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Bailamandela

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(La Palma Ahora reproduce a continuación un artículo publicado por el desaparecido Luis Cobiella el día de la toma de posesión de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica. Un homenaje a dos personajes irrepetibles)

Vimos bailar a Nelson Mandela en su toma de posesión, no todo el tiempo que uno hubiese querido; y no siempre lo vimos en el primer lugar de las telenoticias. Me atrevo a reflexionar públicamente sobre esos extremos.

¿Son, realmente, extremos? ¿Es extremosamente importante la noticia? ¿o más bien constituye una noticia media, tal como fue tratada por la media de los medios?

Suele aceptarse que estos actos son serios y bailar no es serio; y que la asunción de la presidencia de un país es algo serio y respetable y le corresponde imagen cuerda y prudente: prudencia es, en este caso, mirar a quienes miran alrededor: el tema, o el sujeto, ha de ser circunspecto.

Pero resulta que hay dos alrededores: el lejano y ambiguo constituido por los mirones de tele y el próximo, visible y audible: una masa de espectadores alrededor, circum spectare, que también bailaba.

¿Qué sería de nuestros actos oficiales, paradas, procesiones si la etiqueta planchada, entorchada y bandeada cediese al ritmo, y la cadera, inmóvil por recto o figurado corsé, ondulara con vario acierto al compás de las palmas? ¡Sería una falta de respeto! Incluso esta misma pregunta puede ser considerada poco respetuosa. En lo tocante al baile y el respeto debido, se acepta al Juglar de Nuestra Señora porque fue hace mucho tiempo, y tal vez no fue, y está en los respetables libros de Literatura; pero lo aceptamos desde el tácito convenio de no ser ésos, sino otros más serios, los modos de rezar.

De acuerdo con todo ello, fue la de Nelson Mandela una noticia media, durante un tiempo prudente. Y me temo que, como en tantas ocasiones en que se respetan semejantes seriedades, no nos ha llegado la noticia.

No ha llegado, primero, por constituir noticia media. Los valores medios no existen: no existe la belleza media del atardecer, ni el dolor medio de un pueblo en éxodo, ni la alegría media de una pareja feliz.

No ha llegado, después, porque la noticia no era, fundamentalmente, que Mandela es Presidente, sino la alegría, ésa era la noticia; y la alegría se decía en el baile; y el baile apenas fue comunicado. La noticia es una eufonía, ¡bailamandela!, con be y eme de bemba, con las lindas eles gongorinas del lilibeo; decíamos en las alegrías isleñas: ¡mándel'al baile!

No ha llegado la noticia porque hay inconsciente cuidado de no alterar el respeto requerido en estos actos y no rozar el ridículo siendo excesivamente generosos en la trasmisión de bailes, colores, sombreros, gestos. Y en este punto me pregunto qué es lo que se respeta, y respondo que se respeta la seriedad. Lo cual, tal vez, constituya una seria falta de respeto: me temo que seriedad se tenga a veces por calidad de serie y no por calidad de serio.

La serie, entendida como producción en serie, puede ser positiva y obligada: sin la normalización de formas y dimensiones no sería factible la construcción del medio en el que somos; pero la serie extendida a otros ámbitos puede ser negativa: quizá resulte menos bella la margarita que la rosa porque aquélla se ha producido más en serie; los Hombres Grises representan la temida serie descrita por Michael Ende, contra la que al parecer desistimos la defensa; algunos hombres serios en actos serios pueden constituir hombres de serie en actos de serie. Hemos de ser educados en el discernimiento de las series para no caer bajo su dominio extrapolado.

Por el contrario lo serio, lo legítimamente serio, es otra cosa. Serio es lo real, lo grave, lo verdadero, lo sincero. Es grave y real haber pasado la vida en la cárcel luchando contra el racismo; es verdadera y sincera la alegría de haber vencido al racismo. Eso es, en nuestro caso, lo serio, lo respetable.

Bailar de alegría cuando los hombres llegan al abrazo es algo digno de respeto, de primer puesto de noticiario, de largueza y liberalidad en su comunicación. Nos estorba a los occidentales blancos una leve deficiencia ancestral: quedarnos en el abrazo que dura un instante y no ser capaces de continuarlo en la danza: he aquí nuestra incultura. Intuyo que la remediaremos. ¡Es tan contagioso el ritmo del amor!

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