Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Es la libertad
“Por la idea perseguida; por los golpes recibidos, por aquel que no resiste…”. Es la idea que se me vino a la cabeza tras conocer el terrible atentado contra el semanario satírico y progresista francés Charlie Hebdo. Las palabras que el poeta Paul Éluard escribió en 1942 y con las cuales inundó la Francia ocupada por los nazis desde los aviones británicos. La defensa de la palabra, de la libertad, de la idea perseguida… Doce muertos por la causa de la imposición y de la intolerancia.
Francia como escenario de la barbarie. La patria de la libertad, la igualdad y la fraternidad manchada de sangre por la acción de quienes no entienden de palabras, de diálogo.
La libertad nunca fue fácil. Siempre hubo quien trató de imponer a otros sus ideas, sus extremos, sus dictaduras y su brutalidad. La historia del mundo está llena de ejemplos. Tristes ejemplos. Quienes la conquistaron fueron aquellas y aquellos que no se resignaron a lo posible. Y fueron más allá.
Fueron mujeres como Rosa Parks al negarse a dejar su asiento, reservado para gente blanca, y hombres como Mandela. Que se atrevieron a decir que no. Un no que cambió el curso de las cosas. La vida de otras y otros muchos que vinieron detrás de sus pasos. Gente como el propio Éluard, que no se resignó a dejar a su suerte una Francia sometida.
Es difícil ponerse en el lugar de quienes han sufrido hechos como los ocurridos en París, pero es fácilmente reconocer el rostro de sus autores: la misma cara de los asesinos en cualquier país, de cualquier religión y en cualquier momento de nuestra historia. El mismo rictus de intolerancia y de ortodoxia asfixiante que mata y somete.
En estos días creo que todos nos hemos sentido un poco parte de Charlie Hebdo. Del derecho de esa publicación a decir aquello en lo que cree y de la forma que considere más conveniente. De su valentía, de su capacidad de resistencia y de no arrodillarse antes quienes tratan de imponer su verdad.
Las dictaduras, las ideologías extremas, siempre atacaron a la prensa libre e independiente. A aquellas voces que hacían pensar distinto. Con el objetivo de hacerlas callar. Y es algo que no podemos permitir. La libertad de expresión es fundamental para el sano desarrollo de la democracia, para poder llamarnos ciudadanas y ciudadanos, en lugar de siervos. Personas libres, conscientes de nuestros derechos y de nuestra capacidad de decisión. De libre elección.
Por ello, con los dientes apretados y la rabia contenida, que también decía Paul Éluard en su célebre poema, no nos queda más remedio que escribir su nombre, el nombre de la libertad, “en las paredes de mi ciudad”. Por la idea perseguida. Por los golpes recibidos.
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