Tenemos la costumbre de dejar nuestra huella sea donde sea. Una marca propia, una firma para dar testimonio de dónde estamos o estuvimos alguna vez. Cuando uno era adolescente dibujaba o grababa corazones en superficies tales como cortezas de árbol o, si nuestro amor no era lo especialmente significativo, lo dibujaba en la arena, por aquello de que la propia marea borraría nuestros nombres o qué sé yo lo que se nos pasaba por la cabeza entonces. Y era una cosa común, incluso lo veíamos normal. Hoy, cuando alcanza uno cierta edad y echa un vistazo y mira a su alrededor y ve la cantidad de nombres pintados o grabados por doquier, se te queda cara de perplejidad. Un ejemplo. Observen la fotografía. Es una de las paredes que sirven de cobijo al salto de agua de El Guro, en Valle Gran Rey. Un lugar, por cierto, extraordinario y de los más bellos de La Gomera, sin duda. Pero miras y ves nombres y fechas, caras y hasta lo que parece una bombilla dibujada. ¿Es conveniente dejar nuestra huella de esta manera? Mejor hacerse un selfie, que te refleja igual y no dejas marcado el paisaje. (897 caracteres).