La larga lucha por el agua en El Hierro

Tras abrir una galería de más de un kilómetro de longitud comprobaron que "también llovía bajo tierra".

Juan Ignacio Viciana

Valverde —

“El agua que bebemos, el agua con que nos lavamos y lavamos nuestras ropas y la que beben los pocos animales supervivientes, o que han sido mantenidos por sus dueños como de milagro frente a la necesidad de venderlos fuera, es un regalo de Tenerife”, dejó escrito en una carta el presidente del Cabildo de El Hierro de entonces en alusión a los barcos cuba que salvaron de la sed a la Isla del Meridiano.

Aún se tardaría un tiempo en descubrir que más allá de correr gargantas y barrancos dormía bajo tierra, esperando durante siglos a que el boom extractor de los 60 --somos muy de boom los canarios-- diera paso al caos de los 70 y a finales de los 80 la situación se volviera a tornar sencillamente dramática.

Daba igual que las Islas parecieran gigantescos quesos de gruyer a fuer de túneles, pozos y galerías. La iniciativa privada, sus ambiciones y esfuerzos, dio para lo que dio. El Hierro no era más que agricultura, y apenas había agua.

Es entonces cuando se cruzan los caminos del Gobierno de Canarias, obligado a poner remedio si no quería perder la islita; y un joven ingeniero, Carlos Soler Liceras, que en 1978, con las maletas hechas para irse a Canadá a construir una presa decide parar un tiempo en Canarias y a día de hoy sigue tirando de talento e instinto para extraer agua bajo los volcanes lanzaroteños de Timanfaya.

En 1988, con el título de director del avance del Plan Hidrológico de El Hierro debajo del brazo, no tardó en descubrir que el 80% del gran acuífero de la Isla estaba contaminado. Pero el 20% restante tenía dos virtudes: había agua de sobra y era de una calidad excepcional.

Así es que propuso una única actuación. Se lo jugó todo a un tiro: un pozo directo al corazón de ese veinte por ciento con la idea de obtener tanta y tan buena que se pudiera abastecer a toda la Isla: vecinos y agricultores.

Pero no estaba solo. Y lo estaban esperando.

El abastecimiento urbano de El Hierro necesitaba un caudal de 15 litros por segundo.

Él contó que aspiraban a sacar 30 (aunque en su fuero interno estaba convencido de que serían 60), y al final acabaron extrayendo 101 litros por segundo.

La situación era verdaderamente dramática, corría mucha urgencia arreglar el problema, por eso el Gobierno canario puso los 150 millones de pesetas que iba a costar el pozo. Pero no bastaba con coger el dinero y lanzarse a por el agua.

En una Isla con una situación como la descrita, la especulación era tremenda. Las acciones de casi cualquier pozo se habían multiplicadas por diez (debían costar a lo sumo 150.000 pesetas y se disparaban hasta el millón y medio).

Lo estaban observando. Carlos Soler lo sabía. Y si se ponía a perforar un pozo iba a ser pasto de los todopoderosos aguatenientes. Entonces, vino la primera parte de una jugada maestra: animaron a Armenio Padrón, que tenía un pozo de 50 metros con una galería de 200, a que pidiera una subvención para perforar y prolongarla para sacar el agua.

“Era lo más barato, lo más rápido, y no había que enfrentarse a nadie. Pero Armenio se lo pensó y dijo que no. Estaba cansado de batallar por el agua. Y en ese momento no sacaba más de 2 litros por segundo”.

El ingeniero lo tuvo claro: la administración tenía que comprarle -el Pozo de Los Padrones-, y perforar directamente.

La intrahistoria de por qué se tasó en 16 millones de pesetas y al final el Cabildo de El Hierro, con Tomás Padrón al frente, lo acabó comprando en 36, con dinero de la Dirección General de Aguas, quedará en la memoria de sus protagonistas.

Lo importante es que el pozo acabó en manos de Carlos Soler y bajaron hasta los 52 metros para luego abrir una galería de 1.011 metros de longitud.

“A medida que íbamos perforando, cada vez salía más agua. Pero como es un pozo con galería de fondo teníamos que bombear para seguir trabajando y que no se nos inundara. Cuando llevábamos casi 40 litros por segundo, cumpliendo las expectativas de sobra, el chorro eran tan grande que la gente empezó a decir que estábamos sacando mucha agua. Y volvimos a verle las orejas al lobo. Se nos iban a enfrentar los especuladores, nos íbamos a cargar el mercado de sus acciones”, explica el ingeniero.

Sólo había una opción, la segunda parte de la jugada maestra: “Esconder el agua que sacábamos”.

¿Papas o arroz?

Así es que alquilaron una finca pegada al pozo para poder tirar el agua allí y seguir excavando sin que nadie supiera en realidad cuánta estaban sacando. Era una época de sequía en el Golfo, pero la finca que habían alquilado se convirtió en un vergel de malas hierbas asombroso.

El propietario, al ver que no la cultivaban, pidió permiso para hacerlo él.

