Apología del gorgorito y el estribillo comunal con The Cranberries en Madrid

MADRID, 6 (EUROPA PRESS)

No son los Cranberries el grupo del que todo el mundo habla hoy en día, obviamente su momento de gloria ya pasó, pero siempre tendrán una base de fans que les apoye hasta el cinematográfico final a lo Thelma y Louise en el que decidan despeñarse por algún anguloso precipicio de la siempre brava costa irlandesa. Directitos al vuelo final van, pero antes pasaron este viernes por Madrid para deleite de las 6.000 personas que no llenaron el Palacio Vistalegre.

Separados en 2002, el tirón de su anterior visita con la gira de reunión, en marzo de 2010, fue superior, registrando en este mismo recinto madrileño una entrada con menos asientos verdes sin ocupar en las gradas. Y eso a pesar, o tal vez precisamente por eso, que en febrero de este año editaron un nuevo trabajo de estudio, 'Roses', el primero en toda una señora década. A tenor de la respuesta del público al nuevo material, ciertamente se podrían haber ahorrado el tiempo y el esfuerzo.

Porque Cranberries marcaron la última década en la que el pop significada melodías y buen gusto. En los noventa encadenaron un éxito tras otro y dominaban la radiofórmula con insultante soltura. Tan salvaje fue su reinado que ya nunca podrán escapar de él, y por mucho que quieran progresar como músicos, estarán para siempre atados a la gramola de canciones coreables que casi sin darse cuenta fueron creando en sus mejores días. En esta gira se dedican a tocar sin transmitir gran cosa, la verdad, con una profesionalidad intachable pero una falta de chicha también evidente.

Y es que plantear un concierto para un grupo de hits como los Cranberries son debe ser la leche de sencillo. Poco más o menos como planear matar a alguien disparándole a bocajarro con una pistola a medio metro del pecho. Si fallas sabes que será porque en ese momento se cruzó un ángel, o simplemente porque no era su momento. El rodillo de los hits avanza inapelable, y así tiene que ser para un público esencialmente treinteañero de ese que se tira encima minis de cerveza de a ocho euros y van a pedirse otro de recambio sin perder la sonrisa.

Es viernes en la noche y la gente quiere corear, la gente quiere escapar, algo que sencillamente ocurre gracias a 'Analyse', 'Animal Instict', 'Just My Imagination' o la sentida 'When You're Gone'. El material nuevo provoca una inquietante indiferencia a partir de la sexta fila de apiñados fanáticos, a pesar de que 'Tomorrow', 'Losing My Mind' o 'Schizophrenic Playboy' para nada deslucen el repertorio. Más sangrante es que Dolores Mary Eileen O'Riordan Burton meta dos canciones de sus escarceos en solitario, 'Ordinary Day' y 'The Journey', dejando fuera algunos himnos sin duda necesarios.

El sonido en Vistalegre es tan saturado como de costumbre, aunque al menos esta noche no es peor que el tubarro trucado de una Bultaco. Tras una primera hora relativamente anodina que mantuvo al público en el concierto por los pelos a base de coletazos, la velada se parte en dos a partir de 'Ridiculous Thoughts', 'Empty' y 'Twenty One', cuando más de uno se pone premeditadamente intenso. El techo de Vistalegre es verdaderamente horrible, pero aún así hay quien mira hacia arriba y trata de hacer pucheros con pose sentida mientras recita 'Linger' suavemente. El grado de realismo ya es cosa de cada cual.

El tramo final lo dominan 'Salvation', 'I Can't Be With You' y la épica desatada de 'Promises', 'Zombie' y 'Dreams'. Toda una lección de rock de estadio que hace corear incluso al más inerte, con manitas al aire y toda esa parafernalia no por mil veces repetida menos cierta y efectiva. Cerca de dos horas para un recital correcto, que por una vez en la pista sonó decente, aunque dejó un tufo a profesionalidad que no mola nada, pues la música en vivo no es eso, sino que es miedo y asco, desfile en el alambre, vísceras y sudor frío. Con olor a arándanos en este caso.

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