''La ciudad no está adaptada a los ciegos, se pasa miedo''
La retinitis pigmentaria que padece apenas le permite distinguir la luz, pero con la ayuda de su perro Socio y de los avances tecnológicos se desenvuelve con normalidad en su vida diaria, aunque reconoce que a veces pasa miedo en la calle porque las ciudades no están adaptadas a las personas con discapacidad visual.
José Enrique Fariñas (Santa Cruz de Tenerife, 1975), diplomado en Trabajo Social por la Universidad de La Laguna, es el delegado de la ONCE en La Palma desde el año 2000. “Tuve restos visuales de pequeño, pero sufro una enfermedad que con el tiempo vas perdiendo las células con las que distingues la luz y los colores”, ha explicado en una conversación con LA PALMA AHORA.
Sin embargo, Quique, como se le conoce cariñosamente, no habita en un mundo oscuro. Al contrario, su existencia está llena de optimismo, vitalidad, esperanza, conciencia social, solidaridad y mucha voluntad. “La vida es dura, y todos, seamos discapacitados o no, necesitamos sentido del sacrificio, porque si no eres suficientemente consciente de que no te regalan nada, te puedes quedar mirando para el techo”, dice. “Debemos implicarnos en todo lo que podamos y tener claro que no todas las cosas se arreglan con dinero; si no dejamos el coche aparcado en medio de una calle peatonal, por ejemplo, estamos permitiendo que una persona con ceguera pueda transitar por ella como cualquier otro ciudadano”, añade.
Quique, al igual que otros discapacitados visuales, ha logrado tener calidad de vida gracias a la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), que está festejando su 75 aniversario. “Tenemos la suerte de contar con la ONCE, que nos ofrece un servicio de rehabilitación y nos ayuda a adaptarnos a las nuevas circunstancias”, comenta. “En mi caso, me enseñaron las habilidades de mi vida diaria: a caminar con el bastón y con el perro y a desenvolverme dentro del hogar, porque a veces piensas que como no ves no puedes, pero solo es cuestión de saber lo que quieres y encontrar el modo de poder hacerlo”, apunta. “Barrer, fregar, hacer la comida, cualquier cosa que haga otra persona en casa también la podemos hacer nosotros, lo que hay que adecuar la forma en la que se realiza esta tarea”, afirma. Las personas con ceguera, añade, “tenemos ayudas técnicas en el hogar, como básculas parlantes para pesar alimentos que te dicen los gramos, etiquetas con código QR para grabar el nombre de los alimentos y saber, mediante un lector, si una lata es de atún o de fruta en almíbar, hornos a los que puedes escuchar mediante un auricular bluetooth, lavadoras parlantes o marcadas en braille, robot de cocina que hablan?”.
Las nuevas tecnologías han supuesto para este invidente una experiencia “contradictoria”: por un lado, han significado avance y acceso a muchas cosas, y por otro, “un retroceso terrible con las pantallas táctiles, ante las que una persona ciega no puede hacer nada”. Como ejemplo de accesibilidad, cita el Iphone y el iPad que, explica, “tienen incorporado de fábrica la accesibilidad no solo para personas ciegas sino también con otras discapacidades”.
El delegado de la ONCE reside en Santa Cruz de La Palma, una ciudad que, señala, “como muchas otras de todo el mundo, no contempla la discapacidad como una circunstancia más de las personas que por ella transitan”. “Tiene muchas dificultades, aunque sí cuenta con algunos semáforos adaptados, pero hay algunos estropeados que siguen sin arreglarse”, asegura. Quique se queja de que los coches aparquen en las aceras o de que circulen a cualquier hora por vías peatonales. “No pretendo que se deje de prestar servicios en las calles peatonales, sino que se haga con orden y regulación, porque me he visto en vías de piedra estrechas, con coches en ambos sentidos, en las que hasta el perro, que ve, tiene dificultades para salvar los obstáculos y he pasado miedo porque te pueden atropellar”, reconoce. De todos modos, el problema del tráfico, en su opinión, “está sobre todo en que hay un poco de inconsciencia en quienes van dentro de los vehículos, que se saltan las normas y confunden al peatón ciego”.
Desde hace 11 años Quique comparte su vida con un compañero muy especial que le ayuda a desenvolverse en el día a día. Su perro Socio, un labrador de trece años valorado en 22.000 euros, son sus ojos. “Como herramienta de movilidad me ayuda a desplazarme con normalidad y seguridad por la calle; y como ser vivo que es, nos hemos ido conociendo y estableciendo un vínculo muy estrecho, y en muchas ocasiones no necesito siquiera hablarle porque él ya sabe lo que necesito”, cuenta. “El perro lo recogemos en la escuela de la ONCE con una edad que oscila entre los 18 y los 24 meses, y ya está licenciado; el ciego debe aprender a moverse con él y a tratarlo como animal de compañía, prestando especial atención a su alimentación, salud e higiene”. Quique da ejemplo de civismo cuando, bolsa en mano, recoge los excrementos de Socio en cualquier calle por la que transite. “Eso también nos lo enseñan en la escuela, y no tiene mayor complicación, solo tienes que saber para qué lado está la cabeza y para qué lado está el culo; después Socio me ayuda a buscar la papelera”, explica. “Recoger los excrementos no es una cuestión de ver o no ver, sino de educación, porque si queremos tener una ciudad limpia tenemos que colaborar todos; además, si se dejan en la calle, yo puedo ser el primero en pisarlos, o un carrito de un bebé o una persona que lleva una maleta con ruedas”, comenta, y añade que “si encuentro una colilla también la recojo porque prefiero hacer eso antes que dejarla en la vía como lo ha hecho otra persona que sí ve pero que ha tenido la indecencia de tirarla”.
La ONCE, recuerda Quique, “nos ofrece una gama de servicios única en el mundo y seguimos luchando para mejorar”. “Los 75 años que celebramos han supuesto mucho esfuerzo e implicación de gente con discapacidad y sin ella; intentamos estar cerca del cliente que adquiere nuestros productos del área de juego y que establece un vínculo importante con el comercial”.
En su tiempo libre, Quique lee, pasea, viaja, sale a comer, comparte tiempo con sus amigos y se encarga de los cuidados de su fiel amigo Socio, que en horario laboral descansa en una alfombra junto al sillón de su dueño en la oficina de la ONCE a la espera de recibir una orden. La ceguera le ha impedido a Quique, por ejemplo, “salir solo a la calle en bicicleta” pero en, cambio, destaca, “me ha permitido conocer muchas cosas de mí mismo y mucha gente, un mundo totalmente diferente que, seguramente, si no hubiese tenido problemas visuales, no habría conocido nunca”.