Espacio de opinión de La Gomera Ahora
Pirámides pétreas de Guadá
La revista El Secreto del Colectivo Sociocultural Yorima tuvo un último número que no llego a publicarse, uno de sus artículos era el siguiente:
Cuando escribí en El Secreto, el artículo titulado “Si nos piden... tenemos” (ya mencionado en el día de ayer, de lectura recomendada por su unión con este). En él hice alusión a los paredones de Guadá como pirámides pétreas y al parecer algún turista en su día, al leer el artículo, creyó que en Valle Gran Rey había pirámides como en Egipto y andaba buscándolas. Desde luego no hace falta aclararle a nadie que no hay aquí, ese tipo de construcciones.
Pero dejando a un lado, la simpática anécdota, quiero aclarar, ahora, el porqué de mi referencia a los paredones como pirámides. Frase que fue recibida por algunos como una exageración rimbombante. Por supuesto que no comparto esa opinión y menos si enfocamos el tema, desde un punto de vista, de reconocer lo nuestro, en el valor que le corresponde, o sea, sin infravalorarlo y sin despreciar lo ajeno.
Me explico: en las tierras egipcias, hace ya mucho tiempo, se comenzó a construir, a golpe de látigo una serie de pirámides. En la construcción de estas edificaciones se perdieron muchas vidas, hubo mucho padecimiento, aquellos trabajadores eran en su gran mayoría esclavos, no tenían grúas, como hoy, lo cual suponía un esfuerzo sobrehumano, realizar aquella labor de mover rocas de varias toneladas tan sólo con las manos y el ingenio.
Claro que en Guadá no se llegó a esos extremos pero las condiciones eran, en cierto grado, similares. Por eso hice esa analogía entre los paredones y las pirámides, para reconocer y resaltar el trabajo, que en su tiempo supuso hacer esos paredones.
Cuando la mayoría de los hombres trabajaban por un sueldo mísero. Pero tenían que dejarse la piel para poder llevar a casa un codo de pan, algo de comer a sus familias. Cuando la jornada laboral era de sol a sol. Cuando el hambre y la miseria reinaban en esta isla desde tiempo inmemorial. Cuando la ignorancia del pueblo era la mejor excusa de la injusticia y el engaño. No es difícil imaginar sombreros, paños y boinas cubriendo las cabezas sudorosas de los peones bajo un sol de justicia.
Todos a trabajar, todos “pa´ lante”, piedra a piedra ganando terreno al risco, escalándolo paredón a paredón. Sacándole a las laderas un lugar en el que sembrar y recoger el alimento, el fruto de la Madre Tierra, que sólo se gana con el afán del trabajo diario. Un paredón más, otro andén, otra terraza. Calzo a calzo, piedra a piedra, mazazo a mazazo, arte de cantería para la subsistencia.
Los instrumentos principales: la maza y el marrón, que golpe tras golpe acaban con los matacanes, para poco a poco ir levantando un armazón pétreo como si se tratara de un rompecabezas titánico de piezas irregulares, siendo algunas de ellas de un tamaño extraordinario. Tal es así que resulta difícil imaginar como aquellos antepasados colocaban tales moles en el lugar preciso.
Muy temprano comenzaban la labor, los maestros pedreros y sus peones, con las camisas arremangadas que no tardaban en empaparse de sudor. Por otro lado llegaban, sobre hombros pelados y enrojecidos, las canastas de pirguan con tierra para ir rellenando. Así, uno y otro día, los matacanes pasaban de mano en mano, y de vez en cuando, se machacaba algún dedo, en el mejor de los casos. Pero eso no importaba mucho. Había que trabajar para ganarse el pan de cada día. Y de esta forma el resultado del Mester de Cantería se extendía por Guadá, por todo el valle, por toda la isla.
Al paso del tiempo ahí han quedado esos paredones como la mejor muestra del esfuerzo de un pueblo por superar las adversidades de la naturaleza y garantizarse el sustento. Ahí están, son la huella de los años pasados. No son tumbas de faraones, ni se hicieron para rendir culto a ningún dios. Tampoco se ocultan en ellos ningún tesoro o maldición. Tan sólo son el testimonio petrificado de un pueblo que luchó por sobrevivir al hambre y la miseria. Claro que tampoco son tan míticos como las pirámides egipcias pero se merecen el reconocimiento de todos nosotros. Debemos mantenerlos firmes en el recuerdo como una de nuestras señas de identidad colectiva y procurar que no desaparezcan bajo el olvido y la ley del cemento.
Dedicado a nuestros antepasados gomeros que se buscaron el pan con su esfuerzo y se despertaron sin amos.
(*) Felipe Clemente Morales es abogado
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