Atlas, el hostal de Gran Canaria que combina el turismo y la cultura con la acogida a migrantes

Participantes en una de las sesiones de arte-terapia de la asociación Atlas.

Iván Alejandro Hernández

Las Palmas de Gran Canaria —

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Mor Low cuenta como, en el siglo XVI, los ingleses atacaron la capital grancanaria e intentaron tomar una fortaleza ubicada en el actual barrio de La Isleta. El pueblo isleño participó en aquella batalla y logró la retirada de la escuadra comandada por los almirantes Drake y Hawkins. Desde entonces, la hazaña se rememora como La Naval y la fortaleza pasó a denominarse el Castillo de La Luz, actualmente transformado como espacio artístico y alberga, además de siglos de historia, la obra del escultor canario de la espiral y el viento, Martín Chirino. El pasado 15 de diciembre, Low, junto a Gorgui Diouf, Mohamed Gueye, también senegaleses, y Ayoub Lasri, natural de Marruecos, hicieron una visita guiada al emblemático recinto para conocer una parte de la historia del barrio en el que viven desde hace meses.

La iniciativa fue organizada por Atlas, una asociación que gestiona un hostal en la capital grancanaria que, a raíz de la emergencia migratoria en las Islas que comenzó en 2019 por la falta de recursos ante el aumento en las llegadas a través de la ruta atlántica, empezó a ceder espacios para acoger a personas que estaban en situación de calle. Por sus habitaciones han pasado hasta 40 personas en una situación similar, “entre las que se han quedado un largo plazo, desde uno a seis meses, hasta las de emergencia puntual”, tal y como recuerda Ornella Brauchi, coordinadora interna de Atlas. 

Actualmente, en el hostal conviven junto a los turistas cinco personas que han cruzado la ruta migratoria atlántica, cuatro procedente de Senegal y uno de Marruecos, que llevan en Atlas entre uno y ocho meses. Mor Low dice que le gusta mucho vivir en La Isleta y su deseo es poder encontrar un trabajo en Gran Canaria. “Aquí estoy feliz, no quiero ir a la Península”, añade. Hace más de un año que Low llegó a Gran Canaria; recuerda que salió de Mbour, al sur de Dakar, en un cayuco junto a más de un centenar de personas y tras 14 días en el mar, fue rescatado por Salvamento Marítimo y trasladado a Arguineguín.

“Faltaban cinco días para llegar y se había acabado la gasolina; no había agua, ni comida. Solo bebíamos agua del mar. Entonces vimos un avión y después, un barco de España”, relata. Low dice que decidió salir de Senegal porque en su país “es muy difícil vivir”. Se dedicaba desde muy pequeño, al igual que su padre, a la pesca en Mbour. Recuerda que antes “se ganaba dinero”, pero ahora “hay muchos barcos” que compiten por el pescado con las pateras o cayucos, que son “muy pequeñas” y, al desembarcar en puerto, “se gana poco dinero”.

Él era consciente de los riesgos que entraña la ruta migratoria más peligrosa del mundo, pero dice que “desde pequeñito” siempre quiso ir a Europa. “Siempre, siempre, siempre”, insiste. De hecho, añade que cuando tenía 19 años intentó atravesar la ruta del Mediterráneo central, a través de Libia con destino a Italia. Tras varias guaguas, llegó al país norteafricano, pero lo interceptaron y asegura que lo encarcelaron durante “dos años”. Allí, asegura que vio como mataban a otras personas y afirma que sufrió torturas, como quemaduras con cigarros en sus piernas, que muestra. “Si no pagabas un rescate, te mataban”, añade. Pudo regresar a Senegal porque “unos amigos” consiguieron reunir “400 euros” y le dejaron marchar, según su relato.

Pero la idea de ir a Europa no se le iba de la cabeza y decidió, con 24 años, volver a cruzar la ruta migratoria hacia Canarias. Recuerda que cuando llegó al puerto de Arguineguín “había mucha gente” (llegaron a estar hacinadas más de 2.000 personas en noviembre de 2020) y, de ahí, lo llevaron al CATE de Barranco Seco. Posteriormente fue derivado a recursos alojativos gestionados por Cruz Roja. Pero “tenía miedo” de que le deportaran a Senegal y, gracias a la colaboración del colectivo Gamá, encontró a Atlas. “Aquí conozco muchas buenas personas. Manu es muy buena persona para los africanos, quiere ayudar”, señala.

Se refiere a Manolo Cabezudo, dueño del hostal que gestiona desde 2015 bajo la idea de combinar la actividad alojativa con proyectos socioculturales. Reconoce que se inspiró en modelos como el City Plaza Hotel de Atenas (Grecia), un antiguo hotel de lujo que se destinó a albergar a refugiados, o el Grand Hotel Cosmopolis, en Augsburgo (Alemania), una antigua residencia reconvertida en alojamientos para solicitantes de asilo. Y en un territorio como Canarias, donde el modelo productivo “es el del turismo de masas”, Manolo quiso implantar “otra forma de entender los alojamientos, no orientarlo todo a maximizar los beneficios”.

