La balada del Hombre Bala

Cañón en Castillo de San José, Lanzarote. 2021 LBF

Leandro Betancor Fajardo

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Esta es la última vez que hago de hombre bala. Ni siquiera recuerdo por qué carajo me metí un día en este cañón… y ya pasaron 21 años. 

Lo que sí tengo grabado a fuego en la memoria es el primer día que caí fuera de la malla. Desde entonces pocos son los huesos que no han quebrado en este cuerpo. 

Pero aquí sigo, entero todavía y esperando a ser disparado, una última vez, a través de este tubo, negro y asfixiante. 

No imagino mi vida sin este olor a pólvora pero estoy deseando no echarlo de menos. 

Lo que seguro extrañaré será esa fanfarria previa en la que anuncian mi número, el juego de luces, el inicio de los inconfundibles acordes de “Jump”, el tema de Van Halen que acompañó mi entrada en la carpa todo este tiempo. Me sentía un boxeador en su camino al ring, bajo los focos, caminando sobre una nube de ruido. Lo reconozco, esa pequeñísima cuota de vanidad sí la disfrutaba. Hasta que ajustaba la pupila y volvía a enfocar y allí estaba ella, al pie de la escalera, la mujer más equilibrada que he conocido es acróbata y me tiene en el alambre y es la única que antes y después del salto sabía bajarme a la tierra de nuevo. 

Vivo secretamente enamorado de ella desde que entró en el circo. Y hoy es el día elegido para declararle mi amor. 

Hoy prende la mecha el payaso de cara triste y antes de introducirme en el tubo, mientras saludo al público, me guiña un ojo. 

La cuenta atrás también es distinta. Empieza desde el nueve y no desde el diez. 

Ajusto las gafas y aprieto mi casco a la barbilla como nunca antes había hecho y creo que, por primer vez, siento vértigo. Los números van cayendo hasta ese cero que me escupe hacia este cerrado cielo de triángulos rojos y blancos. En mi vuelo siento colgar de mis pies una estela de recuerdos tan larga como los treinta metros que recorro. Me da tiempo de parar el tiempo y pienso en la paradoja de la luz al final del túnel, de la vida pasando a mil diapositivas por segundo.  

Mi anunciada despedida había llenado las gradas y el público, entregado, se rompe las manos aplaudiendo mientras yo me sacudo el polvo que aún me cubría, como el aura a un santo. 

La busqué con la mirada en cuanto me saqué las gafas pero no estaba donde siempre, al pié del cañón. Saludé cariñosamente al público, levanté mis brazos, hice el signo de la victoria y repartí besos volados por toda la circunferencia de la pista, mientras la buscaba, inquieto, con disimulada alegría. 

El payaso triste abrió las cortinas por las que habría de salir de escena y allí estaba, besándose con el maestro de ceremonias, bajo la luz de un foco que iluminaba el camino a los tráilers. 

Soy un hombre bala desarmado que, ahora sí, quiere salir volando de aquí.

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