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Tenerife ya perfora, La Palma aún escucha

Diseño de la futura planta geotérmica de Vilafor (Tenerife) integrada en el paisaje, facilitado por DISA Renovables.

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Tenerife, punto de partida para la geotermia canaria

Vilaflor, Tenerife, otoño de 2025. Los primeros agujeros surcarán la roca hasta los 3.000 metros en busca del calor antiguo de la isla. No serán pozos de agua ni de petróleo: serán perforaciones de exploración geotérmica, un gesto experimental pero poderoso con el que Tenerife aspira a reinventar su matriz energética. En un archipiélago que depende históricamente del petróleo importado, esa apuesta tiene un porte simbólico, estratégico y tecnológico.

Un salto técnico (y político) bajo la superficie

La iniciativa fue presentada en junio en Vilaflor por Energía Geotérmica de Canarias (EGC), la sociedad mixta que integran el Cabildo de Tenerife, el Instituto Tecnológico y de Energías Renovables (ITER), el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan), la empresa DISA Renovables y la islandesa Reykjavík Geothermal. Los nuevos sondeos servirán para confirmar si las expectativas científicas —basadas en mapas geológicos, resistividades y flujos térmicos— se traducen en calor suficiente para generar electricidad.

El proyecto ha recibido 43,1 millones de euros del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), procedentes de los fondos europeos de recuperación, aunque el presupuesto total podría duplicar esa cifra al alcanzar los 86 millones de euros en las fases más avanzadas. Los trabajos se concentrarán en la vertiente sur de la isla, en municipios como Vilaflor, San Miguel, Arona o Granadilla, zonas de alta actividad volcánica y estructuras tectónicas favorables.

Para el ITER, la geotermia representa una oportunidad estratégica: energía continua, emisiones nulas y mínima ocupación del territorio. El calendario prevé que los sondeos profundos comiencen este otoño de 2025, una vez completados los estudios magnetotelúricos, gravimétricos y sísmicos realizados durante los dos últimos años. Si los resultados confirman la presencia de un reservorio geotérmico con temperaturas superiores a 150 °C, la isla podría tener su primera planta operativa hacia 2030. Sería la primera de su tipo en España.

Desde DISA Renovables, el discurso es de continuidad: pasar del viento y el sol al calor subterráneo. La compañía —con experiencia previa en fotovoltaica y eólica— describe este salto como una “doble apuesta” por la soberanía energética. Sin embargo, la geotermia exige una precisión técnica que pocas empresas dominan. Perforar tres kilómetros en una isla volcánica no es solo un reto económico; es también una operación geológica compleja, dependiente de permisos, logística y acuerdos ambientales que pueden demorar los plazos. No en vano, los promotores han solicitado una prórroga administrativa al IDAE para garantizar la ejecución completa del proyecto.

En paralelo, investigadores del Involcan y del CSIC han combinado estudios de resistividad (magnetotelúricos) y tomografía sísmica para delinear posibles zonas de alteración hidrotermal. Las imágenes muestran un patrón clásico: capas arcillosas superficiales, un cuerpo alterado en profundidad y conductos verticales de fluidos calientes. Si el calor encontrado en esas zonas alcanza el umbral esperado, podría generar vapor suficiente para mover turbinas eléctricas, igual que ocurre en Islandia o en las Azores.

Una planta que podría cambiar el equilibrio energético

El objetivo de la futura planta geotérmica de Tenerife es modesto pero revelador: entre 5 y 20 megavatios de potencia, capaces de abastecer anualmente a una ciudad como Santa Cruz. En el contexto insular, donde más del 80 % de la electricidad procede aún de combustibles fósiles, esa cifra tendría un impacto real en la reducción de emisiones y en la seguridad de suministro. La geotermia no depende del sol ni del viento, por lo que puede operar las 24 horas del día: una fuente “firme” que estabiliza la red y complementa a las renovables intermitentes.

El diseño preliminar contempla un sistema de ciclo binario cerrado, sin emisión de gases y con mínima ocupación del terreno, algo fundamental en una isla con alta densidad turística y ambientalmente sensible. El suministro de agua técnica —necesaria en las fases iniciales de perforación— se obtendría de la desaladora de Fonsalía, evitando así competir con el consumo agrícola o doméstico.

La referencia más citada es el modelo de las Azores, donde la geotermia cubre ya más del 20 % de la electricidad del archipiélago portugués, llegando al 42 % en la isla de San Miguel. Tenerife busca replicar esa experiencia: reducir costes, ganar autonomía y consolidar un sector técnico de alto valor añadido. Las proyecciones sugieren que, de funcionar a pleno rendimiento, la energía geotérmica podría abaratar en torno a un 30 % el precio de generación eléctrica en el sistema canario.

La Palma: el reflejo más lento del mismo sueño

Mientras Tenerife acelera, La Palma avanza con paso más pausado. La isla adjudicó en 2024 la exploración geotérmica a seis entidades, que cubrirán trece áreas de estudio en la mitad sur del territorio. Durante el otoño de 2025 se están iniciando los estudios magnetotelúricos, una fase que busca cartografiar el subsuelo mediante señales electromagnéticas naturales para detectar zonas de posible circulación de fluidos calientes. Sodepal, la empresa pública del Cabildo, lidera este proceso con apoyo del Gobierno de Canarias y consultores externos especializados.

