La belleza en el laberinto

El artista Sergio Gil, junto al cronista oficial de Gáldar, en la exposición del primero.

José Juan Santana Quintana

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Sergio Gil vuelve al color, sigue en el color, nunca se ha ido, y sigue empeñado en descubrir los trazos de la vida mirando a la naturaleza, escuchando a los pájaros, buscando el misterio en los ojos de los insectos y rebuscando entre las ramas de los dragos o entre estos cardones que se vuelven arte cuando pasan por el tamiz de su alma más creativa.

Un artista se hace grande cuando va dejando atrás todo lo que le sobra, cuando la sencillez es el camino y cuando el tiempo enseña que no quedan días para no hacer lo que realmente nos eternice. Nos eterniza lo bello, la belleza es hoy en día lo único que da sentido a este mundo caótico y desnortado que vivimos. Buscamos el arte como quien se aferra a un hilo cuando está perdido en su propio laberinto.

Sergio Gil se aferra a su memoria y a lo que va encontrando en sus paseos por los campos, en ese silencio en el que el ser humano se enfrenta a su propio destino. Y él sabe hace mucho tiempo que su único empeño es el arte, el sabio juego de convertir en sublime lo que otros no logran ver porque no han aprendido nada de la vida. Sergio es un hombre humilde y sencillo. Eso también dice mucho de su sabiduría.

Solo le interesa lo que crea. No tiene que estar explicando lo que ya se explica por sí mismo cuando alguien mira más allá de lo que tiene delante de sus ojos. Estos cardones son obra de su mirada y del trabajo de muchos años. Han ido naciendo a lo largo de su propio camino. Busquen en ellos las pistas que el artista ha ido dejando para contarse y para contarnos lo que se esconde mucho más allá del destino. Quizá encuentren la única salida del laberinto.

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