Lo de don Pepito merece capítulo aparte. El fétido olor de su rancio aliento editorial lo delata. Las primeras líneas de cualquiera de sus recientes pronunciamientos apestan a insularismo de retrete, el que le gusta aventar en la creencia de que los tinerfeños se van a poner tras él en una cruzada sin fin contra el pérfido canarión. Desgraciadamente aún quedan políticos en Tenerife que le siguen el juego, más por no disgustarlo y evitarse insultos y patrañas en sus comentarios que por compartir ni siquiera una décima parte de las imbecilidades que publica. Personas serias y con proyección como Fernando Clavijo, alcalde de La Laguna, han intentado un acercamiento estratégico con el octogenario editor y lo que han conseguido es chapotear en la misma mierda en la que el viejo los ha metido de modo inclemente. Bien harían no solo en salirse de la pocilga, sino además deberían desmarcarse de ese presunto soberanismo, ese independentismo franquista que Rodríguez Ramírez pretende vender a los chicharreros como solución definitiva a sus males, empezando por la conspiración eterna de Gran Canaria contra la sagrada Nivaria que dice defender. La última memez de este delirante editor ha sido sostener que han sido los grancanarios los que han operado para que el Puerto de Santa Cruz de Tenerife quedara fuera de la Red Transeuropea de Transportes, que dicho sea de paso, no tiene ni pajolera idea de lo que es. Esa pueril y obtusa acusación viene tan solo días después de acusar a los mismos nativos de Gran Canaria de ser los autores de los incendios forestales que han asolado islas como Tenerife, La Gomera o La Palma. Es muy libre de ser un soberano cretino. Y el resto de la humanidad de señalar como tales a los que le ríen la gracia.