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El poder de la palabra

Miriam G.A.

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Durante toda la historia de la humanidad ha habido un principio que siempre nos ha acompañado: nuestra necesidad de comunicarnos con el resto de personas. El lenguaje ha ido variando, mejorando y perfeccionándose con los años y los daños, a su lado, la palabra ha avanzado cogida de nuestra mano, conquistándonos con su sonoridad y distanciándonos, en algunos casos, de las ideas implícitas que, sin darnos cuenta, ocultaban tras su significado. Las palabras, como algunos dirían, son solo letras bien ordenadas que por sí solas no causan ningún agravio, pero que en el contexto indicado y tras los labios equivocados, pueden herir y lastimar tanto a personas individuales como a grandes colectivos sociales. La sombra de vivencias y experiencias detrás de cada palabra, convierten al léxico en una granada que solo necesita de la pólvora del odio para que prenda la llama.

Hoy en día, las palabras se han vuelto un arma de doble filo, porque igual que las utilizamos para defender nuestras propias opiniones, también nos pueden servir para atacar las que consideramos como contrarias y por supuesto, a la inversa. El lenguaje es una capacidad que necesita ser bidireccional, necesita de un diálogo colectivo para su uso y disfrute, pero actualmente, hemos empezado a deleitarnos hablando en soledad, guardándonos nuestras opiniones para nosotros mismos porque de esta manera nunca nadie llegará a cuestionarnos o refutarnos, lanzando palabras al viento y, la mayor parte, sin nombre. De cara hacia el resto del mundo, nuestras mayores conversaciones transcurren tras una pantalla, la cobardía en nuestra voz se ha suplido por la valentía de nuestros dedos y nuestras mayores verdades, como mucho, son publicadas en un margen de 280 caracteres que es lo que te permite Twitter. Nuevamente, el escenario principal son las redes sociales, es sencillo y, si queremos, anónimo.

En esta realidad semántica en la que nos estamos moviendo, el buen o mal uso de la palabra se condena públicamente y se paga de manera íntima y privada, por lo que muchos se resguardan de entrar en el campo de batalla. Nos debería sorprender, por tanto, titulares como el publicado por La Razón refiriéndose a una excelente tenista con el nombre posesivo de “la ex de” o “la admiradora de” y no como mujer independiente que logra un merecido lugar en los Juegos Olímpicos. Pero es que, si analizamos las consecuencias detrás de los Juegos Olímpicos, también podríamos mencionar cómo durante las dos semanas que han durado, la actualidad en los medios de comunicación se ha concentrado y resumido, prácticamente, en estos eventos deportivos, en estas palabras. El resto de noticias del día han quedado minimizadas y silenciadas, el poder de la palabra, finalmente, lo tiene aquel que mueve grandes masas.

En el sistema capitalista y socioeconómico del que se alimenta Europa, podríamos pensar que se utiliza la palabra para direccionarnos en uno u otro sentido, colocando las letras precisas para que quien las lea, escuche y crea entenderlas, considere que son del todo acertadas y por tanto, las adopte como propias, convirtiendo a la población en un rebaño guiado por palabras políticamente correctas. Debemos ser conscientes de que la forma que tenemos de usar nuestro lenguaje marcará nuestra manera de relacionarnos e interactuar con los demás, el tono de nuestra voz y la disposición de nuestras palabras nos permitirá captar o no la atención de aquellos con menos léxico. La falta de tiempo y de interés ha hecho que los titulares sensacionalistas vendan, a veces, incluso más que el buen contenido, creando absurdos en los que es más importante tener repercusión que moral. Pero también debería preocuparnos el sesgo en la información referida, ya que acomoda en nuestro subconsciente la errónea idea de que solo algunas noticias merecen ser contadas y, expulsa de nuestra mente todo aquello que está pasando en el resto del planeta, elevando las palabras de unos pocos y ocultando las palabras de otros muchos.

Durante toda la historia de la humanidad ha habido un principio que siempre nos ha acompañado: la palabra parece estar, únicamente, en unos pocos labios. Hoy, en nuestro mundo con vistas al exterior, la palabra se ha convertido en una atracción y los medios de comunicación, los programas televisivos y aquellas personas que situamos en la cima de la pirámide humana, aparte de opinar e informar, han decidido entretener a los espectadores o lectores, y por miedo a perder el dinero de la función, hacen y dicen lo que haga falta para que no quede en taquilla ninguna entrada. Mientras dure el espectáculo, el público seguirá atento y callado, la palabra seguirá donde siempre ha estado, en unos pocos labios.

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