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Las antiguas sociedades rupestres de Gran Canaria y Altamira se unen en la Cueva Pintada

Exposición 'De Altamira a la Cueva Pintada', que simboliza el encuentro de dos yacimientos emblemáticos, separados por 33.000 años.

Efe

Las Palmas de Gran Canaria —

El Museo de Altamira ha sacado por primera vez fuera de Cantabria sus colecciones más valiosas para exhibirlas en la cumbre del arte prehispánico de Canarias, la Cueva Pintada de Gáldar, un yacimiento del que le separan miles de años, pero al que le unen sorprendentes conexiones.

Cuando los cazadores del Paleolítico comenzaron a pintar Altamira, faltaban todavía 33.000 años para que llegasen a Gran Canaria los grupos humanos que con el tiempo convirtieron la vieja Agáldar en la población más pujante de la Canarias prehispánica, en la sede de los poderosos Guanartemes y en el lugar donde sus temores, creencias y sentimientos se volvieron arte rupestre.

El Cabildo de Gran Canaria y el Ministerio de Educación y Cultura han querido celebrar el décimo aniversario del museo que custodia ese valioso legado aborigen con una exposición sin precedentes para sus dos protagonistas, porque ni Altamira ni la Cueva Pintada habían sacado nunca antes de sus vitrinas tan amplia colección de piezas para exhibirlas en otro centro, en muestras monográficas.

Y lo hacen, además, con un préstamo recíproco y simultáneo: la Cueva Pintada de Gáldar exhibe desde hoy 84 piezas del yacimiento reconocido en todo el mundo como la cumbre del arte prehistórico, y Altamira mostrará desde este mismo viernes 62 elementos nunca antes vistos fuera de las islas que ayudarán a entender mejor en la península cómo eran y qué sentían los pueblos indígenas de Canarias.

Adentrarse estos días en el Museo de la Cueva Pintada de Gáldar, o hacer lo propio desde el viernes en Altamira, permite notar la conexión que existe entre dos mundos tan diferentes: el de una sociedad de cazadores de bisontes y ciervos adaptada a sobrevivir a los rigores de la última glaciación y el de los grupos de pastores de cabras que dominaron la agreste, y a veces árida, Gran Canaria.

La subdirectora de Altamira, Pilar Fatas, que coordina el centro desde la muerte de José Antonio Lasheras, reconocía hoy que una experta en la Prehistoria como ella no se siente extraña en la sede del poder de los Guanartemes, y no solo porque Altamira tuviera un papel importante hace diez años en la creación del Museo de la Cueva Pintada. Y lo mismo le ha pasado a la conservadora de la cueva de Gáldar, Carmen Rodríguez, cada vez que ha visitado Altamira.

La Cueva Pintada, decorada en el siglo XIII, fue pintada con pigmentos muy similares -en algunos casos- a las que habían empleado 300 siglos antes los artistas del Paleolítico: de hecho, en las dos cuevas proliferan los rojos y los ocres obtenidos de arcillas ricas en óxidos de hierro, procesadas con herramientas muy parecidas, como morteros de piedra o conchas de lapas.

Pero no todo es igual en las dos cuevas, si Altamira el rojo contrasta con el negro, la Cueva Pintada es el reino del blanco.

En Gáldar, la visita comienza con una vitrina que casi pasa desapercibida, pero que resume el sello de los dos yacimientos en solos dos piezas: un aerógrafo de hueso utilizado en la Prehistoria para proyectar pigmentos a la pared y una “pintadera” utilizada por los antiguos canarios como sello para estampar formas geométricas.

Y le siguen verdaderas joyas de ambos yacimientos: agujas y arpones de hueso de Altamira junto a punzones prehispánicos; puntas de sílex que llevaron al límite las técnicas de talla de piedra en la Prehistoria en Europa al lado de picos de basalto de los antiguos canarios; o rudimentarios collares de los antiguos cazadores de la Cornisa Cantábrica, junto a idolillos de barro de la vieja Agáldar.

“Con miles de años de diferencia y formas de vida tan diferentes, Altamira y la Cueva Pintada surgen de la necesidad de las personas por expresarse simbólicamente”, apunta Pilar Fatás, que defiende que esta doble exposición supone “todo un hito” cultural.

Su homóloga en la Cueva Pintada, Carmen Rodríguez, explica que montar este proyecto a medias con Altamira ha sido “como viajar a otro tiempo y otro lugar que cautivan, a un mundo que fascina”, aunque todavía no se tengan todas las claves para comprenderlo.

“Y nuestras joyas de la corona están ahora en Altamira: las cerámicas con lunares, los idolillos más representativos, como el bailarín... Ya que hacemos el esfuerzo de llegar a un museo estatal, con un número enorme de visitas, había que hacerlo con rotundidad, para presentar lo más destacado de la cultura prehispánica”, resume.

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