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Madera y artesanía

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Los aborígenes palmeros ya trabajaban la madera con gran perfección sobre todo si se tiene en cuenta lo rudimentario de sus herramientas, lajas de piedras cortantes y conchas marinas. En el yacimiento arqueológico de La Palmera en Tijarafe se encontró un gran tablón funerario, datado en el año 240 a.C., donde se aprecia perfectamente las huellas de la industria lítica con la que fue tallado. Hoy este tablón funerario es una de las piezas de mayor interés del Museo Arqueológico Banahorita (MAB) en Los Llanos de Aridane.

Los nuevos colonos, que se establecen en La Palma a principios del siglo XVI, emplearon las materias primas de la Isla para comenzar el desarrollo agrario y social. Es el viajero portugués Gaspar Frutuoso quien, entre 1567 y 1568, recoge la existencia de “tanques e agua tan grandes, hechos de madera de tea, que es una madera de pino con que se hace la pez. Algunos llevan mil botas de agua, que se conserva tan fresca y gustosa, que los médicos dicen que es gracias a esta agua que beben los isleños el ser tan sanos”.

El aprovechamiento de la riqueza maderera de La Palma queda reflejado en la descripción que de los muebles y enseres de las casas campesinas hacía el palmero Antonio Lemos y Shalley en torno a 1846: “Un molino de mano, gánigos de barro, talla para el agua, un morterito y cucharas de palo, alguna banca rústica de la propia materia, algunas cajas de tea para ropa (...). Entre las bancas hay una de tres pies a la cual la llaman mancebo, destinado a tener encima una teja y dentro de ésta las teas encendidas que le sirven para alumbrar”.

Desde la incorporación de la Isla a la Corona de Castilla, La Palma ha sufrido una continua deforestación. Esto ya preocupaba a finales del siglo XVI al fraile Juan Abreu y Galindo, quien lo refleja en sus escritos. Siglos más tarde, el periódico decimonónico EL TIME, editado en Santa Cruz de La Palma, sufrió entre 1866 y 1868 cuatro expedientes sancionadores por la defensa de la naturaleza palmera al reflejar en sus páginas, entre otros aspectos, “la destrucción casi general, paulatina y fraudulenta, en su mayor parte, de los frondosos montes de la isla”. 

Generaciones posteriores la deforestación de los montes palmeros seguía preocupando a los palmeros. El poeta Domingo Acosta Guión (1884-1959) en su poema Al monte... leña, irónicamente lo recoge. 

“Vete al muelle, celador,

   a ver los montes palmeros

  que se los llevan en flor

  convertido en maderos.

   Hasta en Marcos y Corderos

   los genios de la ambición

  desmochan como un ciclón

brezos, y fayas y tilos.

¡Y se quedan tan tranquilos

haciendo la digestión

Por un pino talan mil

por mil talan un millón,

si no es con remates

con el truco más incivil.

Y contra tanta ruindad

 no siquiera se oye un grito,

cuando el callar es delito,

cobarde complicidad.

descubre la verdad

con gesto franco y sencillo

porque caiga tanto pillo

de baja y sucia ralea

que al Estado apuñalea

para llenar el bolsillo“. 

Aún así, la materia prima sigue siendo abundante en La Palma, y existe un buen número de artesanos que elaboran en madera aperos de labranza, mobiliario, instrumentos musicales, cachimbas, lagares, medidas, pipas (toneles) y otros elementos de la arquitectura tradicional, y un sinfín de objetos destinados tanto a la decoración como al uso doméstico.

Con brezo tallado o trabajado al torno se hacen cucharas, palas para remover la carne de cerdo (cochino) en las calderas de cobre y obtener manteca, cabos (mangos) de herramientas, aperos de labranza y cachimbas. Uno de los pasos necesarios en el tratamiento de esta madera es el charamuscado, que se realiza, una vez limpio, con un pase ligero sobre el fuego; después, se sepulta en tierra húmeda durante una semana, para terminar, poniéndolo a hervir en agua abundante.

