La reina Isabel II se me presentó en un sueño y me dijo en perfecto castellano con algunos tacos en inglés de Bahamas que por fin había comprobado que Dios era algo así como un superordenador cuántico en el que se contemplaba todo el universo centrándose a veces en algún planeta. La Tierra la veía como un espectáculo tragicómico sin mayores pretensiones, un desastre con momentos divertidos. A veces cambiaba de canal y veía algún planeta de gran conocimiento científico, u otro muy ético y espiritual y donde la gente era generosa y nadie, ni siquiera los banqueros, mentía o abusaba de su poder, y el Dios cuántico sonreía y se decía que al menos este programa le había salido bien. Los deportes no le agradaban demasiado, después que todos los atletas de la galaxia se habían vuelto robóticos narcisistas y excepcionalmente le divertía ver algún mundo donde los corredores eran esos alienígenas verdes en plan pulpo o caracoles gigantes que corrían en plan desenfadado y amateur. La Reina me dijo que no se lo contara a nadie, pero yo con ustedes voy a hacer una excepción. De nada. También me dijo que la eternidad estaba bien para un ratito y que le daba rabia haber fallecido antes que Putin. Le pregunté por el tema de Puerto Naos y La Bombilla y me dijo que eso ni Dios.