectores, once subinspectores, ocho oficiales de policía y veinte agentes de la escala básica. A todos ellos, nuestra más sincera felicitación por el distintivo rojo. Se congelan los salarios de los funcionarios, pero a algunos se les compensa así.