Le dijeron que sí, que en la esquina contraria a la que usaban para vaciar el pozo. Al día siguiente los llamó, muy enfadado, porque el agua le llegaba casi hasta las rodillas y así no se podían plantar papas.

“Entonces nos reímos, nos miramos y le dijimos que plantara arroz”.

Al final no pudo ser, “pero como nos cobraba 5.000 pesetas mensuales por el alquiler le pedimos que se estuviera callado porque si no dejábamos la finca. Y se portó bien”.

Premio al ingenio

El Pozo de Los Padrones es una obra de premio, nada menos que el Agustín de Betancourt y Molina --seguramente el reconocimiento más importante para un ingeniero--, pero no porque resolviera un problema vital para la ciudadanía herreña; sino por la forma en que se hizo.

El Pozo de Los Padrones es el primer pozo artesiano de Canarias, parte de su caudal sale solo, por gravedad, sin gastar un solo euro en su extracción. Es algo que suele suceder en los continentes, como regalo de la naturaleza, se perfora y el agua sale sola. Aquí fue puro talento al servicio de la ingeniería de manera que pincha el acuífero, pero sólo saca el agua que necesita.

Y ello en virtud de otra solución imaginativa que se sirve de la geología: donde la galería corta los diques volcánicos, unas inmensas paredes verticales fruto de las coladas, las volvían a rehacer: “Tapamos la galería con un muro de hormigón armado, que se ancla en los diques. Y les hicimos unas compuertas --como las de un submarino-- para poder entrar en el futuro si había que seguir perforando. Al tiempo, con un tubo, íbamos sacando el agua”.

También colocaron otro más pequeño que viene desde el final de la galería y suelta el agua en la boca del pozo donde la gente puede ir a cogerla gratuitamente: “No sé si saben quienes van al Pozo de Los Padrones que están cogiendo el agua directamente del acuífero de Nisdafe. Por eso es tan buena y por eso sale tan fría”, explica Soler.

La mayor parte del caudal se saca hacia un depósito en el que hay unas bombas capaces de repartir el agua por toda la Isla. Desde Los Padrones a Valverde y hasta Sabinosa. Desde Valverde, por Erese, hacia San Andrés. Y desde San Andrés, por gravedad, a La Restinga. Ahora mismo, si se quisiera, el agua del Pozo de Los Padrones llegaría a todas las casas de la Isla.

El Hierro necesitaba en ese momento 1,7 hectómetros cúbicos al año. Y habían conseguido sacar 3. Tenían el agua. Pero tenían también un problema. ¿Cómo enviarla al resto de la Isla?

Perforar y hacer llegar un tubo desde Frontera hasta Valverde llevaría entre 2 y 3 años.

Una vez más tuvieron suerte: “En esa época se había hecho una pequeña galería de avance para el túnel de Los Roques. Le pedimos a Carreteras que nos la dejaran e hicieran el túnel 30 metros más allá, para llevar el agua, el teléfono y la luz por ahí, con lo que se pudo quitar la torre de Unelco que le ponía los pelos de punta a César Manrique porque afeaba el mirador”.

Desde esa zona va a Guarazoca, “donde hicimos un depósito y una estación de bombeo disfrazándola de casa herreña para minimizar el impacto”, y desde ahí a Erese, “donde había que colocar un tubo hacia San Andrés y otro hacia Valverde. Este último está, el otro quedó como tarea para el Consejo Insular de Aguas”.

Desaladora en Los Cangrejos

Mientras se hacían las obras y llegaba el agua de Los Padrones a Valverde, se propuso que la Dirección General trajese una desaladora de segunda mano desde Lanzarote, “un verdadero muerto, que colocamos en Los Cangrejos para abastecer a toda la zona de la Isla que no era El Golfo”.

Carlos Soler recuerda que en un principio la Agrupación Herreña Independiente (AHI) se opuso a la desaladora con el argumento de que todo El Hierro quería beber agua de Los Padrones, “pero el compromiso era llevársela en cuanto llegara el tubo. Y mira por donde, ahora se han dado vuelta las tornas y es la propia AHI quien se ha empeñado en mantenerla”.

La desaladora está al lado del aeropuerto, estaba previsto taparla con un hangar industrial, bloques y tejado de uralita rojo.

“Era una barbaridad en la cabecera de la pista, en una de las entradas a la Isla, que no podíamos permitir. Así es que convertimos el hangar en una ermita”, señala ufano el ingeniero.

Nunca imaginó que tal decisión le costara que el entonces alcalde de Valverde, Agustín Padrón, lo llamara públicamente “blasfemo, irreverente, y persona de dudoso gusto”. El párroco se sumó a las quejas “y casi me crucifica por lo mismo”.

Al final la salvación llegaría de la mano del Obispo del momento, que “dijo que le parecía una idea excelente porque nada hay que impacte menos en un paisaje que una ermita”.

Cuando llegó el agua de Los Padrones a Valverde la desaladora llevaba ya dos años funcionando, consumiendo electricidad las 24 horas del día.

“Una desaladora es un negocio tremendo para cualquier eléctrica. Así es que cuando fuimos a quitarla, no nos dejaron”.

Pero esa es otra historia.

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