La decisión irrevocable de la Ejecutiva local de CC de Santa Brígida no es un arranque de ayer para hoy. La dimisión del grupo liderado por Victoria Casas se produjo, en los órganos correspondientes, hace ya una semana. Pero la puesta en marcha del ventilador mediático en una escalada de presión contra la actual presidencia insular de CC, que ostenta el consejero del Cabildo Manuel Lobo, ha llevado a los satauteños a decir, negro sobre blanco, esta boca es mía. O este partido ya no es el mío. De una cincuentena de militantes que tiene CC en el feudo de Lucas Bravo de Laguna, al menos una treintena tiene decidido dar el paso de abandonar las siglas que intentaron reflotar en medio de la fractura con NC. Su rebelión, anterior al acoso a Lobo, no es más que la única salida a la esquizofrenia: el digno y solitario combate contra la corrupción en el marco del caso Brisan no ha recibido ni el más mínimo cariño desde las filas del núcleo duro insular. Incomoda como una garrapata pegada al pacto CC-PP una concejal que mete las narices en las cosas del aliado de los jefes, el Niño Bravo.