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'Manolo Millares, la atracción del horror'

Alfonso de la Torre

Concha Tejedor

Madrid —

En 1926, año del nacimiento del pintor Manolo Millares, el fascismo italiano alcanzaba el cénit de su gloria y transcurrirán apenas 20 años hasta 1945, cuando “los cuerpos de Clara Petacci y Benito Mussolini sean colgados, cual pingajos, suspendidos cabeza abajo”, en la Plaza Loreto de Milán.

Comienza con esta descripción, ilustrada con una fotografía de los Mussolini colgados, procedente del álbum-estudio del artista, el libro Manolo Millares, la atracción del horror (Genueve Ediciones), en el que crítico y teórico del arte Alfonso de la Torre (Madrid 1960) estudia la influencia en la obra del creador de la convulsa historia de Europa y de España en los años de los totalitarismos y las guerras del siglo XX.

El libro reproduce numeroso material inédito procedente del estudio de Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canaria 1926-Madrid 1972) y de su álbum personal, fotografías que a veces han sido retocadas con dibujo por el artista, la mayoría nunca publicadas o no recopiladas en un corpus hasta ahora, en una aproximación al estilo artístico de Millares y el análisis de la época que vivió.

El lenguaje artístico de Millares, uno de los artistas más cotizados hoy, “no está periclitado”, en opinión de Alfonso de la Torre, debido a que “es el artista de las utopías, el artista que golpea la humillación, que vindica la justicia, el artista vislumbrador y lamentablemente el artista muerto joven”, a los 46 años, de un tumor cerebral.

“No olvidemos -dice- que Millares es el hombre que en su infancia se ve afectado también por las consecuencias de la guerra civil española, entre ellas una de las más dolientes, la muerte de su hermano Sixto, por el exilio y la diáspora, ese exilio no menos complejo que fue el exilio centrípeto de los artistas que tuvieron que viajar a Madrid para poder hacer algo”.

“La llamada de Manolo Millares a una voz ética -ha manifestado Alfonso de la Torre- no ha perdido actualidad. Su glosario tiene 57 años, pero sus palabras, como destrucción, amor, mezquindad sirven para hoy, para la crisis humanitaria, las guerras y el horror que a diario nos sirve la televisión”.

Recuerda Alfonso de la Torre, el texto escrito por Millares en 1959: “La destrucción y el amor corren parejas por los páramos y parajes descoyuntados. No importa que el hombre se haya roto si de él emergen rosas de légamos y principios renovadores como puños”.

Sus arpilleras y homúnculos, fueron la respuesta de Millares al horror y el sufrimiento del ser humano. Arpilleras de tela de saco, como las envolturas de las momias que vio en el Museo Canario de su ciudad natal.

Arpilleras rotas, con agujeros, cosidas y recosidas, que han sido la mayor aportación a la renovación del lenguaje artístico de este creador de la vanguardia abstracta de los 50, uno de los fundadores del grupo El Paso.

Alfonso de la Torre, en un encuentro en la Librería La Central del Museo Reina Sofía, agradeció personalmente a Elvireta Escobio, viuda de Millares, así como a las hijas del artista, Coro y Eva Millares, la ayuda para la elaboración de este libro y el acceso a la documentación de su estudio.

El carácter reservado de Manolo Millares respecto a sus métodos de trabajo convierte esta investigación en una “cascada de hallazgos”, ya que muestra que su forma de crear consistió en algo que ha sido muy del siglo XX.

La manipulación de imágenes sacadas de libros, fotografías, revistas y tratados, recortando, doblando, rayando, pintando o pegando, acaban convirtiéndose en lo que para los pintores clásicos fue el dibujo, que Millares también lo practicaba.

Para Valeriano Bozal, historiador del arte, es destacable el hecho, visible en una de las fotografías en las que Millares aparece como un crucificado, de que Millares quiere vivir aquello que pinta, no verlo desde fuera, sino participar de ese desgarro.

La Fundación Antonio Pérez de Cuenca, que alberga una importante colección de obras de Millares y la Fundación Azcona, impulsora del Catálogo Razonado del artista, han colaborado también en la investigación de esta obra, que el autor define como “un libro libre, raro y lento” porque no responde a ningún encargo ni proyecto expositivo y porque su escritura se ha prolongado durante diez años.

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