Espacio de opinión de Canarias Ahora
La hamaca colonial
La tradición urbana de zonificar según usos del suelo está relacionada con la segregación espacial por clases sociales. En un vistazo sociológico premeditado observamos cómo el espacio es ocupado según usos y poder adquisitivo, gustos y estatus social (Pierre Bourdieu, 1998), que viene a ser casi lo mismo. Casi. La ordenación cambia, pero no se hace al azar, el espacio es un producto y un constructo social (Henrry Lefebreve, 2013-1974-) en un contexto de relaciones de poder que dictamina cuál es su uso y quiénes lo ocupan. Acostumbrados a la inercia de las cosas observamos con cierto aire de naturalidad todo lo que nos rodea, pero no es así. No ha sido así de toda la vida como ingenua o intencionadamente se dice. La zonificación territorial es fruto de decisiones político-económicas, y de inercias de asentamientos donde el capital y su rentabilidad condiciona bastante todo lo demás. Así tenemos barrios, barriadas, zonas VIP, residenciales, comerciales, industriales, de ocio, hábitat de lujos, zonas turísticas, zonas económicas especiales, rural, protegidas, city center, periferias ultras, barrios marginales, etcétera.
En el caso de la zonificación turística, dije en un escrito anterior que todo empezó el día en que la policía municipal nos prohibió jugar a la pelota en la playa porque aquella zona iba destinada a las hamacas para los extranjeros (la palabra guiri no existía). Pues bien, la ordenación compacta de hamacas para aprovechar y rentabilizar el centímetro de arena constituye una metáfora turística colonial de la segregación y exclusión de los mundos autóctonos, porque desposee a sus legítimos dueños y extrae plusvalías enormes con naturalezas y fuerza de trabajo baratas. Gratis. Porque se transforma en una zona vedada por la inercia histórica a un estatus y a una etnia blanca de dinero aparente. Las hamacas ganan varios metros de espacio público todos los días y son un privilegio cuando sube la marea y el espacio escasea. Y aunque los tiempos cambien, las hamacas perviven en el imaginario colectivo como no apto para aborígenes, ni siquiera para la burguesía local, que no se habitúa a ello y prefiere el contacto con la arena, con el común. Quizás para legitimarse, quizás por gusto. En todo caso, la hamaca representa un luminoso objeto de deseo que miramos desde cierta distancia y nos preguntamos qué deben sentir quienes ahí se tumban. La hamaca europea a rayas o lisa de balneario romántico simboliza el lujo al alcance de unos pocos. Aunque sea un ratito, simulamos una clase superior. Nos matamos por una hamaca, aunque en nuestro fuero interno digamos que ahí se ha echado mucha gente. Pero no cabe duda, estar en una hamaca a 40 centímetros de jerarquía social garantiza que no te rozas con la arena, ni con la gente del lugar. No hay contacto, es un mundo de ensimismamiento étnico. Un gueto. No te mezclas con lo autóctono, aunque luego alguien hable de las bondades del multiculturalismo y la ciudad cosmopolita.
En la costa, el Ayuntamiento privatiza y segrega una parcela que contrata con terceros, y al igual que las zonas turísticas de antaño recortaban nuestra geografía para que nada tuvieran que ver con la vida real, la ciudad real y la isla real en la que viven y trabajan los residentes y los autóctonos (Marco d’Eramo, 2020), dicha parcela ya no nos pertenece. Nos desposeen para que las multinacionales acumulen capital (David Harvey, 2003). Levantan muros de exclusión, y poco satisfechos con esa exclusividad de territorio, el capitalismo turístico asalta las fronteras de litoral y llena de hamacas nuestras vidas cotidianas. Se expande a todos los rincones. El país se convierte en una hamaca gigantesca donde sobran los que no pueden ni saben ni tienen costumbre de estar ahí arriba, los que tenemos una relación placentera y milenaria con la arena, los callaos y el salitre. Es más, directamente nos autoexcluimos, no hace falta que nadie lo haga, lo asumimos como un hecho más de nuestra condición vernácula. La salud es lo primero.
¿En qué momento las multinacionales del turismo decidieron que todo el país era una mercancía (Jason Moore) y que había que salir del recinto turístico para conquistar y convertir a todo el país, a toda la isla, en una enorme hamaca? ¿Cuándo se convirtió todo el territorio en un recurso para ser explotado, arrasado y reconfigurado según los procesos de acumulación de capitales (Cristina Oehmichen, 2023)? En ese sentido, las inmobiliarias facilitan el asentamiento de nuevos colonos competitivos. La consecuencia es un país convertido en una hamaca frívola, que excluye y que renta a muy pocos, y que nos produce como hamaqueros del entretenimiento. Nos producen baratos.
Hubo un momento en el que los gestores públicos repitieron la estúpida frase patronal de que “todo es turismo”. Al día siguiente desaparecieron las viviendas asequibles y se colmataron de guiris las guaguas, las camas hospitalarias y las urgencias. Empezamos a comer rápidamente para llevar y engordamos. Nos vestimos con ropa surfera cuando la única tabla que hemos cogido es la de planchar. Y ya puestos, recuerdo el día en que todo se convirtió en un souvenir, incluso nuestra identidad, cuando ni sabíamos que era nuestra. Con algunos concejales ambiciosos articularon sus negocios en noches confusas, y a los autóctonos nos demandaron grados de servidumbre que realizamos junto a migrantes pobres o aprendices idiomáticos. Así de zonificada y estratificada es nuestra hamaca cotidiana y particular, vertical, donde el último de abajo es el hamaquero con su tiza y camiseta al solajero.
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora
0