Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
DOS MISIONEROS
Es por eso que, en vez de hablarles de una de esas sesudas películas súper cotidianas, y súper insípidas, tan del gusto de mis compañeros de profesión, mi deriva intelectual me lleva hasta una película protagonizada por Terence Hill y Bud Spencer, titulada Porgi L’altra guancia –Dos Misioneros, en nuestro país- y dirigida en 1974 por Franco Rossi.
En realidad nunca he disimulado mi gusto por las películas de estos dos geniales descerebrados del cine, ambos premiados con el David de Donatello honorífico, otorgado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas Italiana. No obstante, lo que más me llamó la atención cuando volví a verla es que la película –estrenada cuatro años después de que lo hiciera en Italia- estuviera censurada.
La razón es muy simple. Dos Misioneros cuenta la historia del Padre Pedro y del Padre G, unos sacerdotes al cargo de una misión católica en una isla de Sudamérica. Dotados de una oratoria muy alejada de la pompa eclesiástica, y con unos métodos un tanto ortodoxos, su forma de entender el evangelio los situaría más cerca del actual pontífice que de los miembros retrógrados de la curia romana.
Para jorobar la situación tampoco son políticamente correctos y no dudan en denunciar los abusos y tropelías cometidos por el Marqués de Gonzaga (¡Achís!), corrupto personaje que representa los excesos coloniales y los abusos de los monopolios allá donde éstos actúan. Y no nos olvidemos del Marquesito Luisito, obeso petimetre que representa a todos los “niños bonitos” del mundo, incapaces de otra cosa que no sea ocuparse de ellos mismos.
Además, está el hecho de que la jerarquía eclesiástica del lugar bebe los vientos por los dineros del Marqués y se hace la sueca ante lo que allí ocurre, siempre y cuando no se vea perjudicada. Ya se sabe, lo importante es que sea tu corrupto. Hay otros personajes, tales como un obispo pusilánime, un capataz sádico, un grupo de ricachones que compra a uno y vende a mil -tal cual sucede hoy en día-, etc. Entenderán, por lo tanto, que la película tiene una doble lectura mucho más seria de lo que parece a primera vista.
Especialmente sangrante es la visita del intransigente prelado de la congregación a la que pertenecen los sacerdotes, el cual es incapaz de ver el trabajo de ambos misioneros y solo se empeña en imponer una iglesia y unos valores que representan su credo, no lo que dicen los evangelios.
Si suman todo esto, verán por qué la película se estrenó en nuestras pantallas tres años después de la muerte del dictador censurada para no herir susceptibilidades entre el público bien pensante. ¿Saben lo peor de todo? Ver lo poco que han cambiado las cosas desde hace ciento cincuenta años, pues la película sucede en 1890, y que haya tan pocos Padres Pedro y Padres G para poner un poco de cordura.
© 1974-2015 Dino de Laurentiis Cinematografica, Marianne Productions & Produzione Cinematografiche Inter.Ma.Co.
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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.