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Las madres especiales

Elsa López

Son esas madres con las que nos tropezamos en la calle, en los parques, en los aeropuertos y muchos sitios a donde van las madres que son especiales. Yo conozco a algunas y puedo decirles que son hermosas, valientes y dignas de admiración. Hay una madre especial que suele viajar conmigo en el avión. Es muy joven, menuda y sonriente. Lleva a su hija a Tenerife, imagino que a revisiones, controles, o lo que le piden los médicos y ella sigue a rajatabla con la esperanza siempre de recuperar ese cuerpecillo que arrastra en un carrito especial donde su hija va recostada, la cabeza ladeada, la lengua revoloteando de un lado a otro de la boca. La madre especial le limpia las babas y sonríe. La niña especial mira a la madre con los ojos muy abiertos, hace un gesto con las manos y emite un gruñido de amor. Yo las miro y sonrío a la madre que me mira como entendiendo mi ternura.            

Hay otra madre que camina por la calle, pasea con su hija y la lleva a conocer el mundo atada con unas correas especiales que hay que ponerle para que no se lastime a sí misma, para que no se golpee contra los bancos del jardín, las sillas del restaurante o las personas ajenas a su universo. Es una muchacha especial, diferente a otras muchachas que se cruzan en su camino, diferente, quizá, a otras muchachas que no la miran, que no la entienden, que no saben que ella es tan especial que se comporta de diferente manera al resto de las muchachas de su edad; tan, tan especial, que necesita de una madre distinta al resto de las madres. Una madre con coraje, con dolor, con la suficiente energía como para tirar de ese carro sin que le puedan las horas de sueño, las fatigas o el cansancio.

Hay otras madres que están cerca de mi alma y cuya fortaleza está hecha a prueba de bombas. Hay una que tiene un hijo especial, diferente a cualquier otro niño a causa de una inteligencia y una sensibilidad extremas. Ella lo acoge, lo abraza, le habla y juega con él si él la deja, y si no, se sienta en la puerta de su cuarto y le habla durante horas si es necesario. Es una madre tan especial que se convierte, milagrosamente, en hija de su hijo y se deja querer y proteger por él como si lo fuera. Hay otra que viste a su hija y la peina como si siempre fueran a ir de fiesta y mientras la hija la mira paralizada por el amor que siente hacia la madre, la madre escribe poemas a la hija y el libro se llama La hija y en él nos habla del dolor y la alegría de quererla. Y otra, que tuvo el valor de desprenderse del hijo a muy corta edad para que le enseñaran a sobrevivir por sí mismo y ahora, cuando ya es un hombre y sabe hacerlo, ella sigue teniendo la inquietud del desamparo y la memoria del desgarro.

Y si repaso en mi memoria comienzan a llegarme imágenes de otras madres, otros hijos, otros relatos donde ellas han levantado un muro de cariño y fortaleza para defenderlos de la incomprensión y los malos tratos a los que esta sociedad está acostumbrada; para evitarles la incomprensión de familiares, vecinos, compañeros de clase, instituciones y demás gobiernos; para crearles un entorno de vida especial donde ellos puedan crecer, hacerse libres y poder sobrevivir sin temor a ser aplastados por una mayoría que no los acepta, no los reconoce como suyos y, en definitiva, no son tan especiales como ellos. 

                                                          Elsa López

Garafía 5 de mayo de 2018

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