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Musa soledad

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Indra Kishinchand López

En un artículo titulado ¿Cómo surgen las nuevas ideas?, Isaac Asimov aseguraba que “todo lo relacionado con la creatividad requiere aislamiento”. En este sentido, Hemingway entendía que la escritura debe desarrollarse en soledad, que es un acto privado para el que se necesita dedicación y concentración. Por eso a quien busca una musa siempre le recomiendo el mar; no existe mayor inmensidad, ni tampoco mayor desconsuelo, que aquel que otorga un océano repleto de dudas. Hace ahora 113 días viajé por primera vez sola y no fui capaz de escribir una palabra.

Llevaba en la mochila tinta y papeles en blanco de sobra por si la inspiración venía a orillas del Mediterráneo y no tenía más remedio que desangrarme. La realidad fue que, ni siquiera en aquella habitación de hotel, estuve sin compañía. Me buscaba todo el rato y fui tantas versiones de un yo desgastado por el agua salada y los 40 grados que no pude explicarle a nadie que ya no tenía ganas de volver.

Hoy, sin embargo, escribo desde el balcón donde me quedé encerrada una noche de verano. Ya no me parece el mismo lugar. Ahora lo inunda un sol invernal que arrasa con el pánico de una vida utilitarista y práctica que germina lejos de cualquier orilla. Hoy, por ejemplo, me he dado cuenta de que vuelven a quedar 363 días y no sé qué he hecho con las horas que me faltan en el calendario.

Hay algo de lo que sí estoy segura: esta vez me llevaré en la maleta diez kilos de versos leídos a medias. Así sentiré casa en cualquier lugar del mundo y ya nadie me podrá volver a reprochar los kilómetros de más. La distancia solo se cura con amor y tiempo, y quien no esté dispuesto a aceptarlo es que no puede ser llamado hogar.

Es precisamente el hogar el que también se construye con los años. Existen quienes piensan que se trata únicamente de aquel en el que crecen las inseguridades; pero hay otro tan real que se elige. Tan verdadero que se escoge a sabiendas de que tal vez no sea para toda la vida. Lo único importante entonces es darse cuenta de que la historia no la hace un techo repleto de euros, sino que se erige sobre la conciencia de uno mismo, en la libertad que otorga el miedo, en la seguridad de una vida repleta de perdones. Y así se retorna en bucle al mismo mar, hasta que se invierten las incertidumbres y se queman las fotografías del año con el cigarrillo con el que se jura: “Hoy dejo de fumar”.

Para los 362 días restantes solo pido que la memoria sepa guardarme lo que nunca dije. Aunque hoy confieso: “Mi musa, la soledad”.

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