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Blas Pérez González: lo que la memoria olvida

Alfonso J. López Torres

En estos días el pleno del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma ha acordado solicitar a la Autoridad Portuaria la retirada del busto del palmero Blas Pérez González, ubicado en la glorieta de entrada al muelle de la capital. Dicha moción presentada por Izquierda Unida y Nueva Canarias ha contado con el apoyo de PSOE y sorprendentemente de CC.

Aun careciendo de un informe jurídico que avale tal solicitud y justifique que la presencia de tal busto incumple la Ley de Memoria Histórica, y dejando a un lado también si quitar el busto o no hacerlo es una prioridad para los palmeros en los tiempos que corren, han sido numerosos los artículos y manifestaciones públicas alabando tal propuesta, renegando y abjurando, como no, de Blas Pérez. Este no lo será. Lo siento.

Blas Pérez González nació en el pago de Velhoco en Santa Cruz de La Palma el 13 de agosto de 1898. Tenía cuatro hermanos, tres mujeres y un varón, una de las cuales de nombre María del Rosario estaba casada con mi tío abuelo Pelayo López y Martín Romero, primer palmero que obtuvo el título de Arquitecto y hermano de mi abuelo el notario Federico López y Martín Romero. Reconozco, pues, que no puedo ser objetivo en esta semblanza.

Inició Blas Pérez los estudios de Derecho en la Universidad de La Laguna y los terminó en la de Madrid, con premios extraordinarios de licenciatura y de doctorado. Ingresó por oposición en el Cuerpo Jurídico Militar, donde llegó al cargo supremo de inspector general. Obtuvo, además, en 1927 y por oposición, la Cátedra de Derecho Civil de la Universidad de Barcelona de donde fue decano en la Facultad de Derecho por libre elección de sus colegas antes de la Guerra Civil.

Con motivo de la contienda, de infausto recuerdo para todos de un bando u otro, tras ser detenido en la zona republicana fue liberado merced a gestiones de sus alumnos pasando en abril de 1937 a la zona sublevada y rebelde, donde en el trascurso de la guerra fue nombrado fiscal del Tribunal Supremo en 1938 y concluida ésta ministro de la Gobernación en 1942.

Durante su mandato ministerial que finalizaría en 1957, se redactaron y aprobaron las Leyes de Régimen Local, la Ley de Sanidad Nacional (embrión del sistema de Seguridad Social del que ahora disfrutamos todos) y la Ley del Suelo, retornando tras ese periodo de actividad política a la Cátedra de Derecho Civil de la Universidad de Madrid a la que había sido trasladado en virtud de concurso, destacando como especialista del Derecho con numerosas publicaciones técnicas.

Lo que la memoria olvida tendenciosamente y por ende pretende imponer es que Blas Pérez González discutía las intenciones falangistas de hacerse con el control del Estado, contando además con la animadversión del ministro de la Presidencia Luis Carrero Blanco por sus deseos aperturistas. El almirante recelaba de las rumoreadas vinculaciones de Blas Pérez González con la masonería que a juicio del régimen se evidenciaban en su mano blanda pues no reprimía con suficiente energía para su gusto los disturbios que en esas fechas acontecían en el país.

Así pues el motivo del cese como ministro de Blas Pérez González simplemente fue que se oponía al proyecto tecnócrata y nada aperturista de Carrero Blanco, pues el ministro palmero creía firmemente que el régimen debía evolucionar y despersonalizarse, como de hecho final y afortunadamente sucedió.

Lo que la memoria olvida es que gracias a la ayuda de Blas Pérez González, muchos palmeros y muchos canarios pudieron mejorar su calidad de vida y prosperar honradamente, consiguiendo por ejemplo proseguir estudios superiores fuera de nuestras islas por su intermediación y por otras gestiones favorables, estando siempre abiertas las puertas de su casa en Madrid a todo aquel que a las mismas tocara por el mero hecho de ser palmero o canario, para pedir su consejo o ayuda.

Fueron tiempos oscuros, cierto. Pero estoy convencido que con sus luces y sus sombras Blas Pérez González hizo más por Canarias que muchos de aquellos que ahora creen que aplicar simplemente una Ley como la de la Memoria Histórica resuelve de un plumazo cualquier conflicto pasado, provocando por su contra más tensiones y enfrentamientos que los que pretende resolver.

En las reuniones familiares de la época anterior a la guerra en Santa Cruz de La Palma, al caer la tarde y quedar a oscuras la casa, viendo que se hacía necesario prender la novedosa y a la vez costosa energía eléctrica, mi tío abuelo Pelayo, algo agarrado él, le explicaba a Blas Pérez el por qué no era necesario encenderla: ¿Para qué vamos a dar la luz si nos conocemos todos?

Hoy y en este caso también serviría la explicación.

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