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Crónica de un concierto “extremo”

Un momento del concierto con el que Extremoduro cerró su gira española.

José R. Hernández

Haciéndose el remolón, como marca el manual de estilo de los grandes artistas, Extremoduro arrancó su último concierto de la gira Para todos los públicos 2014 con un programado retraso de 45 minutos, pero pisando a fondo, y sin titubeos, el acelerador y llevando hasta la máxima potencia esa poderosa máquina que manejan como nadie y que algunos llaman música.

Para compensar la espera, Robe Iniesta (voz y guitarra), Iñaki Antón (guitarra), Miguel Colino (bajo) y José Ignacio Cantera (batería), regalaron a su paciente parroquia un espectacular aterrizaje a bordo de un contenedor para mercancía pesada sobre el escenario de la dársena pesquera de Santa Cruz de Tenerife, augurando las toneladas de buen sonido y letras contundentes que envolverían de buen rollo la mágica noche del veroño chicharrero.

Tras la intro que aplacó, por la vía urgente, el crujir de tripas del público hambriento de exquisitos decibelios, Robe Iniesta y sus secuaces sirvieron en bandeja de plata un delicioso menú degustación con una compensada combinación de sabores, desde los que estallan en boca hasta los que circulan en vena.

Así, el repertorio extremo de este concierto incluyó imprescindibles como La vereda de la puerta de atrás, Salir, Stand by, o la siempre esperada Si te vas, a los que se sumaron otros temas de siempre como Autorretrato, Puta, Tu corazón, Sol de invierno, o Ama, Ama, Ama y ensancha el alma, y algunos de los cortes de su último trabajo como Locura transitoria, Poema sobrecogido, ¡Qué borde era mi valle! y El camino de las utopías, aunque también se echaron en falta otros clásicos de la banda como Sucede, Golfa, Decidí o A Fuego.

A pesar de la opulencia de este manjar para sibaritas, ninguno de los presentes cayó en el empacho y las tres horas de espectáculo se diluyeron fugazmente en la madrugada dejando, a modo de recuerdo, el grato frescor en la garganta de los polvos pica pica.

Como maetros de ceremonia de esta suerte de maná musical para los rockeros tinerfeños, -habitualmente a dieta de conciertos de este nivel, por puro desabastecimiento del mercado local­- ejercieron Robe, parco por genética, pero cautivador y de palabra certera, y un Iñaki, canalla y soberbio, que se entregó hasta casi la extenuación, implicando al resto del equipo que convirtió la explanada de la dársena pesquera de Santa Cruz en un lugar para marcar con una equis en el cuaderno de bitacora de la memoria y recordar como qué noche la de aquel día.

En definitiva, las despedidas no son tan duras, ni tran extremas (en este caso) si dejan un buen sabor en el paladar y se sellan con un hasta pronto en lugar de un hasta siempre.

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