No habían pasado ni 48 horas desde que José Manuel Soria proclamara desde la isla de El Hierro su firme propósito de la enmienda y su predisposición a reconducir las relaciones con el Gobierno de Paulino Rivero, cuando la volvió a armar de nuevo, y con el estilo cantinero que le caracteriza. Ya lo habrán leído por ahí: en la feria turística de Londres, la World Travel Market, el ministro de Industria, Comercio y Turismo planeó un desplante soez al Gobierno de Canarias sentándose en exclusiva en el pabellón de Gran Canaria para participar en un acto promocional ajeno a los del Archipiélago. El gesto habrá hecho las delicias de los fanáticos de la teoría del despojo y el desequilibrio, que estarán en estos momentos celebrando el mismo defecto que tanto critican, pero cualquier grancanario con un poco de cabeza sabe perfectamente que por ese camino volvemos a hacer el ridículo. Porque el Gran Timonel hizo nuevamente el ridículo con esa monumental alcaldada, que quedaría muy bien en una disputa de barrios a ver quien hace la verbena con más guirnaldas, pero que se corresponde con una auténtica machangada cuando quien lo protagoniza es todo un ministro del Reino. Soria consiguió justo el efecto contrario: quiso reírse de Paulino y ahora todos nos estamos riendo de él.