La tea, que guarda celosamente en su interior el incombustible pino canario, es una madera noble, fuerte y olorosa, frecuentemente empleada en las construcciones tradicionales palmeras; en la actualidad, su tala está prohibida, y sólo se pueden reutilizar las ya existentes. De tea son las puertas y balcones tallados de templos y viviendas, así como los suallados (suelo), tirantes del techo, esquineros, dinteles, cancelas, alacenas, brocales... No resulta ajenas tampoco es este material las herramientas de tejeduría, desde los telares a las devanaderas.

El palmero José Pérez Vidal (1907-1990) en su trabajo Estudios de etnología y folclore canario, describe las tradicionales cajas de tea palmera: “Las cajas o arcones sirven no sólo para guardar los granos y las ropas y enseres de la casa, sino como asiento; son lisas, generalmente, sin tallar ni otro género de adornos, pero están solidamente hechas, con gruesas tablas bien enmalletadas o enlazadas en las esquinas. Unas cajas guardan granos; otras, la ropa. Estas cajas de ropa suelen ofrecer interiormente un curioso compartimiento: el escanillo, cajoncito adherido a uno de los lados, junto al borde, y en el que se guardan joyas y otros objetos pequeños, que sin él se hallarían siempre revueltos entre las enaguas, blusas y demás piezas de vestir que la caja encierra. Para que la ropa tenga buen olor, suelen guardar con ella alguna manzana”.

Con esta materia prima se emplea en la tonelería.  En la zona noroeste de la Isla, Tijarafe, Puntagorda y Garafía, se sustituye una de la duelas de roble por una de tea y el vino tiene un sabor peculiar que se le conoce por vino ateado o vino de tea.

La tea es eterna, no se pica. Nunca muere, siempre está viva. La resina que contiene le proporciona una lubricación propia que hace que sea “para siempre”. Su vetado, de líneas ondulantes, especie de damasco, los nudos y la coloración roja le proporciona gran belleza. Antiguamente se limpiaba con aceite y vinagre.

Con moral y cedro se siguen las mismas técnicas que con las otras maderas, siendo los objetos fabricados con ellos similares a los de brezo. El moral entró en la vida cotidiana palmera a través de los útiles domésticos, castañuelas y los palillos de tambor –en La Palma se conocen como caja de guerra al tambor grande-. Por su nobleza fue, y sigue siendo, el sueño del artesano tornero para sus más elaboradas piezas.

En las medianías de La Palma perviven, casi olvidados, la silueta inconfundible de los morales. Aún se recuerda la subasta de la hoja destinada a la crianza del gusano de seda y la ganadería. La madera, amarillenta y suave, sometida a la maña de los artesanos se convertía en morteros, barrilotes, tazas, queseras... El juguete preferido de los niños era un trompo de moral y de los mayores una cachimba.

La entrañable y tradicional cachimba de moral la describió perfectamente el palmero Domingo Acosta en su poema costumbrista: Mago de ahora. 

“¿Qué hiciste de la cachimba,

de aquella cachimba isleña

llena de adornos dorados

como una rica presea

y con una pata de gallo

debajo de la cazuela.

Ésa ya pasó a la historia;

ya el puro es el que jumea;

con el trincado en la boca

se distingue a la legua

y al mirarte de perfil

bien de lejos o de cerca

el puro por su calibre

es botalón de corbeta.

Y si hoy fumas por cachimba

será una cachimba inglesa,

una cachimba hecha a máquina

quién sabe de qué corteza;

la tuya es de moral...

¡Oh!. La moral es la esencia,

en el árbol y en la vida,

pura, sagrada y eterna“. 

La persecución humana sobre la valiosa y hermosa madera del cedro (Juníperus cedrus) ha propiciado normativas de protección. Según el biólogo palmero Arnoldo Santos en las islas “donde se conservan en la actualidad los mejores y más numerosos ejemplares es en la Caldera de Taburiente (La Palma). Aquí pueden verse árboles que superan los ocho metros de altura con troncos rectos que se diseminan en estos riscos entre los 1.700 y 2.400 metros”. El cedro que se trabaja hoy en La Palma es mayoritariamente de importación y la reutilización de las viejas tablas de los arcones de cedro, con los que regresó el indiano de las Antillas.

Olor a virutas de maderas nobles. Deforestación de bosques para los afamados astilleros palmeros. Útiles campesinos del hogar y el campo. Manos que tallaron castañuelas que aún repican en fiestas. Madera y artesanía palmera. 

María Victoria Hernández,  cronista oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)

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