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Una tradición perdida: el velorio de los angelitos

Antigua fotografía de tocadores de La Gomera

Miguel Ángel Hernández Méndez

Valle Gran Rey —

Si ahora mismo hiciéramos una encuesta preguntando entre nuevas generaciones de gomeros (y no tan nue­vas también) si conocen o han oído hablar del “velorio de los angelitos”, mucho me temo que el desconocimiento del tema sería casi total.

Como ocurre con otros aspectos de nuestro patrimonio cultural, a lo largo de este siglo se han ido desvaneciendo manifestaciones que fueron pilares de nuestra identidad.

En el caso que nos ocupa, algo tan fundamental en tantas culturas, como es la comunicación con los muertos, es un aspecto cultural éste que parece que fue práctica común en todo el archipiélago y que fue desapareciendo, perviviendo en La Gomera, que fue donde último se tiene constancia de su celebración.

Aquí hemos reunido algunos testimonios en los que se hace referencia a tan ancestral costumbre:

Antonio Tejera Gaspar en La Religión de los Gomeros nos cuenta lo siguiente:

En el folklore de la isla pervivió la creencia de que a través de los niños que morían, sus familiares podían comunicarse con los espíritus de sus antepasados, al actuar como inter­cesores entre los parientes vivos y los muertos, a estas celebraciones se les conoce con el nombre de “Velorio de los angelitos” que consistía en la manera en que se velaba a los niños pequeños -los angelitos-, antes de ir a enterrarlos. La versión que presentamos fue relatada en Chipude en enero de 1995, por Isidro Ortiz.

En La Gomera, cuando un niño o niña menor de siete años se moría, le cantaban y bailaban durante la noche y al día siguiente en que permanecían en el velorio hasta que se le llevaba al cementerio. Se pensaba que de esta forma de angelito tardaba menos tiempo en llegar a Dios. Después de que un niño moría la gente del lugar se reunía en la casa, entonces la madrina era la primera que debía levantar del lecho al pequeño muerto, y comenzaba a bailar con él en los brazos, al son del tambor, hasta darle una vuelta al local en donde el niño estaba amortajado y una vez que la madrina daba esta vuelta se lo entregaba en brazos al padrino y éste hacía lo mismo que ella, terminando esto, lo ponían de nuevo en su lecho. Era a partir de ese momento cuando la concurrencia allí presente comenzaba a bailar y cantarle versos alusivos al niño durante toda la noche, al tiempo que mandaban recados al más allá.

“Y comenzaba a bailar con él en los brazos, al son del tambor, hasta darle una vuelta al local donde el niño estaba amortajado”

Al día siguiente, a la hora de irlo a enterrar comenzaban a hacerle al angelito los encargos que debía llevar con él, cualquier persona que tuviera un fa­miliar que se hubiera muerto, le decía al angelito: ¡Dile a mi padre que la niña que dejó pequeña ya se casó y que por aquí estamos muy bien, y para que te acuerdes te pongo esta cinta de color verde!

La otra que le hacía un encargo semejante le ponía una cinta de color rosa: al siguiente encargo otra le colocaba una cinta de color azul, y de este modo lo hacían todos los que deseaban transmitir algún mensaje a sus familiares muertos, hasta que adornaban la caja de cintas o de flores, de manera que los adornos que llevaba el angelito simbolizaban los diferentes encargos para el más allá destinados a los familiares que habían muerto'.

Esta costumbre, conocida en Chipude como “el velorio de los angelitos” estuvo en uso hasta fines del siglo pasado o principios del siglo XX“

En La Rebelión de los Gomeros y la Tradición Oral encontramos el siguiente comentario:

“El tambor se dejó sentir en determinados actos enmarcados por la tristeza, como pueden ser los llamados velorios de angelitos. ritual que hunde sus raíces en el corazón del alma africana. Acostumbraban a cantarle al niño fallecido -a quien hacían encargos para la otra vida- el padrino y alguno de sus parientes.

Cuando se moría, se amortajaba. Quien primero lo agarraba era la madrina, daba una vuelta a la casa bailando con el niño en brazos. La segunda vuelta el padrino, después la gente bailaba“

Se entendía que el niño 'iba directamente al cielo'. Para que el angelito no se olvidara de los mensajes que debía dar a las creencias superiores o a los parientes fallecidos, le ponían tiritas de colores en la ropa o en la caja. Estas últimas eran de color blanco; muchas veces el mismo traje del bautizo sirvió de mortaja al niño muerto.

