Tijarafe y la leyenda de la Virgen de la Candelaria

María Victoria Hernández

5 de septiembre de 2021 17:26 h

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Por segundo año consecutivo el “diablo” más infernal de todos los tiempos que recordamos, la pandemia mundial de Covid-19, restriegue los actos de la festividad de Nuestra Señora de la Candelaria. No obstante el calendario litúrgico sigue corriendo y nos aparece apropiado dejar testimonio de: “Tijarafe y la leyenda de la Virgen de la Candelaria”. 

En Tijarafe, que en lengua prehispánica significa lugar de sombra y frescura, reinó Atogmatoma, guerrero y defensor de la integridad territorial de su pueblo Hiscaguán. En el momento de la conquista, sólo los esponsales de su hija Tinabuna con el jefe de Aridane, al que llamaban Mayantigo y, su avanzada edad, le hicieron firmar la paz con sus vecinos. De ese pueblo prehispánico heredaron sus actuales habitantes el amor a la tierra y al trabajo; en una zona árida y seca.        

Recibe Tijarafe al viajero en El Time, mirador sobre el valle de Aridane que hace volver obligatoriamente la vista atrás por última vez: entre almendros, El Paso; entre plataneras, Los Llanos de Aridane y Tazacorte; a la izquierda, la inmensa concavidad de la Caldera de Taburiente; y por Cumbre Vieja, casi en las faldas del árido pico Birigoyo, el río de lava negra del volcán de San Juan (1949), que interrumpe su color por el verde de las plataneras, cerca de la costa. A lo lejos, en la punta sur, Fuencaliente y en algunos días claros, la silueta de la isla de El Hierro. 

El escritor y Ministro de Hacienda Pascual Madoz, en su “Dicciona­rio geográfico-estadístico-histórico de España (1840-1850)”, describe El Time como “risco de volcán ennegrecido y tan peinado que parece una muralla, y no obstante y ser camino de pájaros se sube a caballo”. 

El antiguo camino real serpentea El Time en forma de caracol; con 73 vueltas, aún perdura entre las plataneras de Amagar, topónimo aborigen que el viajero portugués del siglo XVI, Gaspar Fructuoso, traduce por su “agria, áspera y amarga subida”.  

Sobre la meseta que forman los acantilados, los tijaraferos “sorribaron” (roturaron) las tierras para plátanos, tan a la orilla de la “fuga” (precipicio) que si hubieran podido habrían construido terrazas a modo de balcón sobre el Atlántico. 

En esta misma costa, sólo con acceso por mar, la bravura y las borrascas atlánticas han formado la cueva Bonita; cerca de ella, el Porís de Candelaria, el único lugar de faenas marineras de la zona. El palmero Juan Bautista Lorenzo, en su obra “Noticias para la Historia de La Palma”, manifestó a finales del siglo XIX sus impresio­nes sobre la cueva Bonita: “Después de estar dentro de esta cueva no sabe el viajero qué admirar más, si la bóveda que la cubre, jaspeada de azul, blanco y verde como si fuese de mármol exquisito y pulimentada por la mano de un hábil artista, o si el fondo claro de la misma, en donde se ven correr de un lado para otro multitud de pececillos que recrean el ánimo y la vista”. 

Próximo a la cueva se halla la Punta del Moro, que recuerda con su nombre las incursiones musulmanas del siglo XVII. En una de estas incursiones la picaresca y conocimiento de la zona evitó la muerte segura de los marineros de un pequeño barco de Tazacorte, que entraron por una boca de la cueva y salieron por la otra, mientras los musulmanes los esperaban por la primera.        

Pasado el mirador El Time, la carretera general sigue hacia el norte de la isla. En La Punta se encuentra la cooperativa platanera “La Prosperi­dad”, cuyo nombre evoca el anhelo de los tijaraferos de prosperar; más allá aparece la torre circular de un viejo molino de gofio, ahora sin aspas; por Arecida, las viviendas salpican las huertas de frutales; en El Jesús, la ermita del Buen Jesús, construida en 1530, contenía las imágenes del Niño Jesús y la Virgen de la Consolación, hasta que a finales de 1992 su techumbre mudéjar se desplomó, más tarde restaurada y declarada Bien de Interés Cultural.  

La carretera continúa paralelamente al viejo camino real; hasta no hace muchos años llegaba sólo al barranco Jurado. Una vez más, los topónimos de la isla van recogiendo la descripción de su orografía: en este barranco, la naturaleza abrió en la roca dos grandes agujeros, uno de ellos semiderruido, por el que pasaba el único camino. El científico francés René Verneau, en “Cinco años de estancia en Canarias” (Pa­rís, 1891), habla sobre lo que para él es el barranco Horadado y para los palmeros barranco Jurado (agujereado), diciendo: “un nuevo obstáculo: es el barranco Horadado. Desde arriba da vértigo mirar al fondo, y no se ve ninguna huella de sendero que permita descender por este precipicio. Nuestro guía nos hizo dar un rodeo y nos encontramos en frente de un puente. El hombre no ha tenido que hacer mucho esfuerzo para construir­lo. Un arco natural de unos tres metros de espesor permite pasar de un lado a otro. La naturaleza ha hecho lo que los canarios no hubieran podido soñar en hacer”. 

