Al menos a nosotros no se nos puedes acusar de oportunistas, de hacer leña del árbol caído, de criticar cuando la destinataria carece de las defensas y los cortafuegos que proporciona un cargo institucional del calibre de consejero del Gobierno. Siempre dijimos que Rita Martín no estaba cualificada para ejercer el cargo de consejera de Turismo de Canarias, y los hechos de entonces y los que se van descubriendo poco a poco ahora, nos continúan dando la razón. Las dos campañas que relata José Antonio Godoy, la de los Estadios de la Felicidad y Say no to Winter Blues fueron dos auténticos escándalos que rompieron por primera vez la tradicional camaradería entre Turismo y patronal del sector, que saltaron desde ambas provincias absolutamente escandalizados al conocer los pormenores de aquella majadería en Londres que acabó abortándose antes de que pudiera dirigir sus pasos peligrosamente hacia los juzgados de lo Penal. La mascarada islandesa, con aquel nutrido grupo de canarios haciendo el ganso en Reikiavik, con las redes sociales abochornando a todos exactamente en el sentido inverso al efecto que se pretendía alcanzar, fueron dos hitos insuperables del mandato de Rita Martín. Pero, sabiéndose como se sabía en todos los ámbitos que la consejera era una auténtica incompetente, ¿por qué Soria la mantuvo? Los más expertos en sorianismo sostienen que había dos motivos principales: el primero, compartido por casi todos, es que Martín no ponía ninguna objeción a cualquier cosa que se le ordenaba que hiciera con el dinero público. Y lo segundo, destituirla era tanto como darle la razón a CANARIAS AHORA. El empeño supuso un quebranto económico inmenso para las arcas públicas y una vergüenza turística internacional.