De Puerto de la Cruz a San Petersburgo, la singladura de un científico excepcional
Nació en Puerto de la Cruz (Tenerife), pero trabajó en las Cortes de Madrid y se exilió en Francia antes de instalarse en San Petersburgo al servicio del zar Alejandro I; doscientos años después de su muerte, una exposición recupera el legado de Agustín de Betancourt y la singular singladura geográfica y profesional de un científico excepcional.
Betancourt 200 (1978-2024) abre mañana al público en la sede principal de la Biblioteca Nacional, en Madrid, y hasta el próximo 24 de mayo los visitantes podrán descubrir la extraordinaria labor del ingeniero español, sus conexiones con numerosas autoridades políticas y científicas en la Europa de las Luces o el ingenio que desplegó con reyes y ministros.
Cosmopolita, inventor, viajero, ingeniero y hasta espía; la fascinante trayectoria de Agustín de Betancourt queda plasmada en una muestra que abre en Madrid organizada por el Gobierno de Canarias, el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz y el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
La exposición recorre la labor del ingeniero español en cada uno de los lugares donde recaló; cómo estudió algunas máquinas e inventó y desarrolló otras; cómo contribuyó a fundar las primeras escuelas y museos de ingeniería en España o en Rusia; o el decisivo papel que jugó para impulsar un cuerpo profesional cuya proyección e importancia dura hasta hoy: el de los ingenieros de caminos y canales.
Muchos de los nuevos caminos que se abrieron en el siglo XIX para facilitar las comunicaciones europeas o las infraestructuras de abastecimiento llevan el nombre de Betancourt, y algunos de los mecanismos que permitieron transmitir esos conocimientos de un lugar a otro de la geografía arrastran también su firma.
Hijo de un militar y de una aristócrata que se encargó de su educación, en su biografía destacan además algunos nombres de mujer, y entre ellos el de su hermana María del Carmen, considerada como una las primeras científicas españolas y junto a quien inventó la máquina epicilíndrica para entorchar la seda y otras inventos que revolucionaron la industria textil.
Supervisó la construcción de las minas de Almadén; protagonizó el primer lanzamiento de un globo aerostático en España (desde la Casa de Campo de Madrid en 1783); y viajó a París, donde entró en contacto con algunos de los científicos franceses más destacados de la época.
Y desde Francia viajó a Inglaterra, en una misión que hoy se podría calificar de espionaje industrial, para conocer a James Watt y averiguar los secretos de la máquina de vapor de doble efecto que estaba desarrollando; a su vuelta a París, reprodujo y replicó una de esas máquinas, consideradas como uno de los elementos claves de la modernización económica y de la industrialización.
Pero su faceta como científico y como inventor apenas conoció límites y la muestra de la Biblioteca Nacional refleja esa vida, durante la que instaló el primer telégrafo óptico entre Madrid, contribuyó a la organización de la expedición Malaspina, considerada como una de las primeras expediciones científicas alrededor del mundo, y enseñó a Goya la técnica del grabado a la “aguatinta”, que él había aprendido en Inglaterra y que el pintor aplicó en sus Caprichos.
La acumulación de inventos y de logros no impidieron su enfrentamiento con Godoy y su decisión de exiliarse a Francia, desde donde viajó a San Petersburgo para trabajar al servicio del zar Alejandro I y acabar nombrado mariscal del Ejército Imperial, y diseñar algunos de los edificios más característicos y emblemáticos del neoclásico ruso.
Una vida fascinante de un científico excepcional, que cobra vida doscientos años después de su muerte en la exposición de la Biblioteca Nacional.
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