El único drago de La Caldera de Taburiente

Es el único drago que existe en el Parque Nacional de La Caldera de Taburiente y su zona de servidumbre. Se yergue, enriscado, en la catedral de la Naturaleza de La Palma, en un intrincado promontorio de complicado acceso del emblemático entorno. Este insólito y solitario ejemplar, propio de los bosques termófilos, se encuentra fuera de su hábitat.

Tomás Ramos, profesor de Educación Física en el Instituto de Enseñanza Secundaria (IES) Eusebio Barreto de Los Llanos de Aridane, lleva unos 15 años buscando las antiguas vías, conocidas como pasadas, por las que, antaño, transitaban los cabreros que pastoreaban sus rebaños en La Caldera de Taburiente. Son trillos que discurren por vertiginosos desfiladeros, escabrosos acantilados y escarpadas e inclinadas laderas.

“Tengo la obsesión”, explica, “de conocer todos los rincones de La Caldera antes de que los años me lo impidan” ya que, precisa, “las personas que han utilizado las citadas vías, por ley de vida, van mermando”.

Para realizar esas excursiones, apunta, “hay que tener cualidades y alma de risquero”. O sea, puntualiza, “hay que saber un poco de salto del pastor, escalada y rappel”. Uno de los entornos más complicados, sin embargo, revela, se encuentra en la parte baja de La Caldera, en Los Zocamos, cerca de la zona de acampada. “La superficie”, apunta, “está muy desgastada y resbaladiza”.

Desde hace unos meses, comenta, también “estoy haciendo algunas salidas con mi amigo Rayco, muy aficionado a la localización y visita de árboles especiales de nuestros bosques, bien sea por su tamaño, por su edad centenaria o por su rareza”. Al efecto cita “el drago enriscado” de La Caldera. “En todo el Parque Nacional”, cuenta, “incluido el preparque, solo existe ese drago, y se halla en un sitio harto complicado y no muy fácil de localizar, aunque esté cercano a una zona habitada intermitentemente, en concreto sobre la Hacienda del Cura”.

Recuerda “haber oído una historia sobre uno de los antiguos cabreros que andaban por estos riscos y este drago”. “Se cuenta que, para demostrar su capacidad risquera, este señor trepó hasta él, cortó de su tronco una ramita con hojas, y la bajó como prueba evidente de su proeza. Si fue así, me saco el sombrero de admiración ante esta persona ya desaparecida”.

Explica que “si queremos contemplar este árbol, sin pasar peligros, debemos llegar hasta la mencionada Hacienda del Cura por la pista asfaltada que va a los Brecitos”. En la pared que se alza detrás, indica, se emplaza “el risco de El Púlpito (redondeado y con un corte negruzco)”. Desde ese punto, para ver el singular ejemplar, se sigue “visualmente, de izquierda a derecha, una cinta amarilla” existente en el reseñado promontorio, en dirección hacia el interior del Parque. Justo en ese enclave, sintetiza, se puede observar “un corte formado por una barranquera que baja desde lo alto”. Al otro lado, detalla, “frente a la cinta amarilla, destaca un rocoso y agudo filo. Allí, en lo más vertical y sobresaliente, se ve el drago”.

Como todos los árboles que “nacen en riscos pobres en tierra y con sus raíces hendidas en grietas rocosas”, añade, “no destaca ni por su tamaño ni por su vigor”. En ese lugar, subraya, “poco hay donde comer y beber”. Sin embargo, estima, “viejo sí que debe ser”. El mismo día que “fuimos a fotografiarlo”, abunda, “tuve ocasión de hablar con un anciano cabrero, ya casi centenario, y me aseguró que él lo recuerda desde que era un niño, y siempre con el mismo porte. ¿Cómo llegó la semilla allí? Es de suponer que en el estómago de algún ave”.

Otra forma de verlo, señala, “esta vez más cerca, es subir a campo través desde la Hacienda del Cura hasta llegar a la base del risco donde está situado, y luego trepar lo que cada uno buenamente pueda”.

Desvela que otras de las rarezas que, en cuanto a ejemplares arbóreos, ha visto, “es una palmera emplazada también en un risco vertical, a bastante altitud”. Un sitio, dice, “realmente absurdo” para una palmera. “Es la única rupícola que conozco pues, normalmente, esta especie crece en los fondos y laderas de los valles”, concluye.

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