La lucha de un jesuita de La Palma en la selva amazónica

Cuando llegó a América hace 28 años, recién licenciado en Física por la Universidad de Sevilla, se tuvo que 'deconstruir' poco a poco, abandonar la lógica consumista de occidente y aprender de los pueblos indígenas a vivir en armonía con la naturaleza. Al jesuita y ecologista palmero Fernando López le enseñaron desde la infancia a sentir el dolor ajeno, y en su etapa universitaria, en la que tuvo “un noviazgo muy bonito”, decidió que quería entregar a su vida “para siempre” a los que sufren y tienen necesidades. Pertenece a esa Iglesia que se la juega, a esos misioneros que se adentran en la selva para defender a “un puñado de hermanos” de la feroz especulación de las empresas multinacionales.

Este religioso curtido en mil batallas en las fronteras amazónicas, la crisis la ve de otra forma. “Somos unos privilegiados porque nos ha tocado vivir un momento histórico de cambio de paradigma; estamos en un cambio global de época que nos ayudará a tomar una conciencia nueva, y no podemos tirar la toalla, hay que hacer cosas”, expone con absoluto convencimiento. “Este es un mundo de recursos limitados y tenemos que plantear un proyecto político para todos y para mañana, no solo para unos cuantos y para hoy”, advierte.

Fernando López, que tiene dos hermanos también jesuitas, ha abandonado temporalmente la Amazonía brasileña, donde ha residido en los últimos 15 años, para estar junto a sus padres en su trasladado de domicilio a Las Palmas de Gran Canaria. “Poderles acompañar en esta travesía final de vida es una experiencia bellísima, es un agradecimiento muy grande aprender con ellos en esta etapa, porque la vida es travesía y llega un momento en que hay que cruzar para la otra orilla”, ha comentado a LA PALMA AHORA. “Estoy aprovechando este tiempo para hacer algunos cursos sobre espiritualidad, ecología, liderazgo, sistematización de la experiencia amazónica en el campo de las ciencias sociales, y en función de cómo se adapten los papás en Las Palmas, regresaré a Brasil en verano o a final de año”, ha explicado.

En su casa y en su entorno aprendió a sentir el dolor de los demás. “Mis padres siempre fueron cercanos, porque ellos venían de familias campesinas, eran muy sensibles con aquellos que por circunstancias diversas de la vida y de las injusticias sociales quedaban un poco al margen”, recuerda. Pero su amigo Manuel fue una referencia “fundamental”, quien le ayudó a resolver los planteamientos que se hacía con 14 o 15 años: “¿Nacer en una familia que lo tiene todo como nosotros o en otra que no tiene nada, es, simplemente, cuestión de suerte o mala suerte?”. Fernando eligió desde muy joven “de qué lado” quería ponerse. “Es una opción personal, nos necesitamos, y necesitamos 'corazonar' el dolor de los otros, el dolor de un hermano o de una hermana, sea de la raza que sea, esté en la orilla que esté, porque si ese dolor no me toca, significa que alguna cosa se está rompiendo en mi corazón”, confiesa. “Cuando nuestro corazón se endurece y se hace insensible al dolor del otro, mala señal, y esta sociedad nos quiere meter ese virus”, dice.

La base de este jesuita palmero en los últimos años ha sido Manaos, pero también ha vivido, detalla, “a seis días de barco subiendo el río Amazonas, en la triple frontera Brasil-Perú-Colombia”. En la Amazonía brasileña forma parte de un equipo itinerante que imparte talleres formativos a las comunidades indígenas y que les apoya en los procesos de demarcación de territorios y en la defensa del medio ambiente, denunciando la depredación de este territorio y sus pueblos, y aprendiendo con los nativos “otras lógicas de relacionalidad y reciprocidad” con el entorno. Fernando, de 52 años, es un firme defensor de “modos de vida más respetuosos y cuidadosos, con una espiritualidad más conectada y con relaciones no consumistas ni depredadoras”. Sabe que la unión hace la fuerza. “Tenemos dos opciones: o no nos encaramos a los grandes desafíos que tiene la Amazonía, y el mundo en general, y dejamos que la historia la conduzcan otros, o sumamos, personal e institucionalmente, para llegar juntos donde solos no podemos”, sentencia.

La convivencia con los pueblos indígenas le ha enseñado que “una selva sin la otra no tiene solución: las grandes empresas que he encontrado en la Amazonía explotando los recursos naturales y pasando por encima de los nativos, empujadas por el gran capital nacional o internacional, funcionan para que en este lado de la selva, tú y yo sigamos consumiendo sin cuestionarnos las consecuencias que tiene”, apunta. “Por eso, si esta selva no cambia en la lógica de consumo, si tú y yo no cambiamos, aquella selva seguirá siendo depredada junto con sus pueblos”, advierte. “Dicen los especialistas que en la medida en que la Amazonía y los pocos bosques y regiones de recursos naturales que nos quedan en el mundo sean depredados, el desequilibrio sistémico del planeta aumentará y en esta selva también nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos lo tendrán muy duro”, expone.

“Hay muchos signos de que nuestro planeta se está desequilibrando, y por primera vez en la historia tomamos conciencia de que ese desequilibrio no es por un ciclo natural, sino porque el modelo de desarrollo, la matriz energética que estamos implementando, lo está depredando y colocándolo en situación crítica”, prosigue. “El planeta comenzó sin nosotros y acabará sin nosotros si seguimos maltratándolo”, augura. “Yo soy mono de aquellas ramas y me toca volver a ellas, pero a ti te tocan estas ramas y esta selva, y, en muchos sentidos, yo creo que esta selva es más difícil, mucho más difícil, pero nos tenemos que ayudar, tomar conciencia de que ya no puedo ser sin ti”. Por eso, continúa, “es fundamental que todos nos preñemos de ese sueño compartido y todos empujemos, con dolores de parto, porque todo cambio que genera vida tiene sus dolores para parir una historia nueva”.

Fernando reconoce que la Iglesia no es una institución perfecta. “Tiene de todo, cosas maravillosas y muchas contradicciones, pero por eso no podemos tirar la toalla; yo vengo de una experiencia eclesial latinoamericana admirable; allí tenemos cantidad de gente, laicos, religiosos, hombres y mujeres que se meten hasta el fondo de la selva a dar su vida por un puñado de indígenas y son víctimas de empresas que mandan pistoleros, de buscadores de oro sin escrúpulos, de grandes haciendas de agronegocio que dan más valor a una vaca que a una persona? Pero sí, Iglesia tiene gente que se la juega, y eso anima mucho”, resalta. Vivir, afirma, es “un riesgo, y el que no arriesga, no vive”.

Para ser feliz, Fernando solo necesita “compartir contigo, con ellos, amar, amar, amar, y dejarme amar también, porque tengo mucha gente que me quiere y eso me pone las pilas”. Hace unos días ha abandonado su isla natal con sus padres y desconoce cuándo regresará a ella. “Estoy muy agradecido de haber nacido en La Palma, y como ahora me voy fuera con mi familia, quiero darle las gracias a los amigos y amigas palmeras, muchas gracias por todo lo que mamé de ustedes, por tanta vida como generaron en mí; mi vuelta la dejo al misterio de Dios, al misterio de la vida”, concluye.

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