Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Doctor Livingstone, supongo?
La búsqueda viajera de lo auténtico se desmoronó el día que Stanley encontró a Livinstogne en los confines de África. Este último no era un turista, era un médico, explorador y misionero, su intención: descubrir el nacimiento del Nilo, extender la evangelización y el imperio comercial británico. No obstante, después de dos años por ahí, también cabe la posibilidad de que madurara su intención inicial y, en un momento determinado, se dijera a sí mismo que no volvería más al puritanismo inglés, al estrés y al control social desmesurado de su rancia sociedad. Su viaje era sobre lo imprevisible, pura aventura, era un científico viajero, no un turista. Dispuesto a soportar la mayor de las incomodidades: la muerte. Todo con tal de llegar el primero y así alcanzar el estatus de saberse distinto e inigualable. Pero desde aquel famoso encuentro con el periodista norteamericano - ¿doctor Livingstone, supongo? - ya no hay escapatoria. Ya no hay un lugar que no esté sobresaturado de guiris. Ni siquiera en Tanzania del sur. Vayas donde vayas te encuentras gente conocida, similares o equivalentes a ti. La vida cotidiana de los autóctonos sucumbió y se perdió en las cadenas de comida para llevar. El día que Stanley halló a Livingstone, dieron comienzo todo tipo de conjeturas sobre las inmensas posibilidades que se abrían para la aburrida sociedad británica y norteamericana de emprender viajes de placer y aprendizaje que terminaron siendo avanzadillas coloniales. Inglaterra de colonias sabe mucho, de excolonias también. No fueron pioneros, pero sentaron cátedra.
Total, el viaje por descubrir y experimentar lo nunca visto, por el placer de observar otras culturas y desarrollos cotidianos, dio paso a una estandarización cutre de todos los productos disponibles para su promoción. Vayas donde vayas, todo es un “no lugar” (Marc Augé) sin originalidad, sin memoria, sin identidad, sin la vida ordinaria de sus gentes que fue por lo que pagaste el paquete vacacional. Los bronceadores y el sabor de las pizzas es el aroma global.
Imagínate al pobre doctor con sus nuevas amistades buscando la fuente del Nilo, a su bola, sin rezar, adaptándose e integrándose en su nueva comuna, medio hippie, pasando de los mosquitos, todos los días una aventura, y de repente ver llegar a Stanley, que trabajaba para un periódico e iba a dar parte de su paradero, dispuesto a convertir en noticia su currada nueva vida al margen. Su anomia. Ver llegar a Stanley dispuesto a colgar en sus redes sociales una foto del paraíso tropical. O sea, destruir su edén particular.
¿Qué hace el machango este aquí? ¡Quién carajo lo mandó a buscarme, si yo estoy a gusto!, dijo el explorador. Ahora tendré que servirle de anfitrión. ¡Qué fastidio! Y si dice dónde estoy, pronto se llenará de gente y tascas y terrazas, y grandes supermercados, y piscinas deslumbrantes. Millones de coches de alquiler. ¡La jodimos!, ¿qué será lo próximo? ¿Hoteles con seguritas y catering, convertir en camareros esclavos de mantenimiento y en Kellys a mi nueva familia? ¿Un aeropuerto con postales y camisetas de surferos y hawaianas obligatorias, llaveros de monos y plátanos de souvenirs? Ni de coña. A ver, igual hay suerte, y en las cataratas Victoria Stanley sufre un resbalón. Que parezca un accidente, dijo Livingstone, supongo.
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