Existía la consideración de que era pecado llorar ya que ello impedía el camino recto del angelito hasta el cielo: 'llorar por dentro se llora aunque por fuera se canta'. Cuando falleció en Arure María del Pino, una niña de ojos y pelo acastañado, el padrino y su madre le cantaron, respectivamente, los siguientes pies de romance:

Sube al cielo María del Pino y ruega por tu padrino

y entonces{.„) bueno pues ahora comadre le toca a Usted, y entonces ella dice:

Al cielo subes María y tu madre esternecía,

que no puedo cantar más no siguió cantando.

Esternecía quiere decir atacada, no poder hablar del sentimiento(...) Ya dicen que era grandita(...)'

Por último tenemos aquí una auténtica joya, como es el libro del Dr. D. Juan Bethencourt Alfonso Costumbres Populares Canarias de Nacimiento, Mat­rimonio y Muerte confeccionado a partir de una encuesta realizada en 1884 por toda Canarias. Fabuloso estudio que no fue publicado hasta ¡1985!

'Por los antecedentes que he recogido se puede asegurar que antiguamente celebraban en casi todo el Archipiélago los funerales de los angelitos con jolgorios, bailes y banquetes

Como resto de esa costumbre podemos citar en la actualidad “el baile de los muertos”, en Valle Gran Rey de La Gomera que al presente celebran a puerta cerrada por la propaganda en contra que se hace. Amortajado el niño y colocado sobre una mesa en la habitación más espaciosa de la casa, se reúnen en el referido local los pa­dres, padrino, familiares y vecinos para festejar el suceso con el baile de los muertos y algún 'cancanaso' de aguardiente o vino de cuando en cuando.

Al son del tambor, las chácaras y la flauta rompen el baile (el tajaraste) el padrino llevando en los brazos el cadáver del ahijado y después de dar un par de vueltas por la sala lo entrega a la madrina para que haga lo mismo. Seguidamente depositan de nuevo al angelito sobre la mesa y se da comienzo a la juerga general que dura algunas horas.

“La madrina era la primera que debía levantar del lecho al pequeño muerto, y una vez que ésta daba la vuelta al cuarto se lo entregaba en brazos al padrino y éste hacía lo mismo”.

Al dar por terminado el baile empiezan los recados, unos después de otros se acercan al cadáver y le prenden con alfileres a las ropas alguna flor o bien un trocito de cinta o trapito como señal para que el Ángel recuerde el encargo, a la vez que envían recados a las personas queridas que moran en el cielo; quien a los padres y hermanos, quien a los parientes y amigos; cuyos recados consisten unos en las intenciones y otros para que sirvan de intermediarios con Dios para que la cosecha sea buena, para recobrar la salud, etc.

“En la Gomera, cuando un niño o niña menor de siete años se moría, le cantaban y bailaban durante la noche v al día siguiente, hasta que le llevaban al cementerio. 5e pensaba que de esta forma tardaba menos en llegar al Dios”.

El último caso que se recuerda fue un niño de siete años, hijo de un señor que se llamaba Cristóbal y fue el primer angelito que se enterró sin cantarle -esto sucedió en Chipude en la década de los 30-. Lo enterraron sin hacerle el ritual tradicional, a ¡os pocos días resultó que había una juerga de tambores frente a la casa de Cristóbal -el padre-, él estaba asomado a la ventana contemplando aquella juerga, triste, pero la mujer se dio cuenta y le dijo:

“Pero bueno Cristóbal, ¿Qué té pasa a ti? Mira, por qué no te quitas lo que puedan decir de ti, vete allí y cántale a tu niño”

Entonces agarró el tambor y cuando lo vieron los demás ir hacia donde estaban ellos se dieron cuenta a lo que venía y acordaron dejarlo cantar, y él entró cantando:

“Yo mandé un ángel p'al cielo Y si no canto me muero”

Por último, en cuanto al origen de este ritual, Antonio Tejera Gaspar, profundo conocedor del mundo religioso guanche, comenta lo siguiente: “No sé si los fenómenos de La Gomera pueden ser comparables a éstos. porque la información ha pervivido aquí con la cosmovisión de los gomeros, o si se trataría de una manifestación poste­rior introducida con la cultura castellana, aunque no es de sorprender que hechos pertenecientes al mundo prehispánico hayan podido pervivir en a memoria de las gentes de la isla como ha sucedido con otro tipo de tradiciones”.

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