Los primeros modelos tridimensionales obtenidos muestran anomalías de baja resistividad bajo la dorsal de Cumbre Vieja, indicativas de actividad hidrotermal. Sin embargo, todavía no hay perforaciones profundas. Si el calendario se cumple, la primera planta geotérmica palmera podría entrar en funcionamiento también hacia 2030, aunque la diferencia de fases respecto a Tenerife es clara: mientras la isla vecina se dispone a perforar, La Palma sigue mirando desde la superficie, afinando mapas y presupuestos.

El contraste es revelador. Tenerife ha logrado coordinar recursos públicos y privados, atraer inversión extranjera y avanzar en el marco normativo. La Palma, en cambio, ha encontrado más obstáculos administrativos y una estructura institucional más pequeña. Pero ambas islas comparten un mismo propósito: aprovechar su naturaleza volcánica para producir energía limpia, estable y local.

Responsables del proyecto de DISA durante una visita a Vilaflor, donde explicaron a los vecinos los detalles de la iniciativa.

Tensiones, esperanzas y dilemas

El inicio de las perforaciones geotérmicas en Tenerife encierra una mezcla de entusiasmo y prudencia. Por un lado, la promesa de independencia energética y reducción de emisiones impulsa el proyecto con fuerza política y mediática; por otro, los riesgos técnicos y financieros mantienen la cautela. Nadie puede garantizar que, al llegar a 3.000 metros, el calor encontrado sea suficiente para sostener una planta rentable. En geotermia, el subsuelo no ofrece certezas: los modelos geofísicos orientan, pero no aseguran resultados. Esa incertidumbre se traduce en dinero y tiempo, dos variables escasas en un contexto donde cada euro procede de fondos europeos y cada mes de retraso implica justificar avances ante la administración.

A esa complejidad técnica se suma la dependencia regulatoria. España no cuenta todavía con un marco tarifario específico para la electricidad geotérmica, lo que deja en el aire el precio al que se vendería esa energía una vez producida. Sin una retribución clara, los inversores privados dudan en apostar por una tecnología de alto coste inicial y retorno a largo plazo. Por eso, aunque el proyecto se presenta como un ejemplo de colaboración público-privada, la iniciativa sigue sosteniéndose mayoritariamente en dinero público y en la voluntad política de convertir a Tenerife en referencia.

También hay tensiones ambientales y sociales. Las zonas elegidas para los sondeos —en el sur de la isla— se encuentran cerca de espacios naturales y de núcleos turísticos, lo que obliga a conciliar el avance técnico con el respeto al paisaje y al descanso de las comunidades locales. Los promotores insisten en que la huella de una planta geotérmica es mínima, pero en Canarias la sensibilidad ecológica pesa tanto como la eficiencia energética. En el fondo, la discusión no es solo sobre energía: es sobre el modelo de desarrollo que se desea para el archipiélago.

Y en medio de todo ello late la comparación inevitable con La Palma. Tenerife se ha colocado en cabeza, con más recursos, mejor infraestructura y un mercado energético mucho mayor: más de un millón de habitantes entre población residente, flotante y turística, lo que multiplica el atractivo económico del proyecto y el potencial retorno para empresas como DISA en el futuro. Esa densidad poblacional es también una garantía: hay demanda suficiente para amortizar la inversión y asegurar rentabilidad a largo plazo. En La Palma, en cambio, la realidad es distinta. Con una población veinte veces menor y sin un tejido industrial relevante, resulta mucho más difícil atraer socios privados dispuestos a aportar capital de riesgo. Por eso, la inversión pública en la isla no solo es necesaria, sino esencial. Sin el impulso directo del Cabildo, el Gobierno de Canarias y fondos estatales o europeos, la exploración geotérmica palmera difícilmente pasará del plano teórico. Y, sin embargo, es precisamente esa inversión pública la que puede marcar la diferencia: garantizar que también en una isla pequeña se alcance la ansiada independencia energética, demostrando que el calor del subsuelo no entiende de tamaño ni de PIB.

El entusiasmo por la geotermia también plantea una cuestión de fondo: ¿hasta qué punto puede un territorio volcánico convertir su inestabilidad en una ventaja? La misma energía que un día provocó erupciones destructivas podría, ahora, alimentar hogares y alumbrar calles. Hay algo poético —y político— en esa idea: domesticar el fuego interior de las islas para emanciparse del petróleo.

Un experimento que puede redefinir el futuro insular

Cuando las máquinas comiencen a perforar en Vilaflor, el sonido metálico sobre la piedra no solo marcará el inicio de un experimento técnico: simbolizará una nueva etapa en la historia energética de Canarias. Si el calor aflora y la geotermia demuestra su viabilidad, Tenerife se convertirá en el primer territorio español en producir electricidad directamente desde su subsuelo. Si no, quedará como un intento audaz, un recordatorio de lo difícil que resulta traducir la ambición ecológica en soluciones reales.

En cualquier caso, el impacto va más allá de lo técnico. La geotermia representa una promesa de autonomía, una forma de reconciliar el progreso con el territorio. Bajo la superficie, las islas guardan un poder latente. La diferencia entre aprovecharlo o dejarlo dormido puede marcar el rumbo energético de Canarias durante las próximas décadas.

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