70.000 muertos, igual que la población de La Palma: ¿qué nombre le ponemos?
Lo confieso: cuanto más he intentado entender qué significa exactamente la palabra genocidio, más me ha golpeado una sensación de impotencia. He buscado cifras, documentos internacionales, definiciones legales. He leído que ya son 70.000 los muertos en Gaza, el equivalente a toda la población de La Palma, y que entre ellos hay más de 16.000 niños. Y, sin embargo, lo que más me duele no es la magnitud de la tragedia, sino descubrir que, aunque todas esas vidas encajen en la definición jurídica de genocidio, la justicia internacional siempre llega tarde. Demasiado tarde.
Y entonces me pregunté: ¿por qué se pone tanto foco en la cifra de los niños? Una parte de la respuesta está en que los niños son la prueba más visible de la destrucción de un pueblo. Y también porque Hamás ha puesto interés en que se conozca esta cifra, mientras escondía su arsenal bajo colegios y hospitales. De ese modo ha propiciado que el ejército israelí ataque con brutalidad, matando sin escrúpulos a bebés y niños, y cumpliendo así una de las condiciones de la definición de genocidio: atacar directamente a la infancia de un grupo.
Un poco de historia para entenderlo
Cuando tiré del hilo, llegué a 1948. Tras el Holocausto, el movimiento sionista impulsó la creación del Estado de Israel en Palestina. Eso supuso la expulsión de más de 700.000 palestinos, la Nakba (catástrofe). Israel se declaró un Estado sionista, una ideología nacida como refugio para judíos perseguidos pero que hoy se traduce en un proyecto de dominación territorial.
Conviene aclarar algo que se usa muchas veces como arma para deslegitimar críticas: ser antisemita significa odiar a los pueblos semíticos, es decir, a quienes hablan lenguas como el hebreo o el árabe. Por eso, también los palestinos son semitas. Criticar al Estado de Israel o a la ideología sionista no tiene nada que ver con odiar a los judíos como pueblo. Además, no todos los judíos son sionistas ni toda la población de Israel apoya la masacre. Confundirlo de forma deliberada sirve para silenciar a quien denuncia las violaciones de derechos.
¿Qué es genocidio según el Derecho Internacional?
La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) lo define como ciertos actos: matar, causar daños graves, imponer condiciones de vida destructivas, impedir nacimientos, transferir por la fuerza a niñas y niños. Todo eso cometido con la intención de destruir, en todo o en parte, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
El núcleo está en esa intención de destruir, lo que en derecho se llama dolus specialis. Y aquí está la clave: sin esta prueba definitiva, todas las demás quedan invalidadas. No basta con los muertos, el hambre o la destrucción; si no se demuestra la intención de aniquilar al grupo, los tribunales no lo llamarán genocidio. Ese es el muro más duro: ver cómo la realidad encaja en cada casilla de la definición, pero falta una prueba que, cuando llega, siempre llega tarde.
El muro de la prueba
Aquí choqué con el segundo muro, y el más frustrante. Porque en la práctica, sirve para muy poco.
-Sirve para señalar a un Estado o a individuos como culpables.
-Sirve para la memoria histórica, para los libros de derecho, para la conciencia internacional.
Pero no devuelve la vida a quienes murieron, no reconstruye ciudades arrasadas, no salva a quienes quedaron atrapados. La declaración de genocidio llega tarde y no es más que una medalla de dolor para las víctimas y un sello de vergüenza para los culpables. En términos reales, es un acto simbólico que se pronuncia sobre cenizas.
El muro de la impotencia
Entendéis lo que quiero decir: la impotencia se hace insoportable. Y entonces mi siguiente pregunta fue inevitable.
El muro de la vergüenza
Y seguí investigando: ¿quién podría parar esto? La respuesta me desarmó aún más. Solo el Consejo de Seguridad de la ONU puede autorizar una intervención. Pero ahí está el muro de la vergüenza: Estados Unidos, aliado de Israel, veta sistemáticamente cualquier resolución que busque frenar la ofensiva o abrir corredores humanitarios. Y no hay manera de saltarlo, porque ese derecho de veto lo tienen también Rusia, China, Francia y Reino Unido. En este caso, no hace falta que lo usen todos: basta con que uno levante la mano para bloquear la acción internacional.
Ahí me dije: ahora entiendo por qué lo llaman realpolitik. Cinco países decidiendo sobre la vida de millones. Mientras tanto, 70.000 muertos en Gaza, como toda la población de La Palma, no pesan nada frente a una mano levantada en una mesa de votación. Y yo, desde mi isla, me siento insignificante y cabreada.
El muro de las excusas
Otra de mis dudas era sobre el brazo armado de Hamás. El 7 de octubre de 2023, secuestró a unas 250 personas en Israel. Hoy, todavía hay unos 100 rehenes en Gaza. Entre ellos había mujeres, niños, ancianos. ¿Cómo no llamar terrorista a un grupo que hace eso, que lanza cohetes indiscriminados, que siembra miedo?
Luego descubrí la otra cara: Israel mantiene en sus cárceles a más de 9.000 palestinos, muchos sin juicio, incluidos más de 200 menores. No se les llama “rehenes”, pero esa arbitrariedad también aplasta vidas.
Aquí me quedó claro: Hamás es un grupo terrorista, sin matices. Pero ningún grupo terrorista justifica un genocidio cometido por un Estado con ejército regular y respaldo internacional. Y lo que me remueve es que parece que se usa a Hamás como excusa para blanquear todo lo demás.
El final que se ve
Llegados aquí, tuve que parar. Porque mientras yo leía definiciones, resoluciones y cifras, la gente en Gaza seguía muriendo: bajo bombas, de hambre, de enfermedades, de sed. Los que sobreviven lo hacen entre ruinas, sin hospitales, sin escuelas, sin futuro.
Y mientras nosotros hablamos de tribunales, de Eurovisión, de la Vuelta ciclista, ellos mueren.
Mueren los niños que podrían haber crecido: 16.000 mochilas vacías, 16.000 pupitres que nunca más serán ocupados. Mueren las madres sin consuelo. Mueren las comunidades.
Y entonces me quedé con una idea fija: si mañana la Corte Internacional de Justicia, el máximo tribunal de la ONU, declarase oficialmente que esto es un genocidio, ¿qué quedaría? Solo cenizas, huérfanos, cuerpos bajo los escombros.
Un apunte local – El muro de la tibieza
Aquí, en La Palma, los representantes del Cabildo firmaron un texto tan inofensivo que ofende. Y no porque se lo impusieran, sino porque eligieron colocarse ahí: en el lado de la ambigüedad, del cálculo político, del papel que no compromete a nada. Lo que el Cabildo firmó no fue una declaración, sino un simulacro. Y esa responsabilidad es solo suya. Nadie les obligó a rebajar las palabras hasta dejarlas en papel mojado. Lo hicieron ellos, y quedará en evidencia cada vez que alguien busque en los archivos lo que se dijo desde La Palma.
Y no consigo dormir con esta imagen: 70.000 personas borradas de un mapa, como si nuestra isla entera desapareciera en silencio.
Y entonces pienso que, aunque los países no actúen y los vetos lo bloqueen todo, las personas sí podemos hacer algo: alzar la voz, presionar a los gobiernos, sumarnos a boicots y manifestaciones, no normalizar lo insoportable. Negarnos a ser cómplices mudos de esta tragedia, dejar claro que no es en nuestro nombre. La salud mental nuestra y la de nuestros hijos y nietos dependerá de qué lado de la historia nos posicionamos. Que mi hija no tenga que mirar atrás con la vergüenza de saber que su madre se quedó callada.
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