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In poesi, ueritas

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Siempre se ha dicho que sólo la poesía permite comunicar las verdades más profundas del ser humano, que son las verdades del alma. Y no cabe ninguna duda de que así es, pese a la opinión de toda esa gente de espíritu de ventero, burócrata o cabo interino que piensa que esto no pasan de ser majaderías o cursilerías de pedantes, intelectuales o gente ociosa. Pero, no, no nos encontramos ante una afirmación retórica o sofística, sino ante una verdad empírica. Sólo la poesía permite expresar las verdades más íntimas del hombre por dos razones elementales.

En primer lugar, porque sólo a través de ella, que tiene por función poner de manifiesto la interioridad del hablante (por eso es el yo quien la protagoniza), puede este expresar de forma auténtica sus sentimientos más profundos, libre de los engaños de las palabras racionales o lógicas de todos los días. “Cuando la emoción es intensamente personal, la poesía es la forma que ofrece la máxima posibilidad de gobernarla” dicen, con razón, los entendidos en el asunto. No se trata de comunicar o contar, sino de expresar, que es la forma más pura de hablar. El poeta no habla con los otros, sino consigo mismo, que es la única persona que puede entenderlo y a quien único puede decir la verdad sin ruborizarse. 

¿Se hubiera atrevido San Juan de la Cruz a expresar en prosa la incontenible ansia de Dios que declara en versos de intensidad tan lírica como “En mí yo no vivo ya, / y sin Dios vivir no puedo; / pues sin él y sin mí quedo; / este vivir ¿qué será? / Mil muertes se me hará, / pues mi misma vida espero, / muriendo porque no muero”, de Coplas del alma?; ¿expresar Neruda la desgarradora apatía que sentía ante la vacuidad de la vida moderna que confiesa en versos tan surrealistas como “Sucede que me canso de ser hombre. / Sucede que entro en las sastrerías y en los cines / marchito e impenetrable, como un cisne de fieltro, / navegando en un agua de origen y ceniza”, de su Segunda Residencia? o ¿expresar el trío musical Los Panchos la un tanto masoquista declaración amorosa que manifiesta en versos como “Yo que sufro por mi gusto / este cruel martirio / que me da tu amor. / No me importa lo que me hagas / si en tus besos vive toda mi ilusión”, de su popular bolero Espinita? No, confesiones tan íntimas y personales como estas no pueden expresarse en prosa, que es un género concebido para la comunicación lógica y, por tanto, para el encubrimiento de los sentimientos y las verdades más profundas. 

La prosa no sirve para “expresar”, sino para “razonar” o “contar”. Como dicen los peritos en cosas del lenguaje, “en la prosa, el hablante interpone entre la sensibilidad del hablante y el mundo una pantalla neutralizadora de juicio racional”, que le impide expresar las emociones; es decir, hablar en plata de sus sentimientos. Y no es que la prosa no tenga su razón de ser. Si no dispusiéramos de ella para explicar “racionalmente” las cosas que nos interesan y disimular las que no queremos que sepan los otros, no sólo no podríamos organizar el mundo que nos rodea ni comunicarnos con nuestros semejantes, sino que, además, estaríamos totalmente expuestos a sus agravios y agresiones. Se trata más bien de que con este género lingüístico no puede llegarse al fondo del alma. 

Precisamente por eso, si a Juan de Yepes, Neruda o Los Panchos se les hubiera ocurrido expresar sus sentimientos místicos, metafísicos o amorosos citados con el lenguaje corriente y moliente de todos los días, hubieran sido tomados por falsos, artificiosos, locos, tontos o, lo que es peor todavía, por cursis. Sí, no cabe ninguna duda: sólo el ritmo y la semántica desnuda de la poesía permiten expresar los sentimientos de forma pura y sincera, porque se trata del lenguaje desnudo del alma; el lenguaje de la intimidad. De ahí el predominio que ejercen en ella los temas del amor, el dolor y la muerte, que son los que más importancia tienen en la vida del ser humano, con géneros propios, como la lírica, la épica o la elegía. Por su misma definición, el texto poético no miente nunca, aunque su autor se propusiera hacerlo.

Y, en segundo lugar, en la poesía se encuentra la verdad porque se trata de la única forma de hablar que nos muestra al desnudo la forma interna de las cosas humanas, que es la significación invariante de las palabras que las crean, dejando al margen los sentidos que la camuflan en el lenguaje de Perogrullo. En efecto, por su propia naturaleza, únicamente la poesía (y también cierto tipo de discurso repetido) es capaz de revelarnos el valor esencial, permanente o invariante de las palabras con que creamos las cosas, porque en la poesía el verbo se manifiesta siempre de forma pura, sin contaminación referencial alguna, aunque los lectores más ingenuos se obstinen en adaptarlo a su experiencia o conocimiento del mundo, viendo en él sentidos que sólo existen en su imaginación. 

Por eso, únicamente en textos como “el toro de la reyerta se sube por las paredes” lorquiano o en perífrasis verbales corrientes como “van a ser las cuatro” o “va a llover”, por ejemplo, es posible tomar conciencia de la significación verdadera del nombre toro y el verbo ir, tan contaminada por la referencia en los textos mostrencos o de todos los días “corrida de toros” o “ir al cine”, por ejemplo, donde las referencias (en este caso las referencias de “macho bóvido adulto’ y ”moverse de un lugar hacia otro apartado de la persona que habla“, respectivamente), que son meras orientaciones de sentido de la significación invariante de aquellas, lo dominan todo. En realidad, la significación verdadera de las dos criaturas idiomáticas que nos ocupan no tiene nada que ver ni con el animal ni con la acción que designan o con el concepto nominal y el concepto verbal que denotan, que son hechos empíricos o mentales externos a la lengua, sino con sendas intuiciones semántica puras, constituidas por un valor descriptivo de base y una significación categorial nominal, que hace existir esa significación descriptiva de base como objeto independiente u ocupando un lugar en la naturaleza, en el caso de la primera, y por un valor también descriptivo básico y una significación categorial verbal, que la hace existir como proceso o desarrollándose en el tiempo, en el caso de la segunda; intuiciones que son las que dan forma a los conceptos que tenemos de las cosas que designan y que no sólo permiten explicar y entender los sentidos que han adquirido estas dos hacedoras de realidad en el mundo concreto del hablar hasta el momento presente, sino también las que puedan desarrollar en el futuro. 

Porque no hay que olvidar que las palabras no sólo tienen pasado (es decir, lo que hemos hecho con ellas hasta el momento actual), sino que tienen también futuro, que es lo que podemos hacer con ellas de aquí en adelante, sin que con ello se altere lo más mínimo su valor esencial, que es su verdadera alma, la que garantiza la continuidad histórica de la estirpe que las usa. Lenguaje de trascendencia es, por tanto, la poesía, que no sólo expresa las verdades del alma, sino que también vislumbra el futuro. Por eso decía el poeta, con toda la razón del mundo, que “la poesía es un arma cargada de futuro”.

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