“Cualquier proyecto que se desarrolle puede generar un beneficio propio y para la comunidad. Y si la comunidad tiene nuevos miembros, que son personas migrantes, pues respondemos. Siempre digo que en un territorio como Canarias, desde hace muchos años, hay personas que viajan por placer y otras por supervivencia. ¿Por qué un alojamiento no puede responder a eso? Se intenta, al menos”, explica.

A inicio de 2020, los meses de bloqueo a los que se sometía a las personas migrantes que llegaban a las Islas a través de la ruta atlántica avivaron la crispación en Gran Canaria, donde surgieron brotes racistas con protestas xenófobas. El barrio de La Isleta fue uno de esos escenarios, cuando el 30 de enero en la Plaza del Pueblo se concentraron centenares de personas que, entre petardos, voladores y música, se manifestaron contra la inmigración. En aquella ocasión, reconoció que las asociaciones del barrio nunca habían podido reunir una cantidad similar para llevar a cabo iniciativas de carácter social o cultural.

A la par que nacían colectivos como Somos Red para dar respuesta a la emergencia de las personas en situación de calle ante la falta de respuesta institucional, Atlas comenzó a abrir sus puertas para acoger a personas migrantes. “Me acuerdo el día que Manolo me comentó que sentía que tenía que hacer algo para acoger a las personas. Dio esa posibilidad y fue bastante fluido. Dijimos que sí, que todo lo que podíamos ayudar, lo haríamos”, cuenta Ornella.

Con apoyo de donaciones solidarias de diferentes colectivos, en el hostal se habilitaron habitaciones, pero “al principio fue un caos”, recuerda Ornella. Se generaron problemas de convivencia. Pero poco a poco, a través de la mediación y de diferentes actividades, como clases de español, asistencia legal, conciertos o con proyecciones de cine en la azotea, se ha ido generando un modelo de acogida alternativo al institucional del Plan Canarias, a una muy pequeña escala. 

“A lo largo de los meses, el proceso de arraigo, con la ayuda de vecinos y vecinas, iba avanzando. Fue muy interesante ver como esos chicos adquirían su empadronamiento en la ciudad, su tarjeta sanitaria, sus clases de español. Se iban convirtiendo en vecinos del barrio. Y ahí pensamos que para todos esos chicos que llevaban meses podíamos hacer este proyecto”, añade Manolo.

Atlas, Frontera Sur

El proyecto se denominó Atlas, Frontera Sur y está financiado por el Instituto Canario de Desarrollo Cultural, tras acceder a una convocatoria para promocionar actividades culturales en los barrios del Archipiélago. Durante el mes y medio que ha durado la iniciativa, además de la visita guiada al Castillo de La Luz, se han desarrollado rutas por el barrio de La Isleta, un punto de encuentro de isleños que poblaron la zona a raíz de la actividad portuaria. Y se ha proyectado el documental Estación Andamana, que narra el crecimiento experimentado en el Puerto de La Luz y, como consecuencia, en el barrio de La Isleta a causa del cierre del canal de Suez en los años 50 del siglo pasado. 

También se han llevado a cabo sesiones de arte-terapia coordinados por Ornella Brauchi, psicóloga especializada en Gesthal. A través de un proceso artístico, como la pintura o el dibujo, se genera un espacio de autorreflexión y de diálogo con el objetivo de generar un proceso de autoconstrucción del impacto emocional, físico y mental que la ruta migratoria ha tenido en sus vidas. “Hay heridas que no han cicatrizado y en los modelos de acogida hay una carencia brutal en la psicología. Se han planteado unas ocho sesiones y se ha hecho un trabajo muy interesante en el que se ha generado un espacio de diálogo y de terapia para que los chicos puedan sacar su dolor. Han sobrevivido a la ruta migratoria más peligrosa del mundo, la separación de su familia, sufrir racismo o xenofobia, ver que sus expectativas se caen. Todo eso genera heridas emocionales”, señala Manolo.

Pero las actividades no se han centrado exclusivamente para los residentes en Atlas. También se han apuntado personas que habitan en otros recursos, como Rawane Fall o Modou Mbodji, también senegaleses. “Queríamos, por una parte, ayudar a generar ese vínculo, ese sentido de pertenencia al barrio. Por eso se habló con líderes comunitarios como Vicente Díaz (miembro del colectivo ciudadano La Novena Isla) o Jonathan Ortega (del blog Conoce La Isleta). Y también implicamos a vecinos y vecinas del barrio”, señala Manolo. En este sentido, Ornella añade que han usado el arte “para despertar la empatía de los nuevos vecinos”, pero también ha sido “un proyecto abierto a todo el barrio, para que conocieran a los nuevos vecinos y no solo centrada a los chicos que viven aquí”.

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