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José Feliciano Reyes

Mario Suárez

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Al hablar de la historia del deporte náutico de la isla de La Palma, hay que mencionar varias veces a Pepe Feliciano. Su nombre aparece, junto a Telesforo Rodríguez Fernández, Alfredo Pérez Díaz, Armando Rodríguez González, Manuel Cabrera Pedrianes, Alberto Lugo Rodríguez, Javier Brito Hernández, Miguel Perdigón Benítez, Ramón Vargas Pérez y Juan Barreda Díaz, como los primeros entusiastas regatistas palmeros que participaron en las competiciones organizadas en las Fiestas Lustrales de 1960, con motivo de la visita de la flota de snipe del Real Club Náutico de Tenerife.

A comienzos de la década de los 70´, fue el promotor de los primeros cursillos de optimist que la Federación celebrará en la isla con la ayuda de sus hijos, Francisco, Jesús y Paloma, a quienes se unirá, años después Harald Körke. La celebración de estos cursillos motivó que se adquirieran varias embarcaciones en la isla y se organizaran las primeras competiciones donde se fogueaban los incipientes regatistas que finalizaban los cursillos de iniciación: Trofeo del Navegante, Trofeo Raúl Galván, Trofeo Virgen de las Nieves, Trofeo de Semana Santa o Trofeo de Verano. Estas regatas se organizaban con material que había dejado la Federación en los cursos que organizaba, aunque siempre había que buscar alguna boya o algún cabo por el muelle, como recordaba Pepe. En cuanto a las embarcaciones de apoyo con las que se contaba en la época, destacaba un catamarán adquirido por él en 1978 llamado `Junonia´ en el que navegó, impulsado por sus llamativas velas rojas, buena parte de la juventud palmera de los últimos treinta años.

El color de estas velas motivó una anécdota en la Regata Lustral de 1980, ya que los tripulantes del primer barco en aproximarse a Santa Cruz de La Palma, que había ido en cabeza de la flota desde Anaga, se llevaron un gran susto cuando observaron frente al puerto de la capital palmera un barco con una vela roja; lo primero que pensaron fue que a lo largo de la noche alguno de los demás participantes les había pasado y estaba entrando en meta con el spinnaker, pues esta vela suele ser de colores. Al llegar comprobaron que se trataba de Pepe Feliciano que iba a recibir a los participantes de la prueba.

Hasta 1974, las regatas que se celebraban en las islas establecían su clasificación según el tiempo real de llegada a meta. Esto suponía que, en igualdad de condiciones, algunos barcos no tenían nada que hacer ante otros, debido las evidentes diferencias entre las esloras y prestaciones de cada uno. En 1975 se implantó un sistema de tiempos compensados con el que equilibrar las posibilidades de toda la flota. De esta manera, aunque un barco entre en meta el primero debido a sus ventajosas características frente a otro puede ser ganado por este último al aplicárseles un coeficiente corrector que iguala sus posibilidades. En la Regata Lustral de ese año se creó un comité de regata que aplicara, entre otras medidas, esta compensación. Pepe Feliciano, que en ese entonces era comodoro del Real Club Náutico de La Palma, entidad que colaboraba con la prueba, fue el representante palmero en ese comité, junto a Javier Gorostiza Trujillo del Real Club Náutico de Tenerife, e Ignacio Pérez-Galdós de la Torre del Real Club Náutico de Gran Canaria. Junto a Armando Rodríguez González eran los encargados de tomar los tiempos de llegada de cada barco para lo que empleaban un reloj de los usados en colombofilia, ya que este aparato emite un ticket de papel con la hora exacta.

El mar era Pepe y Pepe era el mar, tanto es así, que cualquier acontecimiento que ocurriera en el ámbito marino tenía que ver con él, lo cual jalonó su vida de innumerables anécdotas:

A mediados de los 70´ llegó a Santa Cruz de La Palma un velero inglés cuyo propietario tenía algunos problemas con la justicia de su país, por lo que la Ayudantía Naval de La Palma recibió orden de precintarlo. El barco estuvo algún tiempo fondeado en el puerto hasta que cierto día zarpó en medio de un temporal del Sur. El ayudante naval de La Palma, Wenceslao González Murcia, carente de embarcación alguna con la que proceder a su persecución y detención, solicitó la ayuda a Pepe Feliciano para que, a bordo de su motora fueraborda de 120 caballos, fueran a detener al navegante fugado. A los pocos minutos Feliciano, González Murcia, y un marinero de la Ayudantía, se encontraban en el fueraborda dando botes, calados de agua hasta los huesos y tras la estela de la embarcación británica.

Al llegar a la altura del balandro le hicieron señas para que regresara a puerto, haciendo el ínclito inglés caso omiso de la orden. Entonces el Ayudante Naval ordenó al marinero que disparase a cierta distancia de la proa del velero, pero debido a los rociones de agua que había recibido en la persecución, la metralleta que portaba se había mojado y se encasquilló.

El yate inglés continuaba navegando sin variar el rumbo hasta que al marinero que intentaba afanosamente secar el arma, se le disparó una ráfaga al aire, lo que provocó de manera inmediata que el súbdito de Su Graciosa Majestad virara y pusiera la embarcación rumbo nuevamente a puerto.

Me contaba Pepe, de forma jocosa, que algún periódico de Tenerife publicó, haciéndose eco de la noticia, que un buque de guerra español había detenido a un barco inglés que huía de las islas.

Cuando me despido de un apasionado del mar siempre me viene a la memoria la respuesta del filósofo Anacarsis Escita sobre si eran más los vivos o los muertos: ¿en qué clase de esas dos pones a los navegantes?…

Mario Suárez Rosa

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