La capitalidad municipal de Tijarafe está en Candelaria. El nombre de su Virgen y patrona fue el escogido para denominar a esta zona, que empezó a crecer en torno a la iglesia, donde se conservan calles empedradas de lajas y arquitectura tradicional.  

En 1515 se empezó a construir, en el mismo solar que ocupa hoy la iglesia, una pequeña ermita, que en 1571 ya era bautismal. En 1660, por Real Cédula de Felipe IV, se creó, dada la lejanía de la del Salvador, en Santa Cruz de La Palma, un noveno beneficio que correspondió a la iglesia de Tijarafe, lo que le daba derecho a tener capellán asalariado. El templo es de una sola nave, con dos capillas laterales, formando planta en cruz latina. El arco de la capilla Mayor es de cantería roja y descansa sobre una columna con decoración de óvalos; a la derecha de esta capilla destaca una curiosa ventana con una flor estrellada. El profesor Juan-Sebastián López, en “La Arquitectu­ra del Renacimien­to en el Archipiélago Canario”, refiriéndose a la capilla del Rosario, dice: “más extraño es el arco que da hacia la capilla del Rosario, donde se ve un primitivismo goticista y el empleo de dos tipos de cantería, pedestal en cantería gris y el resto en rojo”. Otra flor estrellada, semejante a la de la ventana de la capilla Mayor, aparece en este arco del Rosario. La iglesia de Nuestra Señora de Candelaria se hace inconfundible por su peculiar espadaña, construida en 1686 y adosada a la parte trasera de la iglesia; a ella se accede por una escalera exterior, desde la calle. En las fiestas, el tañido de sus campanas se acompaña de los sones del “tajaraste”, emitidos con “caja de guerra” (tambor), cuyo eco se expande y multiplica hasta el monte. 

Un momento decisivo para el arte retablista en Canarias fue el segundo tercio del siglo XVII. De su importancia señalaba el profesor Alfonso Trujillo en “El Retablo barroco de Canarias”: “Hemos de hacerlo comenzar en 1628, momento en que aparece un nombre, Antonio Orbarán, y un monumental retablo, el de la capilla mayor de la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de Candelaria de Tijarafe”. Este retablo considerado único en Canarias, está dispuesto en cinco calles. Su peculiari­dad consiste en que entre las calles y las columnas se incorporan un extraordinario apostolado tallado, con el que parece que hay once calles, mostrando además una fórmula mixta entre pintura y escultura; las pinturas guardan trazos claros de escuela flamenca. En la calle central resalta la hornacina de la Virgen de Candelaria. El apostolado está trabajado frontalmente; en él destaca, sobre todo, la cabeza de San Pedro. En 1993, se iniciaron obras de restauración en este espléndido retablo.        

Ya en 1567 aparece inventariada la imagen de la Virgen de la Candelaria, dentro de un tabernáculo de madera. En años sucesivos se refleja en los libros parroquiales la adquisición de joyas y mantos, hasta que ocupa el retablo barroco de Antonio de Orbarán. Se trata de una escultura flamenca de madera policromada del siglo XVI, con mechones de pelo largo, tocado y cinta sobre la frente y, envuelto en un manto, el Niño Jesús, que sostiene en la mano una pera (símbolo de la Encarnación) y un pájaro (símbolo del alma del pecador). 

La tradición oral cuenta que en la cueva de la barranquera del Pino Araujo estuvo escondida, a su paso hacia Puntagorda, la Virgen de Candelaria para protegerla de piratas que rondaban por las costas. Cuando fueron a cogerla para continuar su camino, pesaba tanto que no podían con ella, interpretando de inmediato que el deseo de la Virgen era quedarse en Tijarafe. En el mismo lugar brotó una fuente. Todos los años, por septiembre, los romeros bajan caminando por estrechas veredas hasta la cueva, donde rememoran la llegada de su patrona, beben el agua de la fuente y “gozan” misa de campaña. 

Tijarafe, lugar de sombra y frescura, entra en sus fechas señaladas de la Festividad de Nuestra Señora de la Candelaria, [N.S. de la “candela”, luz, que identifica a su iconografía portando una vela]. De seguro este año la Virgen y Señora tijarafera volverá a luchar y triunfar contra el “diablo”, malevo mal de covid-19. 

María Victoria Hernández, cronista oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)

 

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