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Sociedad, Estado y Gobierno

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La conducta y la convivencia social son anteriores a la especie humana, nacen y es característico a toda especie. El Estado nació como una propiedad material del territorio, donde residir, atrincherarse y albergar seguridad. El Gobierno es producto de la ineficacia de la especie humana para poder colaborar, vivir, transitar y establecernos como iguales en sociedad. En El Principio no había Estado, ni Gobierno; sin embargo, si hubo Sociedad, la Sociedad es anterior a todo, como lo es en símil medida el inalcanzable horizonte y el múltiple entorno. Siempre ha habido horizonte y entorno, siempre ha habido Sociedad.

El Estado y El Gobierno no son sinónimos compulsos de fanatismo y esclavitud. No hay verdad totalmente certera y completa, lo que sí parece claro, porque la historia así lo promulga, es que ambos provocan continuamente aspectos involutivos y retrógrados de la especie humana, como son las ideologías fanáticas y la sumisión tiranizada.

Lejos de razonamientos antisociales o anti sistemas, la evidente luminosidad de un leve paseo por la reflexión, acondiciona y clarifica horizontes que nos procuran claridades donde, como se ha dicho, El Estado nació de la propiedad territorial y del temeroso sentimiento de refugio, y El Gobierno es producto de la incompetencia e inutilidad de la especie humana para residir en armonía y tranquilidad socialmente, por lo que, esto que puede parecernos como una evolución para conformar y sostener dicha debilidad, solo procura irónica y defectuosamente un doloroso desgarro y una insalvable grieta, aún mayor en nuestra actitud, como un niño de veinte años, mimado y dependiente, a expensas de los dictámenes y conjeturas de sus padres.

Quizás, o a lo mejor, o puede, o? ¡qué sé yo!, la tragicomedia ineptitud por la que no somos capaces de vivir unos con otros, sea la más prolifera e infinita condición y característica que otorga tanta fuerza y poder al Gobierno. Nuestra irrisoria y nefasta manera de comportarnos unos con otros, enarbola y configura sus más altas y esbeltas banderas, y confecciona proyectos e idearios cargados de márgenes y obligaciones inhumanas.

Atendamos a la historia de la especie humana durante unos leves segundos, no como una amplia y cultural biblioteca de innumerables datos y fotografías y anécdotas y acontecimientos, concurramos a ella con la reflexión supurando el esfuerzo y el pensamiento libre de ataduras y debilidades, para que así, puedan aletear y tomar vuelo las nociones y la profundidad de cada matiz y particularidad en mayor libertad posible. En El Principio, en esos inaugurales almanaques, la especie humana ocupó y transitó su posicionamiento en forma de clanes o tribus, donde no existía la familia aislada, como ocurre aún en algunos mamíferos, todos contribuían y percibían en una u otra manera socialmente. Luego, debido a unas u otras causas, a la emigración continua en relación a la necesidad de alimentos, a las innumerables y constantes guerras, brotó El Estado, como la propiedad territorial donde refugiarse, y también, debido a la necesidad entre clanes o tribus, y las mezclas ocasionadas entre ellos, y en símil medida, al ampararse en un único territorio y convivir. La inutilidad e incapacidad para cohabitar en un sentido sosegado y equilibrado, los llevó a dejar en manos de otros, El Gobierno, el quimérico proyecto de establecer las coordenadas y la brújula correcta, para navegar la evolución y la armonía de la especie humana.

No olvidemos como premisa, aún reiterándome que, El Estado es solo una propiedad material del territorio, El Gobierno es el producto de la ineptitud de la especie humana para convivir en sociedad, y esta, La Sociedad, lo que siempre hubo, desde El Principio, como el inalcanzable horizonte y el múltiple entorno, y a riesgo de ser tachado, señalado y denostado como “escritor antisistema”, El Estado y El Gobierno son imprescindibles en el mismo instante en que aprendamos a convivir en Sociedad. Quizás, la especie humana deba dar un paso atrevido y arriesgado, regresar al punto de partida donde abandonó la evolución, sumirse intrépido y desenfadado y dejar atrás comportamientos contemplativos y acomodados, asomarse al abismo y al desconcierto, y lanzarse, abandonar la posibilidad de que otros ejerzan de árbitros, la costumbrista herencia recibida del Derecho Romano, su estructura institucional, y aprender reflexiva e inexorablemente a coexistir en sociedad, sin temor alguno a que, el riesgo y la permutación estructural nos invite a nuevas y desconocidas maneras sociales, donde el ser humano, la libertad y el conocimiento sean relevantes ante todo, y donde el conflicto sea una posibilidad a conversar y reflexionar, y no un terremoto del que salvaguardarnos.

www.andresexposito.es

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