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Días gloriosos en Canarias por la visita de presentes antepasados (II)

El director del Festival de Música de Canarias, Jorge Perdigón (d), acompañado del tenor Celso Arbelo (2º d), presentó la versión del "Réquiem" de Verdi que se va a interpretar este fin de semana en la XXXV edición del Festival. EFE/Ángel Medina G.

Candelaria Rodríguez Afonso

Las Palmas de Gran Canaria —

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Al encontrarse en el camino, le habló Verdi a Brahms de lo que había vivido y experimentado en estas latitudes, le explicó lo agradable que es interrumpir el invierno para, en pocas horas, estar tomando el sol en la terraza del Auditorio, pero le resultó sobre todo, curiosa y muy interesante la importancia que la Cultura tiene en las sociedades. De manera que Canarias, situada geográficamente en África, en realidad es Europa, vive y piensa como Europa. Así, la cercanía física con el imponente continente africano se convertía en un abismo solo por la cultura.

Así, concluyeron que están en lo cierto en lo que se refiere a la importancia que tiene para los pueblos la cultura de la que bebe y con la que se alimenta. Y es que la Cultura ha definido civilizaciones enteras y, en nuestro caso, la cultura ha construido una civilización “sostenible”. Ahí entendieron nuestros dos invitados su misión como participes de esta edificación. De este modo llegó Brahms a Canarias, entusiasmado, con claros objetivos, y sabiendo además que iba a ser leído e interpretado por la flamante y mas antigua Orquesta Estatal de Hamburgo y su actual director titular Kent Nagano, quien era el must del Festival de Canarias.

Así las cosas, con un auditorio lleno hasta la bandera para escuchar esta pléyade, tan necesaria para la supervivencia de nuestra sociedad democrática como el aire que respiramos, arrancó un concierto que nos dejó a todos en estado de gracia. Brahms, tan educado, dejó que su admirado Wolfgang abriera la noche con la apertura de La Flauta Mágica, cuya rítmica pasión desvelaba a modo de trailer el contenido de los dos siguientes actos de este Singspiel. Tiene lugar en lo mas profundo del bosque y de las tinieblas de las cuales emerge en un momento dado la Reina de la noche, con su famosísima aria, la cual sitúa a la protagonista en la cima de la oscuridad incandescente, danzando de puntillas sobre las notas mas agudas de su espectro vocal.

Y todo esto sin perder de vista Viena! Violin Konzert. Con Brahms entre nosotros, sonó su concierto para violín, su maravilloso concierto para violín, espectacular concierto para violín, a estas alturas me pregunto, ¿qué es lo que debe hacer click en la mente del humano para que, teniendo estas joyas a su altura, no sepa aprovcharlas? Pues la jovencísima alemana Veronika Eberle llenó el Auditorio de Brahms, de nuestro querido y necesario Brahms, y nos enganchó con su concierto tan bien interiorizado. No voy a decir que su actuación fue espectacular, que lo fue, porque ya solo el hecho de tocar este concierto implica ser un talento y ser estudioso, pilares tan importantes como las dos ruedas de las bicicletas.

Así sonó Brahms, límpido, impecable, interpretado en alemán, lengua materna de obra e intérprete, dirigido por un profesional de primera línea que supo dar todo el protagonismo a la joven violinista, y creanme que lo remarco porque no siempre este es el caso. Fue así, como siempre a tempo y sin perder el aliento, a pesar de lo complejo de la partitura, pudimos disfrutar de esta gran obra de arte, la cual curiosamente, fue rechazada en sus inicios debido a su gran virtuosismo.

Fue criticada por sus contemporáneos, atribuyéndosele al reputadísimo Director de orquesta Hans von Büllow la máxima: “el concierto no está escrito para violín sino en contra de él. Al tiempo, el violinista Henryk Wieniawski tildaba el concierto de ”intocable“ y el mismo Pablo de Sarasate, aunque gran admirador de Brahms, rechazaba tocarlo porque en el segundo movimiento, sobre todo al inicio del éste, la voz cantante la lleva el Oboe. ”Me niego a estar allí de pie, violín en mano mientras el oboe toca la única melodía del adagio“, sentenció.

Brahms había escrito: “la frase la canta el oboe, la repite el oboe... y la vuelve a cantar el oboe y todos nos morimos de ganas de escuchar el tañido del violín y el alma se abre a su peculiar textura y cuando, ¡por fin!, el solista recoge la frase y medita sobre ella lentamente, el oído y el corazón la reciben de par en par porque han sido preparados, como preparan los besos los amantes sabios”. No me diga que esto no es romanticismo en estado puro.

Después de saber lo que Brahms quiso expresar, escúchelo de nuevo y enamórese de la frase. Finalmente, la historia y todo violinista que vino detrás dio la razón a Brahms y su concierto de violín pasó a formar parte de nuestro legado. Cuatro movimientos de los cuales no sabrías decidir con cual quedarte, porque son los cuatro rítmicos, melódicos, armónicos, consonantes, enérgicos, clásicos, muy clásicos. Muy Beethoven, pero sin olvidar a Mozart ni a Haydn, ni a su momento, ese era Brahms. Así compuso cada movimiento, único, diferente, emulando quizá aquellos paisajes que le inspiraban, por los cuales le gustaba pasear con su típica estampa de las manos a la espalda.

Brahms leyó por primera vez su sinfonía, a dos pianos, junto a Ignaz Brüll, pianista austriaco, ante sus amigos, entre los cuales se encontraban Clara Schumann, su Eterna amiga y Max Kalbeck su biógrafo, quienes respondieron a la lectura mas bien con rechazo. El entonces influyente crítico musical Eduard Hanslick dijo algo parecido a “en todo el movimiento me he sentido como si dos horribles apasionados me hubiesen estado apaleando” (imagínese, como para fiarse uno de los críticos musicales). Pero finalmente recibió buenas noticias desde Berlín de su amigo Joseph Joachim.

También cosechó La cuarta grandes éxitos en una gira internacional dirigida por Büllow. Y aunque en Viena, en un principio hubo escepticismo, finalmente se interpretó poco antes de que el compositor cogiera rumbo a la eternidad, encontrándose él mismo en la sala. Allí recibió una apoteósica acogida y Brahms supo, antes de irse, que su mensaje había calado. El mensaje de la música nos cuenta que, traspasando ciertas esferas, el arte vive liberado, el arte no tiene géneros, el arte no tiene edades, (aunque las edades si tengan artes), que el arte no entiende de religiones (aunque las religiones si tengan artes). Que el arte proviene de un sublime “mas allá”, que atravesando al humano se hace tangible para quedar suspendido en la eternidad. Y a partir de ahí, como sólido cimiento de nuestro hábitat cultural que es, nos pertenece y su arrullo nos evoca aquella calma infinita en la que nadábamos antes de cruzar la frontera hacia el aire.

Es por eso, que le aconsejo hacer uso de este patrimonio, para por ejemplo, ayudarse a sobrellevar aquellos días de desasosiego. Acuda a él en esos momentos en los que nos sentimos tan perdidos como Tamino cuando despierta en medio del bosque. De verdad, pruébelo, siempre, pero mas en esos momentos. Escuche a Brahms a Beethoven, a Rachmaninov, acuda a esta medicina alternativa (que por lo pronto no se va a prohibir) y deje de lado los tranquilizantes químicos, porque Brahms le va a hablar a su corazón, a su subconsciente atrapado. Brahms le va a tranquilizar, a reconducir al pulso correcto. De verdad, no desperdiciemos este, nuestro magnífico legado de múltiples beneficios y sin efectos adversos.

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